Lo último que le apetecía a Mew era salir esa noche. Estaba muy enfadado. Esa misma tarde, durante el partido de golf, había estado a punto de cerrar un trato importantísimo, la oportunidad de poder fusionar la revista con una cadena local de televisión. Era el plan perfecto. Llevaba meses trabajando duro para conseguir aquello, hablando con los socios de la cadena, convenciendo a los inversores y a los anunciantes. Pero, para su sorpresa, al llegar al campo de golf para mantener una charla informal con el jefe de la cadena de televisión, este se había presentado allí acompañado de su esposo, un tal Nu New Panich.
Al parecer, Zee Pruk Panich tenía muy en cuenta la opinión de su joven esposo. No solo los había acompañado durante toda la jornada, jugando con ellos y lanzando las pelotas de golf como si desahogase su frustración con ellas, sino que además había opinado sobre temas de negocios que no venían al caso. Cuando parecía que todo estaba encauzado, Nu New se había mostrado disconforme con varios puntos y lo había atacado directamente.
A él. A la mismísima Bestia. ¿Cómo se atrevía?
—De modo que eres uno de esos hombres que vive obsesionado por el trabajo. Zee me ha hablado mucho de ti y, aunque creo que es una buena oferta, no estoy seguro de que nuestros intereses morales estén en sintonía, ¿me entiendes, Mew?
Su marido se había quedado callado, mirándolo con admiración mientras Nu New lanzaba un tiro largo y luego se apoyaba en su palo de golf alzando una ceja en alto.
—No te entiendo, ¿qué quieres decir? —preguntó Mew.
—Que no sé si encajarían nuestras formas de trabajar.
—¿Importa acaso? Aquí lo relevante son los números.
—Te equivocas. Los números es un factor a tener en cuenta, desde luego, pero también lo es esto. —Nu New se llevó una mano al pecho para señalarse el corazón—. Mi marido y yo heredamos la cadena de televisión hace años, cuando mis suegros murieron, y hemos trabajado duro en ella para conseguir que siga teniendo unos valores familiares y correctos. No solo nos importa el dinero, Mew, también saber que está en buenas manos, que la gente con la que nos asociamos está dispuesta a sacrificar a veces la parte monetaria por otros aspectos. Siempre hay cosas más importantes que el trabajo, ¿no crees?
No, por supuesto que no lo creía.
En una pirámide de prioridades de vida, sin duda la primera, ese pico alto, la ocuparía el trabajo. Después, quizá, tendría hueco para sus hermanos, Win y Yin y sus padres. Bajo ellos solo había más trabajo. Toneladas de trabajo.Mew estaba obsesionado con la idea de ser mejor y, cada vez que conseguía alcanzar una de las metas que se había propuesto, se le ocurría otra distinta y luchaba por ir a por ella, así que era un bucle sin fin.
La cuestión es que, después de aquel encuentro, Zee le había llamado para decirle que necesitaba pensárselo antes de firmar ese acuerdo en el que Mew llevaba invirtiendo todos sus esfuerzos día y noche, y todo porque no parecía caerle bien al entrometido esposo de Zee.
Se bebió el vaso de whisky de un trago largo.
—Necesitas calmarte —le dijo su hermano Yin.
—¿Calmarme? ¡Ese doncel va a tirar por la borda todo el trabajo de meses! ¿Qué demonios esperaba? ¿Que fuese el típico empresario moderno vegetariano que participa en carreras solidarias y está a punto de casarse con un hermoso joven doncel que resulta ser su amor desde los quince años? —ironizó.
—Probablemente. —Yin alzó las cejas—. Es un prototipo muy solicitado ahora.
—¡Maldita sea! —Lanzó el vaso por los aires y se hizo añicos.
—Pareces un niño mimado —lo reprendió su hermano Win.
—¡Mira quién fue a hablar! El Principito de la familia —se burló.
Win se encogió de hombros, se limpió una uña y se levantó. Tenía el cabello oscuro, igual que sus dos hermanos, y unos ojos grandes y grises, como ellos. Su piel era pálida y la ropa que llevaba encima costaba más que algunos coches; un bolso y unos pantalones de Gucci y una camisa de una exclusiva tienda de ropa. Se acomodó el cabello con los dedos mientras se encaminaba hacia la puerta del apartamento de su hermano tras despedirse de ellos.
—Me marcho ya, he quedado esta noche —les dijo.
—No hagas nada que yo no haría —bromeó Yin, porque todos sabían en la ciudad que él era capaz de hacer cualquier cosa, desde gastarse miles de dólares en una noche para comprar varias botellas de champagne hasta alquilar un helicóptero por su cumpleaños.
Win se echó a reír antes de abrir la puerta y marcharse. Los dos hermanos se quedaron solos, pero pronto llegó Boat Napat Srinakluan, que, cuando vio que el ambiente estaba caldeado, decidió prepararse él mismo una copa. Por suerte o por desgracia, conocía bien a Mew.
Los cuatro se habían criado juntos.
Mew, Yin y Win eran los hijos de los Jongcheveevat, fundadores de una de las revistas más importantes del país, Golden Jongcheveevat. El mayor de todos los hermanos, Mew, se había visto obligado desde pequeño a ser el director de la misma y, por ello, había estudiado duro y trabajado aún más. Era un hombre perfeccionista, persuasivo e inteligente. Frío como un témpano de hielo, pero perfecto para los negocios. Los trabajadores de la redacción de la revista lo habían apodado desde hacía años como la Bestia, porque resultaba temible.
Por el contrario, Yin y Win eran alocados, les gustaba divertirse y no estaban acostumbrados a seguir un horario fijo, razón por la que Mew rara vez confiaba en ellos a la hora de asignarles tareas. Win era un pequeño doncel caprichoso y demasiado impaciente. Yin era irónico e impulsivo, por lo que nunca pensaba en consecuencias antes de hacer las cosas. A diferencia de él. Mew sí lo hacía. Lo pensaba todo mucho y muy bien.
Eso lo sabía bien Boat Napat Srinakluan, que había conocido a su novio, Mild Suttinut Uengtrakul, gracias a que todos trabajaban en la revista y que, además, había crecido junto a los Jongcheveevat al ser el hijo del ama de llaves interna que la familia tuvo en su casa hasta que fueron mayores. Era como uno más, e incluso lo invitaban a la cena de Navidad, con la diferencia de que no usaba su apellido.
—Te vendrá bien dar una vuelta, venga —le dijo Boat.
—Es lo último que me apetece —masculló Mew.
—Ya, pero lo harás por nosotros —insistió Yin.
Mew se contuvo para no gruñir y, cuando los otros dos lo miraron expectantes, terminó asintiendo con la cabeza antes de caminar hacia su habitación para coger una chaqueta. Todos los Jongcheveevat vivían en aquel bloque de edificios, cada uno en un piso diferente; ser el primogénito le había ayudado a conseguir el mejor y el más grande: un ático inmenso e impoluto desde cuya terraza se podía ver toda la ciudad de Nueva York.
Al final, a pesar de su poco ánimo tras no haber podido cerrar el trato que tanto le obsesionaba con esa cadena de televisión, Mew salió con su hermano y con Boat del edificio y los tres montaron en un taxi de camino a Sky Room, un local de moda de la ciudad. Estaba en lo alto de un rascacielos, tenía dos salas y tres terrazas en las que ponían música y servían las mejores copas de la zona, aunque Mew siempre solía quedarse en la zona vip y exclusiva de los reservados, de modo que se mezclaba poco con la gente.
Mientras recorrían las calles dentro del taxi, sacó su teléfono y marcó un número.
—¿A quién llamas? —le preguntó su hermano Yin.
—A mi secretario —contestó—. Pero no contesta.
—Normal, son las once de la noche. —Boat suspiró.
—¿Y? Le pago bien, debería estar disponible.
—Esta es una de las razones por las que tus trabajadores te llaman la Bestia, eres consciente de ello, ¿verdad? —le preguntó Boat mientras Yin intentaba no reír—. Deberías aflojar un poco el ritmo, Mew. Ya sabes, relajarte. ¿Qué es eso que necesitas decirle?
—Quiero que me consiga otra reunión con los jefes de la cadena, seguro que si vuelvo a quedar con ellos y finjo ser considerado y preocuparme por las ballenas en extinción…
—Dame eso. —Yin le quitó el teléfono y colgó.
—¡Eh, devuélveme mi móvil! —bramó enfurecido.
—No pienso hacerlo hasta que termine la noche. Esto es terapia, Mew. Tienes que aprender a divertirte un poco. Pídete una copa, pasa un rato tranquilo, olvídate del trabajo.
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El Secretario y la Bestia.
RomanceEl Secretario y la Bestia. 🌻☀️ Hermanos Jongcheveevat, libro 1. Sinopsis: Todo el mundo teme a Mew Suppasit Jongcheveevat, el director de la revista más vendida de Nueva York, al que sus trabajadores apodan como "la Bestia". Es hermético, impertur...