Hospital Psiquiátrico de Blueville - 2024
La habitación era quieta, pero no silenciosa. Había un ruido agudo, similar a un silbido, impidiendo de que lo fuera. Era vibrante, irritante y —lamentablemente— continuo.
—Ah —pensó Sydney, mirando arriba mientras los doctores a su frente continuaban con su verborrea tediosa y repetitiva—. Son las lámparas.
Que en este caso se trataban de dos tubos fluorescentes blancos, ubicados sobre su cabeza. Así como su luz, todo en aquel horrible lugar en donde estaba encerrado era blanco. Las baldosas del piso. El color de las paredes. La ropa de los médicos. Los papeles que sujetaban. Incluso el lápiz que usaban para escribir.
Un enfermero le había dicho que esto se debía a una regla antigua del manicomio; todo lo que existiera adentro debía ser blanco o poseer un color poco llamativo, con el fin de minimizar los estímulos visuales de los pacientes. Sydney pensaba que esta medida era absurda e innecesaria, pero más que rabia, la situación le daba risa.
—...Señor Duncan —la mujer sentada al otro lado de la mesa le pidió que prestara atención a la charla, de nuevo. Con un exhalo frustrado, que evidenciaba su aburrimiento, el volvió a mirar abajo—. Para que su tratamiento sea efectivo, usted también tendrá que hacer su mejor esfuerzo en mejorar. Las pastillas que le damos no harán su trabajo solas.
—Ustedes son los que me obligan a tomar esas mierdas, yo no lo hago porque quiero. Estoy siendo obligado. Así que, francamente, me importa un carajo sí funcionan o no —él respondió, sin perder la calma—. Solo vengo a estas sesiones porque el Estado me dice que debo hacerlo... Yo quería estar en prisión, no aquí. No me interesa ninguna de sus propuestas, sus tratamientos, o lo que sea. ¿Por qué les cuesta tanto entender eso?
—Señor Duncan... usted está aquí porque su caso es único. Mató a diecisiete personas, pero se rindió por la muerte de la última —el otro doctor, sentado al lado de la dama, dijo—. No fue a prisión porque todos los psicólogos y psiquiatras que lo evaluaron creen que se arrepiente por este último crimen. Así como también creen que todos los otros fueron cometidos bajo un cuadro prolongado de psicosis...
Sydney se rio.
—Se equivocan.
Los doctores respiraron hondo, ya frustrados.
—El caso es que usted puede ser tratado y puede sanar. Por lo que sería contraproducente enviarlo a prisión. Permanecer aquí es la mejor alternativa que tiene. Pero, para ello, necesitamos que nos ayude a entender por qué hizo todo lo que hizo.
—Creo que es bastante evidente, ¿no?
—¿Evidente?
—Todas mis víctimas tuvieron lo que se merecieron.
—¿A qué se refiere usted con eso? —la doctora, que a cada día demostraba ser más paciente e ingenua que su colega, indagó a seguir.
—Ay, por favor. ¿De veras me lo preguntan? Ustedes ya leyeron sobre mi caso un millón de veces. Saben qué tipo de hombres me gusta arruinar y saben también que tengo motivos de sobra para hacerlo. Cada muerte fue justa... Menos la última. Y por eso me rendí.
Sí, en efecto los dos médicos lo sabían. Casi todos sus objetivos eran hombres ricos, ultra religiosos, clasistas, homofóbicos, machistas, pedófilos, abusivos; sujetos venerados en la luz del día por ser buenos padres de familia, ciudadanos respetables y negociantes poderosos, pero que se garchaban a cualquier muchacha que se les cruzase por el camino cuando la noche caía. Hipócritas.
—Bueno señor Duncan, le concederé ese punto. Sí conocemos al tipo de víctima que usted buscaba y sabemos no son personas particularmente buenas...
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Santo Sicario
ActionUn militar retirado con un pasado trágico decide cobrar venganza de todos aquellos que lo hirieron cuando joven y descubre su verdadera pasión en la vida: mandar al infierno a matones y abusadores. © TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS