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Karl no podría sentirse más feliz.

Había olvidado la mayoría de su vida, pero Sapnap seguía con él, ayudándolo a practicar los ejercicios de memoria que Nihachu le había encomendado.

Sapnap aún así seguía triste, pues notaba como su lindo chico había perdido ese brillo que lo caracterizaba, ya casi nunca sonreía y sus preciosos ojos parecían ya no iluminarse por nada.

—¡Esto ahora es mío!

Karl en un solo y rápido movimiento le quito la bandana a Sapnap, comenzando a correr por todo el almacén.

—¡Oye!— se quejó el pelinegro, levantándose de donde estaba sentado.

Su mirada viajó por todo el lugar, hasta que reparó en cierto articulo favorito del de ojos amarillos.

Tomó la libreta entre sus manos, alzándola victorioso.

—Entonces esto será mío.

—¡Devuélvemela!

—Cuando me devuelvas mi bandana.

Karl negó con la cabeza de manera inconsciente, amarrando la pertenencia del pelinegro en su mano. Hizo un seña de guerra que Sapnap no supo captar, hasta que el castaño empezó a correr hacía él.

El oji-azul comenzó a huir de su novio por todo el almacén, mientras ambos reían.

Sapnap en un acto desesperado lanzo la libreta y esta cayo encima de una estantería, demasiado alto como para alcanzarla poniéndose de puntas.

Los dos se detuvieron enfrente, admirando desde abajo la esquina de la libreta apenas visible, quizás si movían un poco la estantería se caería.

Sapnap estaba por hacerlo pero Karl le detuvo, tomándolo del brazo.

—Podrías tumbar todo y haría demasiado ruido, mejor esperemos a la noche para bajarla, ya nadie estaría por los pasillos— le ofreció Karl.

—Tienes razón, es muy arriesgado.

Ambos suspiraron con cansancio, últimamente todo les salía mal. Fueron a sentarse en donde estaban antes, algo aburridos.

Karl comenzó a jugar con la bandana en su muñeca, amarrándola y desamarrándola, volviéndolo un bucle.

Sapnap solo se dedicaba a verlo desde su lugar, no importa que hiciera el castaño, él se quedaría como idiota embobado admirando su belleza.

La piel de Karl estaba más pálida debido a que ya nunca salía de su habitación o el almacén, sus labios se veían secos y levemente rotos, su cabello se veía más largo y su caminar se había vuelto flojo, pero ante los ojos de Sapnap era el ser más precioso que alguna vez existió.

Su Karl seguía siendo la lucecita que iluminaba todos sus días.

Era un sol y el mundo no lo merecía.

Daría lo que fuera por intercambiar de lugar con Karl, que este pudiera tener una vida normal, ir a la escuela y hacer cientos de amigos. Karl parecía una persona muy social, pero estaba ahí, encerrado, solo, sin posibilidades de irse.

—Mi mamá llega mañana.

La voz de su novio lo regresó a la realidad, viendo que ahora estaba detrás de él colocándole de nueva cuenta la bandana.

—¿Podré conocer a mi suegra?

—Si tú quieres que te la presente, pues si.

—Lo estuve pensando.

Karl lo miro con curiosidad, recargándose en los hombros del pelinegro.

—Creo que es momento de que le diga a mi papá sobre nosotros, estoy cansado de ocultarnos aquí, también quisiera salir al jardín, hacer un picnic, acompañarte a otros lugares. No lo sé.

—Eso me haría muy feliz.

—Quiero hacerte feliz.

Sapnap se volteo para quedar frente a frente con su novio, tomándolo de las muñecas para acercarlo.

Junto sus labios en un suave beso, sintiendo como Karl le correspondía enseguida.

Fue soltando sus manos con lentitud, para después tomarlo por la cintura y sentarlo frente a él.

Karl por otro lado llevó sus brazos alrededor del cuello del pelinegro. El castaño acariciaba con cuidado la cabellera de su chico.

Ambos se separaron con una pequeña sonrisa, sin atreverse a abrir los ojos todavía.

Sapnap restregó su mejilla contra la de Karl, mientras esté soltaba ligeras risas. Se sentía demasiado bien.

—Te amo, te amo, te amo.

Repetía Sapnap una y otra vez, repartiendo unas cuantas caricias en la espalda baja del castaño, Karl las aceptaba gustoso.

—Yo también te amo.

El oji-azul dejó un beso estruendoso en la frente de su novio, abriendo por fin los ojos. Aquello provocó que Karl los abriera también, algo sorprendido.

—Tengo algo de hambre— le informó Sapnap.

Karl bostezo con cansancio.

—¿Quieres ir a la... bueno, por comida?

—Sí, si quiero ir a la cocina ¿me acompañas?

—Sería un honor— bromeó, siendo ayudado por su novio a levantarse.

Los dos salieron del almacén tomados de la mano.

Ambos olvidaron la libreta.

Memories? [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora