El par hermosos de luceros perdía poco a poco la luz con la que alumbraban el mundo, en ellos solo quedaban los vestigios de la soledad, ahondando en un profundo mar de lamentos en donde no había espacio a la esperanza, está había muerto.
El omega que admiraba la luz fría de la luna, se lamentaba en silencio haber salido lejos de la seguridad de la cerca, solo yacía el dolor de la realidad que se pavoneaba frente a él para que envidiase profundamente la felicidad de terceros. Él no representaba más que el peso de un pasado.
"¿Supiste de la relación de Mylo y Eugene? Ayer los vieron besarse en el bar". ¿Cómo se supone que debía responder a la pregunta inescrupulosa de Finn, solo quería comprar la despensa, no ahondar en la reconciliación de la pareja que estaba en boca de todos los pueblerinos que le miraban con cara de pena cada que pasaba por su lado. No había ni una sola alma que no le viese con pesadumbre, como si fuese un pobre omega abandonado.
A él nadie lo había abandonado, siempre supo el destino de relacionarse de manera romántica con Eugene. Sabía lo que pasaría y aún así le dolía, no podía escapar del desaliento perpetuo bajo el que era expuesto por los demás. El mismo Finn que mucha veces intentó ligar con él, colocó su brazo sobre su hombro para darle una tierna caricia, que antes de servirle de consuelo, solo le hizo aumentar el enojo. Estaba harto.
Apoyó su mejilla sobre sus rodillas, las que yacían cerca de su torso, dejándole mantenerse en una posición perfecta con la que lamentarse. Las lágrimas inevitablemente fluyeron por sus lagrimales, mojando su propia piel, abrazó sus muslos al rodearlos con los brazos y dejó que el viento de la noche le acariciase, acompañando sus silenciosos lamentos. Se sentía tan solo y miserable como los demás pensaban, quizá se había contagiado por culpa de ellos.
Sus propios labios dolieron, resintieron el peso de ser cambiados, sus dientes se enterraron en la tierna carne, como una especie de tortura por ser tan ineptos de no seguir siendo apetecibles para el alfa al que le pertenecían sus latidos. Cualquier ápice de esperanza de ser elegido, se terminó desmoronando, cual castillo de naipes, se desplomó sin que pudiese hacer nada más que aceptar la derrota.
— ¿Por qué él nunca me amó? — se preguntó a sí mismo, como si en el silencio de la noche, que levemente era derrumbado por el canto de las cigarras, pudiese encontrar la respuesta que acallase el dolor que clamaba por robarle el alma. Le dio una y mil vueltas a la respuesta que solo dejó un nudo que nadie podía desenredar, un cúmulo de inseguridades por no sentirse bonito, agraciado o suficiente.
— ¡¡Mamá!! — A lo lejos sonó el llamado de una de sus crías, la que ya no podía controlar, porque las preguntas se hacían mucho más frecuentes al pasar de los días. Su pequeño Thiago estaba resintiendo sus malas elecciones de vida.
... Temía arruinarle la vida a su segundo hijo, ese que era un secreto hasta de su propio padre.
— ¡Estoy afuera, bebé! — devolvió el grito, mientras se limpiaba el llanto con tal de fingir que todo era perfecto, que su corazón no se estaba derrumbando y él solo quería escapar.
¿Realmente debía irse? La respuesta le sirvió fácil cuando lo dijo por primera vez, porque estaba empujado por la sensación que era lo correcto, sin embargo, con el paso de los días su voluntad empezó a mermarse, naciendo en su pecho un sentimiento mucho más egoísta. ¿Valía la pena ser ruin para quedarse con el alfa? Cada vez que la sola idea de decirle a Eugene que estaban esperando un hijo con tal que él lo eligiera, tenía que zarandear su cabeza de lado a lado, apartando aquellos amargos pensamientos que solo llevarían a un futuro amargo.
Si Eugene no lo amaba, no servía de nada que lo eligiese a él. Bien podían vivir eternamente en cas pretendiendo que nada había pasado, que Mylo no existía y él era su omega. Seguir la rutina, pero recibir besos fríos, abrazos sin calor y sexo sin compromiso del corazón. Tenerlo y no tenerlo, eso significaba que Eugene Hemsley se quedase con él porque esperaba un hijo suyo. Una relación sin amor bueno, del pleno, del limpio, jamás podría darle una vida feliz.
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Más allá del destino
RomanceEugene y Mylo son destinados, se aman con locura desmedida, sin embargo, por discrepancias en sus sueños, se ven obligados a separarse... Eugene cree que el tema amor se acabó para él, hasta que conoce a Archer, un omega con un lazo roto y un hijo ...