Chris y Juan acompañaron a Sydney de vuelta a su departamento, mientras Thadeus e Izzy llevaban Joshua al hospital. El trío se demoró una hora completa en llegar allá, por el tránsito denso y el clima lluvioso. Estos sesenta minutos se pasaron en total silencio.
Era evidente, tanto para el ranger como para el aeronauta, que el coronel no estaba nada bien. El temblor continuo de sus manos había empeorado. Sus ojos vidriosos no lograban enfocarse en nada. Su piel estaba pálida y estaba sudando frío. Su pulso estaba muy acelerado y él se sentía a un segundo de distancia de un ataque cardíaco. Pero lo peor de todo eran sus náuseas. Quería vomitar, pero estando adentro de su auto, no podía. Así que se tragaba el agua mineral que los agentes del DPI le dieron antes de irse de la mansión con la sed de un hombre que ha pasado 40 años en un desierto. Cada nueva bocanada era una arcada a la que reprimía.
Y todo esto no se debía a un problema físico, sino mental. Eran resultados directos de su ansiedad y pánico.
Todos lo sabían.
Chris estaba manejando, porque Sydney obviamente no estaba en condiciones de hacerlo. De vez en cuando lo miraba por el espejo del retrovisor con cara de papá preocupado y suspiraba.
Ya Juan, mantenía sus ojos pegados al celular. Le estaba mandando mensajes a los demás agentes del DPI para saber qué había sucedido desde su partida.
Por lo que pudo descubrir, 38 hombres habían sido arrestados y 29 muertos. Además, un nuevo director había sido asignado al BEOG, el capitán Arthur Bailey.
Este nombre le era familiar a Juan. Él sabía que el capitán había intentado denunciar a su antecesor, Adam Wrath, meses atrás, por corrupción y quema de archivos. Así como también sabía que sus acusaciones fueron archivadas injustamente y él, cambiado de sector de manera conveniente, para evitar más problemas con el oficial.
Juan se sintió feliz al verlo regresar al batallón, ahora como líder. Bailey lo merecía. A través de su celular también se enteró, gracias a un detective del BSU (la unidad de estudios de comportamiento) que la secretaria del alcalde, Theresa Dunham, había sido detenida. Junto a ella los agentes del DPI Ian Rouge, Leonard Stevens y Katherine York. Solo Tom Falkes aún no era arrestado, pero lo estaban buscando y pronto también lo sería.
Al parecer, todo el esquema de corrupción que a meses intentaban desmantelar se había venido abajo aquella noche.
Esas eran excelentes noticias.
—¿Es aquí? —Chris al fin rompió el silencio en el vehículo e hizo que Juan dejara de ver su celular para ojear a Sydney.
—Sí —el coronel confirmó con una voz débil, al ver su edificio—. Es aquí.
—¿Quieres que te acompañemos arriba?
—No... no es necesario. Ustedes tienen que irse a casa, deben estar exhaustos...
—¿Exhaustos? Pasamos más de cuatro años luchando en un puto desierto, eso sí era agotador. Ahora estamos bien —el ranger insistió—. ¿No es cierto, Juan?
—Ciertísimo, Hogan.
—¿Hogan? —Sydney pestañeó, saliendo de su transe melancólico al fin—. ¿Quién es Hogan?
—Hulk Hogan. El luchador de la WWE. Dime que Chris no se parece a él.
El piloto buscó una foto del hombre y se la mostró al coronel. Logró lo imposible en aquel momento, hacerlo reír:
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Santo Sicario
БоевикUn militar retirado con un pasado trágico decide cobrar venganza de todos aquellos que lo hirieron cuando joven y descubre su verdadera pasión en la vida: mandar al infierno a matones y abusadores. © TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS