🌻Capítulo 10☀️

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Mew volvió a releer el mensaje mientras subía en el ascensor. Era extraño como unas palabras tan sencillas podían reconfortarlo tanto. Quizá porque no estaba acostumbrado a que nadie se preocupara por él o le preguntase siquiera qué tal le había ido el día. Le gustó pensar que Gulf se había acordado de él a última hora del día, tras llegar a casa del trabajo. Sobre todo, después de la locura que acababa de hacer, como subirse a un avión justo tras terminar el funeral para regresar a casa, a pesar del cansancio que eso suponía después de pasarse casi toda la noche sin dormir y tener ya la reserva de un hotel en Seattle y una lujosa suite esperándolo para descansar. Sin embargo, sintió la necesidad de regresar a casa, como si la idea lo reconfortase de alguna manera inexplicable.
   
Cuando metió la llave en la cerradura y abrió, escuchó la música que venía del salón. Caminó hacia allí a paso lento, tras quitarse la chaqueta y la corbata, pero frenó al darse cuenta de que la luz del cuarto de baño estaba encendida.
   
Frunció el ceño y se asomó a la puerta para apagarla, pero entonces se quedó completamente paralizado. No podía moverse. De hecho, no podía casi ni respirar.
   
Gulf estaba desnudo. Las burbujas se habían esfumado con el paso del tiempo y el agua cristalina dejaba a la vista aquel cuerpo delgado pero proporcionado, los pequeños pezones rozando la superficie en calma y su cabello mojado pegado a su rostro.
   
Mew sintió que las pulsaciones se le disparaban.
   
—¡Joder! —Se le escapó.
   
Gulf abrió los ojos, asustado.
   
—¡Ahhh! —Chapoteó en el agua, intentó cogerse de la cortina de la bañera que estaba corrida a un lado, pero terminó rompiéndola y consiguiendo que se le cayera encima con un gran estrépito—. ¡Mierda! ¡Maldita sea!
   
Mew corrió a ayudarlo cuando logró reaccionar y que las neuronas volvieran a funcionarle bien. Cogió la cortina en la que Gulf había terminado medio enrollado, aún metido en el agua ya fría de la bañera en la que parecía haberse quedado dormido.
   
—Cálmate —le pidió Mew—. ¿Te has hecho daño?
   
—No, pero necesito que salgas de aquí —contestó agitado.
   
—De acuerdo, ¿seguro que estás bien?
   
—Muy bien, perfectamente.
   
Mew se levantó y lo miró una última vez, allí metido en el agua y con la cortina rota echada por encima para cubrirse el cuerpo desnudo. Ese cuerpo en el que él ahora era incapaz de dejar de pensar. Fue a la cocina y se bebió un vaso de agua casi sin respirar para ver si conseguía calmarse, porque no recordaba la última vez que había estado tan excitado y tan nervioso; casi podía escuchar el latir del corazón retumbando con fuerza contra su pecho.
   
Se sentó en la terraza y esperó hasta que Gulf apareció, diez minutos más tarde, ya vestido con un pijama infantil y la cara lavada. Y a pesar de todo está precioso, pensó Mew. Cuando vio sus orejas rojas, sintió ganas de besarlo.
   
¿Desde cuándo él tenía ganas de besar a un chico? En todo caso tenía ganas de acostarse con él, de follárselo, de pasar una noche en la que olvidarse de todo. Pero no de besarlo.
   
—Lo que ha ocurrido… —Gulf se sentó en el sofá de enfrente—. Agradecería que los dos lo olvidásemos. Pensaba que no llegarías hasta dentro de dos días…
   
—Cambié de opinión. —Inspiró hondo—. Y en cuanto a lo otro…
   
—No digas ninguna tontería —rogó Gulf, aún con las orejas ardiendo.
   
Mew sonrió. Fue una sonrisa que a Gulf lo dejó sin respiración, porque estaba cargada de intenciones y le resultó abrumadora. Nunca se había fijado en sus labios y eran perfectos, ni finos ni gruesos, de forma severa y recta. Se preguntó cuántas mujeres o donceles los habrían besado y qué se sentiría al estar entre los brazos de un hombre tan poderoso; no poderoso a un nivel económico ni laboral, no, sino poderoso por su actitud, por esa mirada implacable, por la dureza de sus gestos y del tono glacial y firme de su voz profunda.

Se estremeció y se frotó los brazos, nervioso.
   
—No es ninguna tontería asegurarte que lo que he visto será difícil de olvidar —contestó Mew con un tono ronco que a Gulf lo atravesó y lo calentó por dentro. Mew se inclinó hacia él con una sonrisa maliciosa en su rostro. Gulf no recordaba haberlo visto antes así; juguetón, seductor. Claro que, en el trabajo, jamás se lo permitía—. Pero no te preocupes, cariño, no es algo que no haya visto antes, creo que podré vivir tranquilo con el recuerdo.
   
—¡Eres un cretino! —Le dio un golpecito con el pie—. Y no me llames así.
   
—Es por acostumbrarme a esto del noviazgo falso.
   
Mew suspiró hondo y se estiró en el sofá, apoyándose en el respaldo y mirando el cielo estrellado que había sobre sus cabezas. La noche era tibia y él estaba agotado, tanto física como emocionalmente, pero lo último que le apetecía era irse a dormir.
   
—¿Cómo fue… el entierro…? —preguntó Gulf vacilante.
   
Gulf no sabía cómo comportarse con alguien como Mew. Temía que lo rechazara o que se cerrara como de costumbre, como él también solía hacer , se recordó. Vio que el semblante le cambió en cuanto sacó el tema a relucir y supo que era uno de esos hombres que se callaban lo que sentían y que no sabían cómo expresar tristeza o desolación, aunque sus rasgos sí lo hicieran por él. Lo notó por el brillo que perdió su mirada.
   
—Como todos los entierros. Poco agradable.
   
Ignoró la sequedad de su voz y siguió preguntando.
   
—¿Era un gran amigo tuyo? —Lo miró intrigado.
   
—Sí, de los buenos. No nos veíamos mucho, pero era uno de esos tipos con los que uno sabe que puede contar. Llevaba enfermo mucho tiempo. —Apartó la mirada de golpe y la fijó en sus zapatos—. Tenía cáncer. Ahora ya descansa en paz.
   
Gulf nunca había visto tantos sentimientos contenidos en una sola persona. Se compadeció de Mew y también de sí mismo; los dos cargaban demasiado peso en las espaldas y eran incapaces de compartirlo con otros para que el camino fuese más llevadero.
   
—Lo lamento mucho, Mew.
   
La voz sincera de Gulf lo sacudió.
   
—Gracias. —Lo miró a los ojos.
   
Se quedaron juntos compartiendo un silencio cómodo en la terraza, hasta que el viento sopló más fuerte y empezó a refrescar. Gulf se levantó despacio.
   
—¿Has cenado algo de camino aquí?
   
—No. ¿Y tú? —También se puso en pie.
   
—No. Podríamos, no sé, hacer algo, ¿quizá?
   
—Suena perfecto. —Gulf lo siguió cuando Mew entró en la casa.
   
Mew lo dejó en la cocina y le dijo que iba a darse una ducha rápida y a ponerse algo cómodo de ropa. No tardó demasiado en hacerlo, pero, mientras dejaba que el agua caliente le desentumeciese los músculos, rememoró cómo se sentía al lado de ese chico: comprendido, tranquilo. Dos palabras que casi nunca formaban parte de su día a día. La muerte de su amigo había sido un golpe seco, como un puñetazo en el estómago, aunque ambos sabían que pasaría e incluso se habían despedido unas semanas atrás, cuando él fue a verlo a la ciudad tras recibir una llamada de su esposa para contarle que la enfermedad era terminal. Pero, aun así, a pesar de saber lo que ocurriría, dolía la pérdida. Y de algún modo la presencia de Gulf calmaba un poco ese dolor, porque la idea de distraerse durante el resto de la noche lo tentaba después de rechazar quedarse solo en una habitación de hotel arrasando con el mini bar.
   
Cuando se cambió, fue a su encuentro en la cocina.
   
Gulf levantó la vista al verlo entrar. Sintió que se le secaba la boca de la impresión. Era la primera vez que veía a su jefe así, con el cabello revuelto y húmedo, vestido con un chándal cómodo y una camiseta blanca y ajustada, que dejaba a la vista unos hombros anchos y un estómago plano y duro. Y aunque normalmente con traje de chaqueta Mew parecía un actor de película, con algo más informal resultaba aún más atractivo. Casi peligroso.

El Secretario y la Bestia. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora