Capítulo 7

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Desde que Joshua vio a Sydney tener uno de sus flashbacks en persona, su afecto y paciencia con el veterano había duplicado. Hacía cuestión de decirle de antemano el contenido de cada película que veían juntos, le explicaba cuál era la temática de cada canción nueva que le recomendaba, y le preguntaba siempre si se sentía bien después de sus misiones.

Usualmente, al sicario no le gustaría ni un poco la idea de ser tratado como si fuera hecho de cristal. Pero él había pasado tanto tiempo siendo despreciado y juzgado por el mundo, que el constante recelo del director hacia él le resultaba agradable.

Sydney estaba acostumbrado a ser pisoteado, al final de cuentas. Que alguien lo tratara con cuidado era lo raro. Y aunque admitirlo lo hacía vulnerable, era incapaz de negarlo; la atención extra le gustaba.

Poder amar a Joshua y dejar que él lo amara de vuelta, le gustaba.

Pero claro, el amor no es capaz de borrar al pasado.

El amor no lograba lavar de sus manos la sangre de los inocentes que había ejecutado en sus batallas en Granadiz. 

El amor no traería de vuelta a la vida a Conrad Oliver —el niño que Sydney había accidentalmente asesinado mientras huía de la policía, meses atrás—.

El amor no detendría a sus pesadillas y no le removería de encima el peso aplastante de su estrés postraumático.

El amor lo ayudaba a soportar sus traumas, sí, pero no los hacía desaparecer.

Y esto, tanto él como Joshua lo fueron aprendiendo de a poco.


———


Wardenville - 2024

La última misión de Sydney había sido la más compleja hasta la fecha. Y de esta vez, no había trabajado solo.

Los agentes del DPI habían descubierto una nueva red de prostitución y abuso infantil a inicios de año. Luego de meses de investigación intensa, lograron encontrar el mayor de los quince "burdeles" de la organización, localizado en el centro de la ciudad de Wardenville.

El lugar era enorme y era evidente que ellos no podrían invadirlo sin respaldo. Así que reclutaron la ayuda de tres de sus sicarios regulares; Sydney Duncan, Juan Salvador y Christopher Bordeaux.

Todos, veteranos de las fuerzas armadas. Todos, sido enviados a servir en algún punto perdido de la árida región de Granadiz.

Salvador, por ejemplo, había trabajado como piloto de helicópteros en el otro lado del desierto, en Turán. Durante la "Batalla del Oasis" —como se había vuelto conocida la invasión de la ciudad en sí— su aeronave fue derribada. Él sobrevivió a la queda, pero sufrió quemaduras graves al rostro y torso. Además, sus ojos fueron bastante dañados por el fuego y, aunque parte de su visión eventualmente regresó, él se vio condenado a usar unos anteojos fondos de botella por el resto de sus días.

Desfigurado, casi ciego, y perturbado por todo lo que experimentó en ese conflicto, él fue exonerado de la fuerza aérea y enviado de vuelta a casa. Pero su accidente tan solo fue el inicio de la pesadilla en la que su vida se convirtió. 

Por su apariencia y su debilidad física, su esposa lo dejó. Por su creciente irritabilidad y depresión, su familia se alejó de él. Para aguantar el dolor de sus múltiples lesiones, él se volvió adicto a la morfina. De ahí, pasó a la heroína. Y su vicio se convirtió en algo tan esencial para su sobrevivencia, que comenzó a trabajar para los narcos a cambio de su preciado suministro. Terminó su aventura siendo arrestado, juzgado, y encerrado en la prisión de Blackwater. ¿Su condena? Treinta y ocho años.

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