Convencer a Sydney a irse de vacaciones a Playa Rosada no fue difícil. Una vez Joshua le explicó que su gato, Salem, sería cuidado por Izzy, el hombre aceptó la propuesta con una sonrisa dichosa y un exhalo de alivio. Necesitaba un descanso, y también se lo merecía.
Convencerlo a dejar atrás sus armas fue lo imposible.
—No vamos a una zona de guerra, Syd. Vamos a una playa.
—Mejor prevenir que lamentar —el sicario insistió, y ocultó uno de sus rifles desmontables regalados por el DPI bajo el forro de su maleta.
Joshua giró los ojos, pero decidió no darle más vueltas al tema. Si él se sentiría más seguro armado hasta los dientes, entonces no había ningún problema que así viajara. Ambos tenían documentos que comprobaban que podían portar armas, en todo caso. Estarían bien.
(Además, él también estaba llevando su propia pistola de servicio. Si se quejaba, sería un hipócrita. Y Joshua podía ser muchas cosas, menos eso.)
—¿Cuántas horas nos demoramos de aquí a Playa Rosada?
—Dos.
—¿Te parece si pasamos por un drive-thru y comemos algo antes de meternos a la carretera? — Sydney preguntó, enterrando sus armas con pilas y pilas de ropas.
—Es es un plan perfecto. Me muero por comer una hamburguesa de triple queso.
—Pues entonces está decidido. Hamburguesas primero, viaje después.
Y esta promesa se cumplió. Con Sydney manejando y Joshua encargándose de darle las debidas direcciones y coordenadas, los dos pasaron por un restaurante de comida rápida que les gustaba desde su adolescencia, recogieron su almuerzo y comieron en el aparcamiento.
El director devoró su hamburguesa de triple queso con el hambre de cien hombres. Ya el sicario, se tomó su tiempo comiendo su pollo frito, picoteando las papas de tiempo en tiempo.
Al terminar de comer prendieron la radio, salieron del estacionamiento y volvieron a manejar, en dirección a la autopista.
Durante el trayecto, Joshua le hizo una serenata improvisada a Sydney en español, haciéndolo reírse tanto que tuve que disminuir velocidad para evitar un choque.
—¡Cuanto daría por gritarles nuestro amor!¡Decirles que al cerrar la puerta nos amamos sin control! —el director apoyó su cabeza en el respaldo del asiento, cerró los ojos y gritó: —¡Que despertamos abrazados, con ganas de seguir amándonos!...
—¡Me vas a romper los tímpanos si sigues gritando así!...
—¡Pero es que en realidad no aceptan nuestro amor!
Sydney no soltaba carcajadas tan altas a años.
Se sintió bien hacerlo de nuevo, viendo a Joshua enrollar su mapa y usarlo como un micrófono, para declararle su afecto eterno con expresiones dramáticas y gestos exagerados de su brazo sano.
El director podía ser muy tonto.
Pero era su tonto favorito.
—
Piedras Blancas
Luego de pasar 2 horas y 21 minutos manejando, el coronel al fin divisó el mar. Habían llegado al puerto de Piedras Blancas, ciudad donde rellenarían su tanque de gasolina casi vacío y a la que usarían como escala para moverse a Playa Rosada.
—¿Podemos sacarnos unas fotos cerca de ese acantilado? —Joshua preguntó, con un entusiasmo contagioso, apuntando hacia la costa.
Sydney no pudo decirle que no, y luego de pasar a la gasolinera los llevó en auto hacia la pendiente. Luego de aparcarlo a una distancia segura, salieron de él a explorar la zona, a pie. Ambos usando shorts, camisas hawaianas dignas de turistas gringos, gorros con viseras y lentes de sol. Se veían ridículos, pero encajaban bien con los demás visitantes a su alrededor y eso era lo único que importaba.
—Pero que vista... —el director murmuró, mientras llegaban a la cima de las rocas.
Y el sicario entendió el porqué de su tono asombrado; el escenario realmente era precioso. Pero el enorme precipicio que existía entre ellos y el infinito mar era intimidante. No se sintió para nada seguro allí, a una altura tan elevada, viendo las olas explotar contra las rocas abajo. Si alguno de los dos tropezaba, moriría. Y esa idea no le agradaba mucho.
Pero por Joshua se tragó su miedo y se mantuvo quieto, cuando lo único que quería era salir corriendo de vuelta a su auto. El director percibió sus nervios y lo tomó de la mano.
—No te voy a dejar caer —le aseguró, con dulzura.
—No puedes usar un brazo, estás moreteado, y tus reflejos son nulos por los analgésicos que estás tomando. No me mientas, si me caigo, me caigo.
—Pues si no puedo atraparte me lanzo junto a ti —el director amplió su sonrisa y Sydney no pudo evitar sonreírle de vuelta—. Pero oye...
—¿Qué?
—¿No que subiste una montaña cuando estabas en el ejército?
—Sí.
—¿Entonces por qué le tienes miedo a esto?
—Porque ahora estoy contigo —el veterano admitió—. Antes no tenía nada que perder... Ahora lo tengo todo.
Joshua suspiró y sacudió la cabeza, encariñado. Luego, besó su palma.
Ambos permanecieron quietos, mirando al azulado horizonte, por varios minutos. Se sacaron algunas fotos antes de irse y de proseguir con su viaje.
Quince minutos más y habían llegado a su destino.
—
Playa Rosada
La cabaña que Izzy les había arrendado literalmente quedaba en el medio de la nada. Estaba oculta detrás de un bosque, al sur de Piedras Blancas. Por suerte, en su vehículo ellos traían suficiente comida para sobrevivir una semana por ahí. No tendrían que irse a la gran ciudad de nuevo si no quisieran hacerlo.
—Nunca vi tanta maleza en mi vida —Joshua contempló, mientras cerraba la puerta del auto—. Me siento como un náufrago en una isla desierta... ¡Mira la cantidad de árboles y palmeras que hay por aquí!..."
Sydney se rio de la expresión fascinada del director. Parecía un niño pequeño yéndose de camping por primera vez. Era adorable.
Pero tenía que concordar con él. El lugar poseía una vegetación espesa, verde, y de aspecto tropical. La arena de la playa tenía un leve tinte rosado, y el agua tranquila que la besaba era cristalina. Si el paraíso existía, allí era.
Entre ambos, llevaron su equipaje y sus compras a la cabaña. Era pequeña, solo tenía una habitación, un baño, y la cocina estaba conectada con la sala. Poseía un aspecto rústico, por sus paredes amaneradas y los trofeos de caza colgados de ellas, pero no llegaba a ser primitiva. Era bonita, dentro de su simplicidad.
¿Y lo mejor de todo? Solo poseía una cama de casal. O sea que Sydney tendría el privilegio de dormir de cucharita con Joshua.
Realmente había entrado al reino de los cielos.
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Santo Sicario
ActionUn militar retirado con un pasado trágico decide cobrar venganza de todos aquellos que lo hirieron cuando joven y descubre su verdadera pasión en la vida: mandar al infierno a matones y abusadores. © TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS