21: El duelo

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Advertencia: no leer si son son sensibles a la sangre o muerte, por favor.








Son las 3 de la mañana.
No puedo dormir.
No quiero dormir, me niego. No puedo ni parpadear sin que la amarga imágen del cadáver podrido de Caesar retorne a mi mente.
La roca no lo aplastó por completo, cierta parte de su cuerpo sobresalía del escombro.
Sigo sin poder creerlo. No lo puedo aceptar.
Mis manos siguen tiritantes y mi labio no puede estar más herido de tantas veces que lo he mordido. He buscado alguna manera de calmar todo esto; he mordido mis manos hasta el punto dónde puedo sentir la cálida sangre acariciar mi lengua; he clavado mis uñas en lo que resta de mi moribundo cuerpo. Un mar de cosas que sólo me dañan más y más.
Estoy cansado, no quiero dar más.
No le encuentro sentido a seguir con esto sabiendo que ni yo quiero vivir más.
Ya he cumplido con mi propósito, ya tengo todo listo en la vida, no quiero seguir esperando.
Cada día, cada mañana que siento un rayo de sol besar mi piel puedo recordarlo, puedo sentirlo.
Sin embargo, al tomar conciencia de la cruda verdad no soy más que un hombre miserable.

Quiero verlo, decirle que gracias a él ganamos.
Recordarle cuánto lo amo, abrazarlo, sentir su piel junto a la mía.
Escuchar su armoniosa voz tarareando canciones, hablando, llamándome. Extraño los apodos por los que me llamaba cuando se creía romántico; “amor, cariño, bebé” etc.
Nunca fui amante de los apodos melosos, incluso me disgustaban, pero cuándo él los decía todos esos sentimientos se esfumaban.

“Él”... Ya no puedo siquiera llamarlo por su nombre.
Aquella imagen perturbó lo profundo de mi memoria.
Quiero llamarlo por su nombre, “Caesar”, un nombre angelical que fue distorsionado por la amarga memoria de su muerte.

Lisa Lisa, ahora mi madre, ha intentado consolarme de todas las maneras posibles, pero simplemente estoy desconectado de la realidad.

Me he casado con Suzie Q, no sé en que momento pasó exactamente.
Se parece a Caesar, pero no tiene su encanto.
No sé porque estoy con ella. No estoy seguro de amarla y menos lo haré cuando algo como ésto acaba de pasar.
Ya he perdido la cuenta de qué día es.

Ganamos la batalla gracias a Caesar, quién me acompañó en cada pelea.

Caesar...
Extraño decir su nombre, llamarlo.
Sentir sus caricias, sus besos. Mirarlo a los ojos, acariciarlo. Su cuerpo desnudo, su espalda. Sus labios, su nariz, sus manchas a los costados de sus ojos, su cara. Su armoniosa voz, su carácter. Lo extraño todo, lo extraño a él.

Es difícil sobrellevar la muerte de alguien quién me acompañó en las mañanas, las tardes y en las noches.

Siento una presión en mis hombros y pecho, náuseas, dolores de cabeza y siento como si me estuviera ahogando.
Siento como si en cualquier momento pudiera romper en llanto, siento mi garganta desgarrada de tanto gritar su nombre esperando alguna respuesta. Una cuchilla dentro de mi cuerpo, puñaladas indescriptibles.
Me duele saber que su último recuerdo de mí haya sido una estúpida pelea. Lo ofendí sabiendo que era algo que le afectaba y no alcancé a disculparme.
Me odio, soy lo peor.
Me quiero matar, terminar con mi vida y así vengar también a Caesar. Yo fuí quien le hizo daño.

No he tenido momento para llorar sobre él además de aquel perturbante momento.
Quiero volver a abrazarlo.

Me volteó en la cama para esperar verlo y me emociono a ver una cabellera rubia.
Pero recuerdo que a mi lado sólo está una chica desconocida con la cuál me casé. Mis abrazos hacia ella están vacíos, carecen de sentimientos.
Siento que la cama está vacía pese a que ella está ahí, me siento solo.

Larvas En El EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora