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Sapnap había durado dos días sin visitar a Karl.

No por voluntad propia, su padre lo tenía demasiado retenido estudiando.

Pero hoy por fin pudo escapar de sus garras.

—¡Karl!

El castaño se sobresaltó, tirando la pluma con la que estaba escribiendo. Entrecerró los ojos y miro con cierta molestia al contrario.

Sapnap ignoró por completo las señales de enojo, acercándose a ver qué estaba escribiendo.

Al parecer andaba dibujando pequeños corazoncitos en toda la libreta. Quizás estaba aburrido.

—Lamento no haber venido, mi papá está cada vez más insoportable— se quejo, sentándose a un lado de él.

Recargó su cabeza en el hombro de Karl, quien sólo seguía dibujando símbolos extraños en el papel. Sapnap creyó ver espirales.

Era una pequeña rutina que se habían apropiado. Sapnap hablaba y Karl lo escuchaba.

—Te juro que cada día le entiendo menos. Me dijo que si le sigo retando me va a mandar con un amigo suyo para que me re inscriba a clases. También dijo que he cambiado mucho, yo también siento que es así desde que te conocí, pero fue para bien ¿no?, al menos yo lo siento así, ¡me siento más libre! ¡más feliz!

Exclamaba con entusiasmo mientras hacía ademanes con las manos, formando una que otra figura para que el contrario entendiera mejor lo que le estaba contando.

—Me regaño porque tengo más confianza en mi mismo gracias a ti, aunque él no sabe que es gracias a ti, claro. Últimamente todo es muy confuso, piensa que me estoy revelando en contra suya, pero yo solo quiero que me de tiempo libre para hablar contigo.

Karl soltó una suave risa.

Recordó el día que lo conoció, todo tímido y callado, encerrándose en su mundo de no tener a nadie más que su padre. Obediente y reservado.

Ahora estaba ahí, contándole cosas tan genuinamente que no parecían la misma persona. Podía notar sus ojos brillosos debido a la emoción y como su timbre de voz cambiaba constantemente, ya no solo era monótono como antes.

Su piel también parecía haber cobrado más vida, la palidez que antes lo caracterizaba se estaba yendo, pero seguía con ese mismo tono blanquecino.

Antes se rehusaba un poco al contacto físico, ahora parecía fascinarle. Karl estaba alegre de que Sapnap por fin estuviera siendo él mismo, sin objeciones o quejas.

—No lo sé, solo se que tú me haces feliz, que te amo.

Karl dejo de escribir ante las palabras del pelinegro, mirando estático la libreta.

El oji-azul se separó levemente de él, para mirarlo con curiosidad.

—Yo también te amo, Sapnap.

Le sonrió dulcemente. Esa sonrisa que Sapnap tanto amaba ver.

—Mira ¿te gusta?

Karl le pasó la libreta, mostrándole aquellos garabatos que ahora eran unos preciosos dibujos minimalistas. Efectivamente, pudo notar algunos espirales y uno que otro corazón.

Lo que más resaltaba eran aquellos ojos azul eléctrico, Sapnap creyó haberlos visto antes.

—¿Son mis ojos?

—Sí. Son demasiado lindos como para no plasmarlos en mi pertenencia más preciada.

Sapnap de la nada se sintió tímido, como aquella primera vez que lo vio.

—¿Me lo prestas?

Karl le pasó la libreta, viendo como Sapnap cambiaba de hoja, empezando a dibujar.

Sapnap no era el mejor dibujante y lo sabía, pero tampoco dibujaba tan mal. Al menos podía hacer lo básico sin que se viera horrible.

Empezó con leves trazos en el papel, mientras Karl solo lo veía en silencio.

Una que otra línea se pasaba de donde se supone debía ir, pero Sapnap no buscaba hacer un dibujo perfecto, solo quería que le gustara a Karl. Era todo lo que necesitaba.

Termino con los últimos retoques, devolviéndole la libreta a su dueño.

Unos preciosos ojos amarillos resaltaban en la hoja. Sapnap se había tomado el tiempo suficiente para buscar entre todos los colores el tono específico de sus ojos. Agradecía tener un kit completo.

—Son preciosos— halago Karl, pasando la yema de sus dedos por todo el contorno del papel.

—Es porque son tuyos.

El castaño se avergonzó un poco.

—Me refería al dibujo.

—Lo sé.

Se observaron en silencio, intentando averiguar lo que la mirada del otro decía.

Karl fue el primero en acercarse, juntando sus labios con los del pelinegro.

Sapnap no dudó ni en segundo en corresponder.

Era un beso demasiado tranquilo. Se notaba desde lejos que ambos habían estado esperando este momento hace un tiempo, pero ninguno se había atrevido por miedo quizás.

Las manos de Karl se posaron en las mejillas del contrario, separándose levemente de él.

Los dos abrieron los ojos para mirarse.

Hubo un corto silencio antes de que los dos estallaran en carcajadas, mientras se abrazaban con fuerza sin querer soltarse nunca.

Ambos corazones palpitaban sincronizados.

Memories? [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora