Capítulo 11

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"No toques la cocina".

"Solo quiero preparar el almuerzo, Eugene".

El omega apoyó sus manos sobre la encimera, respiraba pausadamente viendo a través de la ventana al alfa que vigilaba con insistencia un pequeño huerto en el jardín trasero, el que usaba para las verduras de los alimentos de su propia casa. La imagen era dulcemente grata para Mylo, quien escuchaba a su lado la sopa burbujear por atención, solo a un desliz de dejar de ser expuesta al voraz fuego de la cocina.

Probó con un ruidoso sorbo al cucharón, su gran obra del almuerzo y se quedó ido por el hombre sudado, lleno de tierra y con el perpetuo ceño fruncido que evitaba estar en el mismo espacio que él... Ello le pintaba una sonrisa al azabache que babeaba con solo apreciarlo desde el cristal del vidrio, porque le daba la idea que provocaba sensaciones en Eugene, que éste quería evitar.

Se animó a sí mismo de inmediato, Eugene iba a dejar a su supuesta pareja por él, solo tenía que poner su esfuerzo para tomar lo que por derecho era suyo. Tenía al destino de su parte, así que estaba seguro que la batalla no sería tan devastadora. Gene le amaba, debía morirse de ganas de besarlo, abrazarlo y hacerle el amor, no lo dudaba, porque él sentía lo mismo, siempre.

Sabía que era ruin el pensar en robarle la pareja a alguien más, ser el tercero en discordia y arruinar una relación... Pero Eugene Hemsley era suyo, a él se lo habían robado, se llenó de esos pensamientos con tal de quitar su propio remordimiento, aliviar su conciencia manchada por los celos que le animaban a ser tan frívolo y egoísta. Sí, había un tercero y un cuarto, sin embargo, ni ello borraría el amor incondicional que ambos sentían, por mucho que Eugene se opusiera.

A lo lejos resonó aquel motor viejo que pedía un descanso, las ruedas patinando en la tierra y un canto infantil echado a todo pulmón. El enemigo se acercaba, ese fue el pensamiento que hizo apretar la quijada del omega, cuya rabia afloró apestando su aroma a lavanda que ahora se posaba en la casa, porque inconscientemente había marcado el lugar con su propia esencia. Unas puertas fueron cerradas y un gritito resonó para ensordecerlo.

— ¡¡Papá!! — era el pequeño Thiago que se acercaba eufórico al alfa que trabajaba en sus cultivos, prácticamente saltó hacia el hombre que le recibió sin ningún cambió por el encuentro de sus cuerpos. Eugene le alzó en brazos con una leve sonrisa.

— Renacuajo, ¿qué tal han ido las clases? — preguntó tal como acostumbraba a hacer siempre que se cruzaba con el infante tras un día de escuela, era una costumbre que su padre no tenía con él, pero que aprendió con la convivencia con Archer.

— Bien, bien. ¡Te hice un regalo! Mi maestra dijo que así te recuperarías — se removió para bajarse de los brazos que le sostenían, sacándose la mochila de la espalda, puso sus pertenencias en el suelo y rebuscó entre la bolsa hasta sacar una hoja de papel.

Mylo vio todo desde la estancia, sus ojos inevitablemente viajaron a la refrigeradora donde descansaban más de esos chuecos rayones que le hicieron resoplar de lo poco agraciados que eran. Tenía envidia, así que escondió en ideas de lo ridículo que se veían. El omega no esperaba que fuese un niño tan grande, la espinita de los celos se enterró mucho más profundo. ¿Tan rápido le habían cambiado? Ignoró ese sentir para desviarse a una ilusión: Eugene se había metido con otro omega en una noche de borrachera mientras lloraba por él... Así tendría más sentido.

El motor del vehículo volvió a quejarse de ponerse en marcha al alejarse de la propiedad. El par en el jardín miraron al omega que se acercaba a ellos con una dulce sonrisa, las mejillas coloradas y el cariño brotando en cada poro, reluciendo su belleza bajo el baño del sol que agradecía su presencia.

— ¿Cómo te fue, Bolita? — una pregunta que causó un rubor mucho más pronunciado en el receptor de sus palabras echadas con ternura, enmascarada en seriedad.

Más allá del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora