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No podía creer que ahora estuviera ahí, en el funeral de Karl, cuando hace unos días habían estado jugando en el almacén a las escondidas.

Sapnap se sentía culpable de su muerte. Más culpable de lo que debería.

Él había aventado la libreta a la estantería con la que Karl murió. Él había olvidado volver a bajar la libreta. Él le había regalado la libreta en primer lugar.

¡Él le dio la maldita libreta que causó su muerte!

—Te estás olvidando por completo que fue el objeto que más lo hizo feliz.

Aquella voz lo asusto, volteando de inmediato a ver de donde provenía, el chico heterocromatico estaba de nuevo ahí, a su lado.

—No te culpes, la amnesia lo mato, no tú.

¿Por que quería llorar de nuevo?

¿Por que George le estaba diciendo eso?

Estaba por protestar cuando unos ligeros pasos lo hicieron distraerse. Una linda mujer castaña caminaba hacia él con elegancia y respeto.

Usaba unos lentes negros que tapaban por completo sus ojos, pero Sapnap pudo jurar que vio un lindo destello amarillo en cada uno.

Cuando regreso su mirada a George, el chico ya no estaba.

—Eres Sapnap ¿cierto?

La pregunta de la mujer lo descoloco, ni siquiera la conocía.

—Sí.

—Creo que esto te pertenece.

Los ojos de Sapnap escocieron al ver como la linda castaña le entregaba en sus manos aquella libreta que tanto daño había causado.

—Karl escribió en la última página que de pasarle algo, esto te pertenecería a ti y solo a ti.

—Gracias...

—Mi hijo te amaba.

Aquellas palabras lo sorprendieron, haciendo que levantara la mirada asombrado.

La madre de Karl lo miraba con una débil sonrisa. Sapnap juro ver reflejado a Karl en ella.

—Yo también lo amaba...— murmuró apenas audible, aferrándose con fuerza a la libreta.

—Le gustaba mucho escribir— comenzó a contar la mujer mientras se quitaba los lentes, dejando ver unos preciosos ojos amarillos llenos de lágrimas.

Sapnap entendió de dónde es que Karl había heredado tan lindos ojos.

—Me solía escribir cartas, aunque últimamente no tan seguido, pero rápidamente comprendí porqué. Si escribía una carta de mil palabras, novecientas noventa y nueve eran hablando sobre ti. Le fascinaba estar contigo.

Sapnap se sintió mal de nunca haberse atrevido a hablar con su padre. Tantas cosas que pudieron hacer juntos y se retuvieron por miedo.

Demasiado tarde para pensar en eso.

—Gracias por hacer tan feliz a mi pequeño.

Asintió sin decir nada, pues no quería seguir llorando, al menos no delante de aquel cajón donde yacía su amado. Nunca quiso que Karl lo viera así de destrozado.

La mujer dio una leve caricia en sus cabellos y se marchó, yendo hacia donde parecía estar su esposo, Sapnap no prestó mucha atención.

—Sapnap.

El pelinegro estaba fastidiado de que le estuvieran hablando todo el tiempo. Solo quería ir a dormir, y si se puede no despertar más.

Al voltear miro a su papá con cierto regalo en sus manos. Bad se lo extendió de inmediato.

—Es tuya ¿verdad?

Sapnap agarro la libreta con su mano derecha, mientras acercaba la izquierda para tomar aquella bandana que tanto adoraba.

Ni siquiera tenía mente para eso. No pudo darse cuenta de cuando se le había caído, no
recordaba.

Bad acomodo con delicadeza algunos mechones rebeldes del pelinegro.

—¿Quieres que regresemos a casa?

Sapnap lo miro aturdido.

—¿Casa?

—Quizás volver a la ciudad sea lo mejor, Skeppy nos está esperando.

El pelinegro lo pensó. Karl ya no estaba vivo.

¿Valía la pena quedarse?

—¿Podemos esperar hasta que lo sepulten?

—Sí, está bien. Le dire a Skeppy que limpie tu antigua habitación.

Bad le dio una sonrisa tranquila, dejando una caricia en la mejilla de su hijo para irse hacia las instalaciones.

Sapnap fue a sentarse a una esquina, mientras admiraba aquellas dos pertenencias que habían significado tanto para ambos.

Quería llorar hasta quedarse sin agua en el cuerpo, pero al final del día eso no servía de nada, llorar no iba a revivirlo. Abrió con cuidado la segunda página de la libreta, encontrando un sobre hecho a mano que sabía perfectamente lo que contenía.

Saco de el unas cuántas fotos con suma delicadeza, pues tenía temor de romperlas.

Observó una en específico, donde Karl estaba encima de él en una posición demasiado incómoda a la vista, pero ambos se estaban riendo, parecían divertirse. Sapnap no puede recordar si fue así, su mente seguía bloqueada.

No sabe por cuánto tiempo admiro la foto, solo sabe que comenzó a oscurecer. La luna estaba saliendo y las nubes amenazaban con llover en cualquier momento.

—Regresa a tu habitación.

Sapnap ya no estaba sorprendido de que alguien apareciera a su lado de la nada, todos en ese lugar parecían ser fantasmas, así fue como conoció a Karl.

—Odio estar ahí.

—¿Por qué?

—De haber obedecido a mi papá, no me habría encerrado. Quizás hubiera llegado a tiempo con Karl y no estaríamos en esta situación.

—El "hubiera" no existe.

—Eso es lo que más duele.

—¿La odias porque te retuvo?

—Sí.

—En realidad tu padre es el que te retuvo.

Miro con molestia a George.

—Solo déjame en paz.

—Si no entras y empieza a llover la libreta se dañara.

Eso era lo que menos quería. Era lo último que le quedaba de Karl, aparte de la bandana.

George se despidió con la mano, entrando a las instalaciones cuando sintió unas cuantas gotas caer en sus brazos.

Sapnap se levantó rápidamente, escondiendo la libreta entre sus ropajes para que no se mojara. Observó el lindo cielo nublado y juro que vio una nueva estrella aparecer, tan brillanté y preciosa con un resplandeciente tono amarillo.

Soltó un suspiro y decidió ingresar al internado también.

Ya estaba comenzando a alucinar.

Memories? [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora