Capítulo 8

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Blueville- 2024

Sydney no supo cómo llegó a casa, pero llegó. Salió de Wardenville y regresó a Blueville, sin problemas.

En retrospectiva, él debería haber chocado con un taxi. Atropellado a algún transeúnte. Atravesado la fachada de alguna casa. Pero no. Logró estacionar su auto en el garaje de su edificio, subir el ascensor y llegar a su departamento, sin herir ni matar a nadie.

Sus músculos estaban tensos, sus manos temblando, su visión borrosa... pero había llegado.

Su gatito maulló al oírlo entrar. Queriendo distraer al animal de sus ropas ensangrentadas y malolientes, él arrastró los pies hasta la cocina, le sirvió un poco de paté de pollo y dejó el platillo en el suelo, para que la diminuta criatura pudiera cenar en paz.

Luego se quitó los zapatos, el abrigo y los lanzó sobre su máquina de lavar. Lidiaría con ellos después. Ahora necesitaba con urgencia de una ducha.

Su cuerpo completo estaba teñido de rojo. Su cuello le dolía y cada nueva punzada le causaba un espasmo extraño a los músculos, que lo obligaban a mover la cabeza como si se estuviera tronando sus vértebras. Su mente no paraba de repetir el recuerdo del observador muriendo a su frente, luego de haberlo intentado asesinar en el techo. Y ruido repugnante que el hombre en cuestión hizo al ahogarse en su propia sangre, resonaba una y otra vez en sus oídos, sin parar.

Consumido por sus funestos pensamientos, Sydney abrió la llave de la ducha. Metió su palma bajo el flujo para sentir la temperatura del agua. Al hacerlo, la sangre seca que cubría su piel se volvió liquida de nuevo, y pintó a la bañera con su horrendo color.

Al mirar el resplandor carmesí que descendía por el desagüe, él no pudo evitarlo; tuvo otro flashback.


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Mahjarat, 2017

Los cuerpos de los soldados enemigos que su regimiento recién había matado habían sido apilados en un callejón alargado, cubierto de basura y de escombros, por algunos de sus cadetes y por los civiles que vivían en el barrio.

Charcos escarlatas se veían por todo el terreno y cerca de la montaña de muertos, yacía el mayor de todos.

Sydney estaba de pie adelante de aquella macabra montaña y lago, viendo el ir y venir de sus hombres con el ceño fruncido y sus manos bien pegadas a su rifle. Con cada nuevo cadáver que ahí lanzado, el agarre en su arma se volvía más y más firme.

Pero no tan solo el escenario a su alrededor era pavoroso y completamente teñido de rojo. Su propio uniforme y su armamento también.

En el inicio del tiroteo que había creado la pila, un civil había sido ejecutado a su frente. Sydney estaba conversando con el hombre en cuestión con el auxilio del traductor de su equipo cuando dos balas atravesaron su cuerpo y lo condenaron a morir. Una abrió un hueco en su abdomen. Otra, reventó su cuello y por poco no separa a su cabeza de su torso. Su sangre chorreó como una manguera y Sydney se vio completamente mojado por ella.

Pero no tuvo tiempo de lamentarse por el destino del sujeto, ni de limpiar el fluido de su rostro. Más disparos resonaron y su traductor lo jaló por el brazo hacia un automóvil cercano, para que se escondieran detrás de él mientras el fuego no cesaba.

La disputa por el barrio duró media hora. Y el resultado final fue favorable para su lado. No obstante, Sydney no se sintió ni un poco orgulloso de tal "logro". Aquella amalgama de cadáveres no era venerable. Y ninguna victoria la haría valer la pena.

Santo SicarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora