Capítulo 16

255 29 3
                                    

Mylo lo tendrá para siempre, hasta el final de los tiempos, porque está escrito en sus almas. Solo es un poco de justicia porque él solo tendrá esa noche, un par de horas para desfogarse entre besos, caricias y atenciones que el cuerpo del alfa que ama y no puede tener, le dedicará enteramente a él.

Al menos ese es el mantra en su mente, el consuelo y la excusa del porqué dijo lo que dijo, actuó como actuó y pensó como pensó.

Eugene siquiera le negó el permiso de poseer su cuerpo, el alfa llevaba días sin tocar esa dulce piel que ama marcar durante las noches que se vuelven calurosas por el contacto de sus dermis. Su cuerpo extraña el de Archer, le espera como el desierto a la lluvia. 

Tras apreciar el semblante del contrario, deslizó los lentes del omega, guardándolos en la guantera, no quería que el objeto tuviese un mortal accidente por la voracidad del acto que iban a perpetuar.

Los labios del omega fueron los primeros en encontrarse con los suyos cuando la petición cayó en el aire y se atoró en el pequeño espacio de la camioneta. La tensión se rompió hasta diluirse, dejando con su muerte, el espacio al desenfreno de una pasión. Los dedos de Archer toquetearon con cariño las mejillas del alfa, asegurándose que sus húmedos besos eran bien recibidos, ronroneando inconscientemente cuando Gene abrió más la boca, dejándole el paso a su lengua, necesitando jugar con él.

Se sentían tan lejanos, mientras se comían la boca de manera mojada, adictiva y sin pudor, por ello, el más grande no dudó en jalar del pequeño en el asiento de al lado, tiró de él al tomarlo desde su cintura y lo obligó a montarse a horcajadas en su regazo, golpeando su espalda baja con el timón del vehículo que apenas se movió por sus acciones.

Sus labios se vieron forzados a separarse para tomar aire, aunque la distancia llegaba a ser de pocos centímetros, dejando que sus alientos se revuelquen entre ellos; cada exhalación de la pareja es cansada, angustiada por inflar los pulmones, sin importar si estos revientan, con tal de tener la capacidad de volver a fundir sus bocas. No quieren dejar de besarse, no pueden dejar de hacerlo, es casi tan básico como el oxígeno que les falta.

El pobre omega yacía abrumado por los roces que sentía contra sus nalgas, se removió un poco para molerse contra la creciente erección que agobió los pantalones del alfa, quien renegó entre dientes por las capas de ropa que les separaban.

Ambos se miraron, hablándose con los ojos, un idioma sin palabras que solo existe entre ellos dos. Las manos de Archer tomaron el borde de la camisa de Eugene, jaló de ella con timidez, rozando sus dedos con el torso del alfa cuando comenzó a subir la prenda, despojándole de molestias.

— Tómame — suplicó sin dejar de propiciar lentas caricias que engrosaron el miembro del alfa rendido a los placeres de su amado — Tómame, Eugene— repitió, plagado de vergüenza por expresarse en voz alta de forma tan obscena, solo lo hizo porque él amaba escucharle durante el sexo.

— ¿Eso es lo que deseas? — preguntó inquisitivamente, sin perderse el despliegue de figuras hechas sin tinta por los regordetes dedos de su amante.

El omega asintió acompañado de una doble afirmación —Sí, quiero tu pene hundiéndose en mí — se atragantó con el aroma a deseo, la lujuria rebosaba entre ambos.

Las incipientes y ásperas manos del laburador de las tierras se posó sin decencia en las dos masas de carne para apretarlas con ferocidad que hizo al omega jadear, le obligó a aferrar sus rechonchas manos en sus hombros, teniendo un soporte durante el manoseó por encima de la ropa.

— Quítate la camisa — demandó Gene sin rastros de pudor, una orden que un general hace a un mero soldado que solo tiene que hacer sin titubear, las dudas no existen, solo el deber de cumplir los deseos de otro, aunque para el omega se hacen propios, quiere que esos orbes perdidos en deseo, le coman, porque le hace sentirse bonito.

Más allá del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora