Capítulo 10

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Las palabras se arremolinaban en su cabeza como un furioso tornado, yendo y viniendo sobre su propio eje, frases cortas o extensas, acciones claras e inapropiadas, simulaciones de conversaciones que acababan siempre con un final feliz. Un beso apoyado por el peso de los recuerdos, las memorias que seguían agitando su corazón pese a los años de ausencia.

Se aferraba a la correa del bolso donde empacó sus pertenencias, procuró dar cada paso con brillante elegancia digna de la propia realeza. Estudiando el compás que marcaba su anatomía, siguió por aquel camino que le llevaba a contemplar a la única persona a la que jamás dejaría de amar... Incluso después de un siglo, su amor no se rompería, las estrellas se lo habían dicho.

Visualizó a la distancia un viejo Toyota blanco con espolvoreado de polvo en su coraza. Ignoró ser visto, porque quería que la primera persona que se diese cuenta de su regreso, era el alfa destinado a su vida. Mantuvo la cabeza ladina, hasta que la sensación de agobio le hizo posarse de frente con el mentón en alto.

Apenas concibió admirar al copiloto en el vehículo, no percibió sus rasgos más allá de un par grandes gafas redondas, no se explicó el corte de su respiración como aviso que la desdicha le esperaba al final de su viaje. Se petrificó hasta encontrar su propia respiración para retomar su camino perdiéndose en la pintoresca naturaleza.

Miró de soslayo el auto que se alejaba dejando una pequeña ola alborotada de polvo, se tragó las maldiciones al morderse las palabras y sacudió levemente su ropa, asegurándose que no hubiesen imperfecciones.

Suspiró y prosiguió el trecho de camino de tierra que le esperaba. Por primera vez fue consciente de la distancia de la casa de los Hemsley del centro del pueblo, tras diez largos años de su partida. Recuerda perfectamente las lágrimas que derramó la última ocasión en la que hizo ese viaje hasta su propia casa, habían pasado un grato día junto al río.

Se perdió tanto en su último día juntos que cuando alzó la mirada levemente opacada por una fina capa de lágrimas, un velo amargo que marcaba lo desechó que se sintió, abrió la pequeña cerca de madera que daba el inicio a un camino rodeado de flores.

Flores, Mylo quiso reír por lo agraciada y hogareña que se miraba la casa de su alfa. Era la misma construcción, sin embargo, no contaba la misma historia. Más viveza, más colores, más vida de la que jamás tuvo la propiedad que se echó a perder por el par de alfas amargados que la habitaban.

A Mylo le supo a sorpresa, a nostalgia y a extrañeza, no podía creer que el Eugene Hemsley de 28 años tuviese una casa tan hogareña. Su lado omega prácticamente derrochó cual tsunami un oleaje de feromonas de felicidad de ser recibido por un aspecto tan agraciado, como si le esperasen con el mejor banquete de la corte real.

Entró sin permiso porque se sintió en casa, se perdió en el baile de las flores coloridas que se mecían junto al paso dominante del viento y se agachó a cortar una hermosa y deslumbrante rosa, posándola sobre su oreja, entre sus cabellos, la más grande que encontró en el rosal que llamó suyo.

Se alzó con una amplia sonrisa en sus finos labios algo pálidos, se acomodó sus ropajes y peinó sus  negros cabellos para enaltecer a la flor entre sus hebras. Le costó un par de segundos tomar todo el aire que infló su pecho, antes de subir escalón a escalón hasta llegar a la puerta.

Tocó tres veces y esperó preso de la emoción, la aglomeración de palabras y las aterradoras ansias de lanzarse a los brazos para ser recibido por su alfa, al que quería llenar la de besos. Se imaginó toda una escena romántica de película donde las lágrimas no les dejarían ni hablar.

La puerta se abrió... La fantasía se rompió.

— ¿Por qué cojones arruinas nuestro rosal, Mylo? —

Más allá del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora