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Sapnap miraba confundido aquellos papeles que su padre le había encargado.

El mayor le había pedido que los entregara en la oficina de la enfermera Nihachu. El nombre le sonaba, pero no sabía donde se encontraba tal cosa.

—¿Estás perdido?

Aquella voz lo hizo sobresaltarse.

El mismo chico de ayer estaba ahí, sonriéndole dulcemente.

¿Cual era su nombre? ¿Karl, no?

—Necesito entregar algo...— respondió Sapnap, mostrándole superficialmente los papeles que tenía entre sus manos.

Karl alcanzó a ver el nombre de cierta persona que él conocía a la perfección.

—¡Yo se donde está la oficina de Nihachu!— le dijo emocionado, dando cortos saltos en su lugar.

Sapnap le observó esperanzado.

—¿Podrías...?

—¡Claro que te puedo llevar!

Karl no espero respuesta del contrario, tomándolo fuertemente del brazo para llevárselo con él.

Lo arrastro por todo el jardín, hasta entrar en las instalaciones del internado.

Sapnap simplemente lo mira en silencio, dejándose arrastrar por el adverso. Se veía demasiado feliz y entusiasta como para pertenecer a un lugar así.

Algo no le terminaba de cuadrar.

—Mira, es aquí.

La voz de Karl lo devolvió a la realidad, observando la zona en la que se encontraban. La recordaba, ayer se la había mostrado su padre.

—Está es la oficina de Nihachu, aunque creo que ahora no está, pero seguramente no se molestará si le dejas los papeles en su escritorio— explicó el castaño de forma detallada pero rápida, mientras movía sus manos en busca de las palabras exactas.

El pelinegro se preguntaba si ese chico quizás sufría algún tipo de hiperactividad y por eso se encontraba ahí.

—¿Que te tiene retenido aquí?— pregunto Sapnap intentando no sonar muy grosero.

Tenía mucha curiosidad, ciertamente.

Karl soltó una suave risa sin mirarlo, mientras le pedía amablemente los papeles. El oji-azul se los pasó.

—De haber revisado esto, lo sabrías— señaló por encima de las hojas, específicamente un párrafo.

"Paciente con amnesia, en recuperación" leyó en su mente para no incomodar al adverso, aunque parecía demasiado cómodo y feliz.

—¿Amnesia?

—¡Sep! Aunque mi madre dijo que no es nada grave, mira— señaló otro párrafo —solo sigo aquí porque es más divertido que ir a la escuela.

—Y supongo que no puedes memorizar nada.

Después de decir aquello se tapo la boca, tal vez había cruzado la línea.

Karl soltó otra risa un poco más escandalosa, asintiendo varias veces con la cabeza.

—Eso es verdad, me cuesta más trabajo que al resto, pero recuerdo lo importante.

Entro a la oficina para poder dejar sobre el escritorio el papeleo, acomodando un poco las cosas mal puestas de la enfermera.

—Nihachu es quien está encargada de cuidarme— contó, admirando algunos lápices encima de la mesa.

—¿Los vigilan?

—No exactamente. Todos aquí necesitamos algo de apoyo, ellos nos lo brindan.

Karl lo miro con una de sus típicas sonrisas. Sapnap anotó mentalmente que el chico parecía sonreír mucho.

—Como puedes ver, Nihachu no está detrás de mi todo el día, pero prefiere que no salga mucho de mi cuarto. Solo se preocupa por mi, teme que me vuelva demente, me pierda y muera— resumió, recargándose contra el escritorio.

—¿Eso te puede pasar?— pregunto dudoso el pelinegro.

—No. Solo son sus pensamientos intrusivos.

Ambos se miraron y estuvieron de acuerdo en guardar el secreto de que Karl estaba paseando sin supervisión por las tardes. Un pacto silencioso.

—Vámonos antes de que alguien me vea.

Karl tomo la mano de Sapnap, para seguir arrastrándolo por aquellos pasillos solitarios. La mayoría de los pacientes estaban encerrados o en el jardín.

Y los doctores andaban en alguna reunión, seguramente. Más tarde Sapnap le preguntaría a su papá.

—¿A donde me llevas?

—Relájate, no te voy a matar.

El oji-azul movió ligeramente sus dedos contra la mano del otro. Sentía la piel suave del castaño, era demasiado lisa y perfecta, se veía irreal. Tan blanca y linda.

—Tú papá es doctor ¿no es así?

Regresó su vista hacia Karl, sin dejar de caminar.

—Sí, es un poco agobiante.

—¿Tuviste que dejar todo para acompañarlo?

—No tenía mucho que perder.

—¿Ni amigos?

—Ni amigos.

Karl asintió, sin preguntar nada más, no quería sonar demasiado intrusivo y que el otro se molestara. Quizás estaba siendo muy hostigoso.

—¿Tú tienes amigos?

Parpadeo varias veces ante el cuestionamiento del pelinegro y se alegró de no ser el único interesado.

—No realmente, me llevo bien con la mayoría de aquí, pero creo que solo somos conocidos— respondió, intentando recordar algunos nombres —Suelo jugar ajedrez con George, pero siempre termina aburriéndose cuando ve que tardo en recordar como se juega.

Sapnap se sintió un poco mal por él, pero Karl solo miraba sonriente el lugar en donde se habían detenido.

—Uh, no recuerdo su nombre, pero es alto y rubio, él suele regalarme chocolates, por eso siempre tengo en mis bolsillos.

No sabía que trastornos podrían sufrir el resto de pacientes, pero si Karl se sentía a gusto, suponía que no eran agresivos como los pintó su padre.

—Todos aquí son muy amables.

O quizás Karl era el amable que veía bien al resto del mundo, aunque el mundo no hubiera sido bueno con él.

—Este es un almacén. Mi lugar favorito, porque esta abandonado, aquí nadie te encontraría jamás.

Observó con lentitud el lugar, se veía hogareño, no estaba sucio ni olía mal, la luz al parecer no funcionaba pero había unas cuantas linternas en los costados, un par de cajas que parecían tener comida y una que otra sabana regada.

—Suelo venir aquí seguido— terminó aclarando sus dudas el castaño.

Sapnap estaba por decir algo cuando noto un viejo reloj empolvado en la esquina, aún funcionando. Se alarmó cuando vio la hora, seguramente su padre lo debe estar buscando.

—¡Tengo que volver!

Salió del almacén rápidamente, comenzando a correr hacia donde su papá le dijo que le esperara.

—¡Adiós, Sapnap, nos vemos mañana!

Fue lo último que alcanzó a escuchar, antes de doblar a la derecha y seguir con su camino.

Memories? [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora