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Entramos al local, un refugio de recuerdos que nos envolvía en nostalgia. Era el lugar donde nos conocimos, donde pasamos noches interminables hablando y donde la primera borrachera se convirtió en una leyenda compartida. Y, por supuesto, donde hacían las mejores hamburguesas del mundo.

—Cynthia, Hange, cuánto tiempo sin veros a las dos —nos saludó Leo, el dueño del local.

—Leo, ¡qué alegría verte de nuevo! —respondió Hange con entusiasmo.

—Os pongo lo de siempre, ¿no? —arqueó una ceja con complicidad.

—Claro —dije yo, con una sonrisa que intentaba ocultar mi ansiedad.

Leo nos dedicó una última sonrisa antes de llevar nuestro pedido a la cocina. La tensión creció entre Hange y yo, palpable en el aire.

—Lo siento por todo esto, Cynthia, pero es por tu bien —dijo Hange, mirándome con intensidad.

—Quiero respuestas, Hange.

—Lo sé, y quiero dártelas, pero no es el momento —dijo, desviando la mirada con una expresión de frustración.

—¿Para qué me has traído aquí? —pregunté, ya sintiendo el malestar en mi pecho.

—Me voy dos semanas por trabajo —dijo, el dolor en sus ojos evidente.

—Entonces, vuelvo a mi casa.

—No.

—¿Entonces?

—Te quedarás con Levi en la mansión.

—¿Cómo? —dije, el tono de mi voz crispado.

Leo llegó con las hamburguesas y patatas, interrumpiendo la conversación con una sonrisa cálida.

—Aquí lo tenéis, chicas —dejó el pedido en la mesa y nos miró.

—Gracias, Leo —sonrió Hange, aunque su sonrisa se desvaneció al ver mi expresión.

Él se retiró, y la tensión entre Hange y yo volvió a intensificarse.

—Entiéndelo, Cynthia, es por tu bien —insistió Hange, su voz temblando ligeramente.

—¿Y qué tiene esa casa que no tenga la mía? —murmuré, mi mirada fija en la comida.

—A Levi.

—¿Qué tiene que ver él?

—Él te protegerá a toda costa —dijo con una seguridad que parecía forzada.

—Como si le importara —murmuré, recordando la fría indiferencia que mostró en su despacho.

—Aunque no lo parezca, él siempre está pendiente de todo.

Decidí callar, cansada de la discusión.

—Bueno, dejemos ese tema. Cuéntame algo de tu vida —dijo Hange, intentando cambiar de tema para aliviar la tensión.

—Lo mismo de siempre, no me apetece salir de fiesta.

—Bueno, por lo menos has empezado a usar pantalones cortos —sonrió orgullosa—. Dale tiempo al tiempo, Cynthia, has pasado por mucho.

—Supongo que es un avance —le sonreí débilmente.

Comimos mientras Hange me contaba anécdotas diarias, y me reí de sus ocurrencias. Agradecí que la noche estuviera llena de su energía positiva.

Fuimos a la barra a pagar, y Leo insistió en invitarnos por nuestra ausencia prolongada. Le agradecimos y nos despedimos, dirigiéndonos de nuevo a la mansión.

—Hange —la llamé antes de que entrara en su habitación.

Ella se volvió para escucharme.

—Gracias —dije, mi voz bajando al reconocer mi comportamiento reciente.

Ella me abrazó sin dudar, susurrando palabras reconfortantes, como era típico en ella. Nos deseamos buenas noches y nos dirigimos a nuestras habitaciones.

Cuando cerré la puerta de mi cuarto, me dejé caer sobre la cama, el vacío en mi pecho me hizo darme cuenta de que faltaba algo. Me levanté de inmediato al darme cuenta de que mi perro no estaba en mi cuarto.

Busqué por toda la casa, sin éxito. ¿Dónde podría estar? Si dejé la puerta cerrada.

Pensé en preguntarle a Hange, pero estaba segura de que estaría dormida. Así que, con una mezcla de desesperación y nerviosismo, me dirigí al despacho de Levi, temiendo recordar la imagen incómoda que había visto la última vez.

Al llegar a la puerta de su despacho, dudé por un momento antes de tocarla. Finalmente, me armé de valor y llamé.

—¿Sí? —se escuchó desde el otro lado.

Tragué saliva y giré la manecilla de la puerta. El despacho estaba más oscuro de lo que esperaba, y mi perro estaba en una esquina, tranquilo, mientras Levi estaba en su escritorio, con su mirada fija en mí.

—¿Qué hace mi perro aquí? —pregunté, evitando su mirada.

—No paraba de ladrar, así que lo traje aquí —dijo Levi, sus ojos fijos en los míos con una intensidad que me hizo sentir incómoda.

Silencio.

No sabía qué decir, y la mirada fija de Levi hacía que me sintiera aún más insegura. Mi perro, al parecer, no se movía ni se inmutaba.

—Es tarde, deberías irte a la cama —dijo Levi, rompiendo el silencio.

—Si es tarde para mí, entonces también es tarde para ti, ¿no? —le respondí, mi tono desafiador.

—Eres tú la que duerme, yo nunca duermo —dijo, su voz seca.

—¿Insomnio, verdad? —pregunté, con la seguridad de quien conoce bien el tema.

—¿Por qué insinúas eso?

—Porque tienes los síntomas, y yo los conozco bien —dije, firme.

—Eso quiere decir que tú también tienes insomnio.

—Puede que sí o puede que no —intenté ser enigmática.

—En caso de que tengas, puedes venir a mi despacho cuando no puedas dormir. Al menos tú y el perro me hacéis compañía —dijo, intentando suavizar su tono.

—Creo que hoy iré a mi cuarto, pero me lo pensaré —respondí, con una amabilidad que no me era natural.

Asintió y volvió su mirada al ordenador. Antes de salir, me atreví a hablar una vez más.

—Buenas noches, Levi —le deseé con una pequeña sonrisa.

—Buenas noches, Cynthia —me respondió, intentando no sonar tan seco.

Le sonreí y cerré la puerta, sintiendo un calor inexplicable en las mejillas sin saber exactamente por qué. Me di cuenta al volver a mi cuarto que no había traído a mi perro conmigo, pero ya estaba demasiado cansada para volver.



ㅤt̷t̷x̷x̷_h̷o̷n̷e̷y̷ 🃨

𝕸𝖎𝖊𝖉𝖔//Levi AkermanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora