Capítulo 5

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— ¿Le compró ese libro? — murmuró el chiquillo que se secaba el sudor de las sienes con su antebrazo. El gorrito que su madre le había dado, se tambaleaba sobre su cabeza entre una duda de caer o no caer.

Habían estado plantando toda la mañana, el sol de la tarde empezaba a saludarlos con su fulgor, abrazador se adentraba para calentar las telas que les protegían de cada rayo arrebatador de frío. El par estaban empapados en sudor y tierra, necesitan un baño con urgencia.

Eugene se relamió los labios resecos, la sed se apoderaba para rasgar su pobre garganta que tomaba consuelo en cada bocanada de aire. Pestañeó un poco para apartar un par de gotas saladas que querían lastimar sus ojos.

Recordó acompañar al omega, verle sumido contemplando un viejo libro, la pasta maltrecha y las hojas impuras manchadas por el color de la vejez, era un asco, pero la bolita a su lado parecía luchar contra las ansias de lanzarse al pedazo de hojas apretadas en un solo lugar.

Lo compró.

No quiso darle respuesta a sus motivos. Quiso hacerlo y lo hizo. No necesitaba rebuscados significados a sus acciones de perpetuar la sonrisa en esos suavecitos belfos que solían abrirse para expulsar un tono dulce que le mantenía tranquilo.

— Sí —

Thiago asintió, estaba bien para él, si hubiese sido otro alfa, se hubiera puesto incómodo. La sola idea de un tipejo acercándose a su madre con intenciones cuestionables que produjesen lágrimas en el par de orbes que emulaban al sol, le haría tomar las armas. Últimamente había bajado la guardia, porque Eugene servía como una especie de escudo para evitar a los indeseables.

— Está muy feliz, no deja de hablar del libro — murmuró al seguir al hombre que emprendía su camino de regreso a su hogar.

Eugene había aprendido a acompasar su paso alrededor de la familia Lawles. Normalmente se quejaba de que los demás fuesen lentos, sin embargo, le salía casi instintivo adecuarse a las necesidad del par de enanos.

— Creo que está enamorado —

Una palabra que Eugene conocía a la perfección, él mismo se la dedicaba en su juventud con insistencia al dueño de su corazón. Años que sentía tan lejanos, como si fuesen sueños, esas memorias que no existen y se pierden en cuestión de segundos. Ilusiones olvidadas.

— ¿Enamorado?, ¿Qué tonterías dices, Renacuajo? —

— ¡Lo juro! — se defendió el niño, ya estaba acostumbrado al apodo ridículo que le había puesto el alfa — Está fascinado con el protagonista de ese libro. No para de suspirar con cada página — frunció el ceño al recordar a su madre desvelarse, mientras se repetía constantemente que esa sería la última hoja y se iría a dormir.

Era un mal hábito del omega, le encantaban las historias de romance, adentrarse en cuentos de amores ficticios, soñando y pidiendo vivir alguna experiencia similar en algún futuro próximo. El omega solo tenía 24 años, le encantaba imaginar esas vivencias que perdió por conocer a quien no debía. No se lamentaba de tener a su hijo, lo que en verdad le aquejaba, era ser madre tan joven, porque si hubiese sido unos años después, con una carrera universitaria, quizá habría podido darle miles de comodidades que ahora no podía.

— Renacuajo, no vayas a ponerte celoso por un tipo que no existe — aplastó el sombrero en la cabeza del niño, no fue abusivo, simplemente quiso molestarlo por el puchero agrandando sus cachetes sonrojados por el esfuerzo.

— Eso debería decir yo — remarcó juguetón al quitarse el sombrero que entorpeció su visión, sus achocolatada melena se pegaba a su frente y le causaba un poco de picazón.

Más allá del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora