—Recoge tus cosas. Pasamos la noche fuera —le dijo Mew.
—¿Fuera? ¿Dónde? —Gulf frunció el ceño, mirándolo.
—Es una sorpresa. Vamos, no protestes. —Le guiñó un ojo antes de escabullirse a su habitación y dejar a Gulf con una sonrisa tonta en la cara.
Mientras recogía su ropa en la pequeña maleta de mano que había llevado a casa de Mew, pensó en las dos noches que llevaban durmiendo juntos y se estremeció cuando un hormigueo le recorrió la piel. La primera, él se lo había pedido a Mew y se habían limitado a dormir abrazados, con las piernas y los brazos enredados. Gulf no recordaba que despertarse al lado de un cuerpo cálido y fuerte fuese uno de los mayores placeres del mundo, pero lo era, porque no tenía precio encontrarse con sus ojos grises de buena mañana y con esa mirada que siempre había sido dura y que ahora estaba llena de ternura. En cambio, la segunda noche no había sido tan tierna, sino agonizante. Porque Mew lo había besado durante lo que parecieron horas, entre las sábanas, y Gulf casi le había rogado que se desnudara y diesen al fin el paso; sin embargo, a pesar de que Gulf podía sentir su excitación a través de la ropa contra su cuerpo, Mew se había negado a ir más allá y se había limitado a besarlo, a hablar en susurros y a acariciarlo por todas partes como si deseara torturarlo.
Claro que Gulf no imaginaba el ejercicio de control que aquello estaba suponiendo para Mew. De hecho, llevaba casi dos noches sin poder pegar ojo, incapaz de dejar de pensar en el chico que dormía a su lado, casi como un adolescente mirándolo embobado en medio de la oscuridad y escuchando su respiración pausada. Nunca se había sentido así. Nunca se había contentado con el mero hecho de dormir junto a un chico, por guapo que fuese. Era la primera vez que, más allá del deseo y de las ganas que le tenía, lo único que deseaba era conseguir que se sintiera seguro a su lado, que lo mirase sin dudas ni temor.Y que solo lo mirara a él, recordó. Porque ese pensamiento empezaba a convertirse en una necesidad. La idea de que sus caminos se separan cuando aquel noviazgo falso llegara a su fin, lo aterraba. Perder a Gulf empezaba a darle más miedo que perder cualquier negocio, cualquier trato, cualquier otra cosa que tiempo atrás fuese una prioridad.
—¿Ya estás listo? —preguntó al pasar por su habitación.
—Creo que sí. ¿De verdad no piensas decirme a dónde vamos?
—De verdad. —Lo miró divertido y le quitó la maleta de las manos antes de coger la suya y dirigirse hacia la puerta de la salida. Cuando abrió, se encontró allí con sus hermanos, que, al parecer, estaban a punto de llamar al timbre—. ¿Qué hacen aquí?
—Hace días que no te vemos el pelo y, teniendo en cuenta que vivimos en el mismo edificio, empezaba preocuparnos la situación —contestó Yin.
—¿Se van a alguna parte? —preguntó Win mirando las maletas.
—Eso no es asunto suyo —respondió Mew entre dientes.
—Vaya, vaya, una escapada romántica —se burló Yin.
—Pues sí que se les da bien fingir que son novios —añadió Win.
Mew contuvo las ganas que le entraron de estrangular a sus dos hermanos. ¿Por qué nunca podían mantener la boca cerrada en los momentos apropiados? Miró a Gulf de reojo, que parecía incómodo en medio de aquella situación y eso terminó por desestabilizarle.
—No tengo tiempo para sus tonterías. Vamos, Gulf. —Tiró de él con firmeza e ignoró las risas de Yin y Win mientras entraban en el ascensor y se alejaban de ellos.
Una vez en el garaje, metió las mochilas en el maletero, encendió la radio para poner música y dejó de pensar mientras recorrían las calles de la ciudad. Poco a poco, Gulf se relajó y él también. Bajó las ventanillas del coche cuando salieron de la ciudad.
—Dame alguna pista —pidió Gulf.
Le gustó verlo con esa sonrisa de niño, porque Mew tenía la sensación de que, de algún modo, lo ocurrido le había robado su juventud, la libertad. En cierto modo, Mew entendía qué significaba ese vacío, la sensación de estar atado de pies y manos, aunque sus situaciones fuesen tan diferentes. Le sonrió y apoyó una mano en su rodilla.
—¿Qué gracia tendría que lo adivinaras?
—Toda. Me gusta ganar. Y vencerte a tí.
Mew se echó a reír y se puso las gafas de sol.
—De acuerdo. Vamos a un lugar especial.
—¡Eso no me dice nada! —protestó.
—Era justo lo que pretendía —se burló Mew.
Estuvieron retándose entre risas hasta que un cartel en el que se leía Long Island apareció ante sus ojos. Gulf sintió un vuelco en el estómago y Mew lo miró de reojo, divertido, porque sabía que Gulf acababa de descubrir la sorpresa. Antes de que pudiese decir nada, se desvió y paró delante de un establecimiento de comida rápida.
—Quédate aquí, voy a comprar algo —le dijo.
Gulf lo vio alejarse a través del cristal, fijándose en su cuerpo esbelto y en lo bien que le quedaba vestir un día informal, con esos vaqueros y esa camiseta que se ajustaba a su torso. Se preguntó cómo era posible que hubiese soportado trabajar durante dos meses para él sin terminar entrando en su despacho y tumbándose desnudo sobre su escritorio a modo de ofrenda. Porque pensabas que era un imbécil egocéntrico y sin sentimientos, le recordó una voz en su cabeza. Y era cierto. El problema era que, ahora que sabía que Mew Suppasit Jongcheveevat no era esa Bestia que todos creían, no podía reprimir los sentimientos que ya habían echado raíces antes de que se diera cuenta y que ahora intentaban aflorar rápidamente.
—No puedo creer que estés haciendo esto —le dijo cuando volvió a entrar en el coche y dejó en el asiento trasero la bolsa con la comida que acababa de comprar.
—¿Por qué no? —preguntó mientras arrancaba.
Porque no te va, pensó Gulf, pero reprimió ese pensamiento y no llegó a decirlo en voz alta. Entendió en ese momento que Mew se había pasado toda la vida siendo como los demás esperaban que debía ser; frío, exigente, inaccesible. Un hombre de negocios hecho a medida desde que era solo un niño. Puede que él fuese una de las primeras personas con las que Mew se dejara ver en realidad, mostrándole esa otra parte que escondía a diario.
Una sonrisa permanente se instaló en sus labios cuando Mew aparcó delante de una casa inmensa, de dos plantas, apenas a unos metros de distancia de la arena de la playa. Gulf bajó del coche y Mew lo cogió de la mano antes de que pudiera subir los escalones del porche.
—¿A dónde me llevas? —preguntó Gulf, divertido.
—¿Ya no lo recuerdas? Dijiste que tu cita ideal sería algo así, en Long Island, improvisando un almuerzo en la playa. Así que eso es lo que tendrás.
—No me puedo creer que de verdad me estuvieses escuchando aquel día.
—He escuchado todo lo que has dicho hasta ahora —le aseguró.
—De modo que tenemos una cita —dijo Gulf mientras se quitaban los zapatos antes de internarse en la arena cálida y sentarse frente a la orilla, sin importarles que se ensuciase la ropa o que la brisa del mar les revolviese el cabello. Mew pensó que nunca antes había estado tan relajado con otra persona—. Así que, ¿esta casa es de tu familia?
—Sí, veníamos aquí en verano. Ahora hace años que no la frecuentamos demasiado, pero guardo buenos recuerdos —le contó, sacando la comida de la bolsa—. Yin, Win, Boat y yo jugábamos en esta playa durante horas y horas. Era divertido. Cuando aún no había responsabilidades ni preocupaciones a la vista. —Suspiró hondo.
—No es justo que hayas cargado con todo ese peso.
—Todo tiene desventajas. También podría considerarse una suerte haber nacido en una familia adinerada y heredar sus negocios —admitió—. Toma. —Le tendió la comida.
Juntos, con la vista fija en el mar y las olas que lamían la orilla de la playa, degustaron las empanadillas y la porción de pastel de chocolate que Mew había comprado. El sol del mediodía relucía en lo alto del cielo azul despejado y, cuando vio a Gulf tumbarse en la arena y cerrar los ojos con los brazos extendidos en alto, Mew pensó que era la visión más perfecta del mundo, con su rostro cara al sol y las orejas y mejillas calientes.
Se inclinó y le dio un beso en la punta de la nariz que a Gulf le hizo reír. Después descendió hasta atrapar sus labios y sus bocas se fundieron en un beso intenso y enloquecedor.
—¿Sabes una cosa? —Gulf lo miró—. Siempre pensé que tus besos serían fríos, distantes.
—Ah, ¿sí? —Mew sonrió—. Entonces pensabas en mis besos…
Gulf se sonrojó, pero Mew lo sostuvo por una mejilla para que no dejara de mirarlo.
—A veces. Un poco. Tenía curiosidad —admitió.
—Qué interesante… —susurró seductor.
—Pero llegué a otra conclusión.
—¿Cuál? —Apoyó un codo en la arena.
—En realidad eres todo lo contrario. Quemas.
—Quemo —repitió Mew, sintiendo una emoción extraña en el pecho. Durante toda su vida le habían dicho que era perfecto, frío, inalcanzable. Pero nunca que quemase. Le gustó la idea de que tan solo Gulf pudiese verlo de verdad.
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El Secretario y la Bestia.
RomantikEl Secretario y la Bestia. 🌻☀️ Hermanos Jongcheveevat, libro 1. Sinopsis: Todo el mundo teme a Mew Suppasit Jongcheveevat, el director de la revista más vendida de Nueva York, al que sus trabajadores apodan como "la Bestia". Es hermético, impertur...