Capítulo 13

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De mal humor, con el ceño fruncido y casi sin cruzar su mirada, el alfa llevó a su destinado a una de las habitaciones vacías al final del pasillo. Le dejaría instalarse en su casa por unos días. Eugene no tenía ganas de ponerse a charlar para hablar de sus vidas, cuando el omega y el niño se habían marchado hace un par de minutos.

— Es un lugar agradable — murmuró Mylo al ver la estancia completamente vacía, aunque pulcramente cuidada — ¿Hay alguna cama o- — se cortó en seco al escuchar el gruñido del alfa a sus espaldas.

Cruzado de brazos, con expresión de indiferencia y el hastío emergiendo de sus poros, Mylo tuvo que tragar en seco su nerviosismo con tal de redescubrir su propia habla. Sabía que no era bienvenido, le dolía como estarse quemando en el mismísimo infierno, pero confiaba en que podría fácilmente solucionar la situación cuando Eugene y él pudiesen conversar.

— Te estoy dando un techo, lo demás soluciónalo por tus medios — respondió secamente sin ganas de seguir frente al hombre que un día le rompió el corazón. No era un resentimiento, solo las profundas ganas que tenía de no abandonar los estribos, tenía mucho que perder si fallaba — Estaré en la casa de al lado. No me vayas a buscarme, ni molestarme con tonterías, ¿entendido? —

El omega asintió algo cohibido con la mueca de una sonrisa congelada en sus labios. Dio un respingo cuando el alfa azotó la puerta haciendo resonar las palabras y se guardó la sensación de humillación, porque tenía esperanzas que todo fuese como antes. Eugene le amaba, solo tenía que darle un pequeño empujón para refrescar su memoria.

Su historia pausada en el tiempo, iba a retomar su escritura... y si bien no había empezado con la pasión que él creyó encontrar, no dudaba en que Eugene finalmente sucumbiría a sus deseos.

Juro que todo se solucionaría, dio todo de su parte para que el alfa lo aceptase en su hogar como correspondía. Se encargó de la limpieza, la cocina y el cuido de su hombre por los primeros cuatro días, perdiendo la fuerza de sonreír al quinto amanecer.

Sus esfuerzos se perdían, apenas y se percibían... En realidad Eugene llevaba siendo un experto en ignorarlo en la medida de lo posible. Despertaba, salía de la antigua casa de los Lawles en donde descansaba en un sucio sillón apestoso en la desolada sala de estar, tomaba el desayuno sentado en el espacio que daba al patio y se marchaba a trabajar, regresaba al medio día para tener una incómoda comida y se volvía a ir al campo o el pueblo, regresando cuando el sol empezaba a caerse del cielo, se llevaba la cena a la casa vecina y apenas decía buenas noches al omega que cada día se desilusionaba un poco más.

El vaso se iba llenando hasta que las gotas empezaron a provocar su derrame. El omega de olor a jazmines tocó fondo, su mano golpeó duramente la superficie de madera del comedor, apretó los dientes al tragarse el dolor, y apretó los párpados impidiendo el paso de las lágrimas del rechazo.

— ¡¿Vas a seguir actuando como un imbécil, Gene?! — expresó a gritos al perder la paciencia, estuvo como un idiota intentando acercarse desesperadamente, para solo recibir miradas furtivas, muecas en conversaciones vacías donde solo estaba su voz flotando en el aire, siendo ignorado como un mueble más de la vivienda — No te pido que tengas sexo conmigo, solo hablar como gente civilizada —

— Ese es el problema, omega... No me apetece hablar contigo — hizo el ademán de marcharse, sin siquiera dignarse a tomar el plato de comida dispuesto en la cena.

Lleno de rabia, ardiendo en ganas de ser visto, Mylo acercó su mano, tomando el brazo del alfa, que le apartó de un manotazo como si su toque fuese radioactivo. Los dos sabían lo que pasaba. Mylo era una tentación para Eugene y Eugene no quería ceder a la naturaleza, era un terco que se negaba a tomar el camino indicado, estaba viendo desviándose.

Más allá del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora