Capítulo 7

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— No, claro que no estoy celoso. ¿Por qué debería estar celoso? — rabió Archer entre dientes mientras enfriaba la cazuela llena de chocolate derretido, meneaba con un cucharón de madera y perpetuaba el ceño fruncido, sus feromonas alteradas revoloteaban inundando la cocina.

A pasos serenos, el alfa se acercó con la bolsita llena de las frutitas que el omega le había pedido. Se supone que sería una celebración por su primer aniversario viviendo en aquella casa - pese a que prácticamente solo la usaban para dormir - que su amado abuelito Rodrigo les había obsequiado.

Pero, Thiago se había marchado a visitar a Aaron. Su emoción fue tanta que no dudó en pedir permiso para quedarse en casa del otro niño. Archer no pudo negarse, conoció a Raylee, eran amigos, su único amigo después de Eugene, confiaba en el omega y fue débil por los hojitos de borrego a medio morir que su cachorro había perfeccionado para manipularlo.

— Traje las fresas, Bolita celosa — habló el alfa un tanto ido por el monólogo del omega. Dejó la bolsita a su lado, junto a la platera y se rió levemente por la mirada fulminante que el contrario le mandó. Supuso que debía sentirse intimidado, pero las bonitas facciones del omega solo le hicieron burlarse.

— Alfa, no estoy celoso... Solo que — suspiró, sus hombros tensionados bajaron hasta hacerlo parecer miserable — está creciendo tan rápido. Me gustaría que fuese un pequeño bebé para siempre —

Eugene se recostó contra el filo de la encimera — No seas egoísta, Bolita egoísta — cruzó sus brazos y dejó al pequeño desenvolverse en su cocina, lavando las fresas y poniéndolas cuidadosamente en un gran plato — Incluso cuando Thiago tenga cincuenta años, seguirá siendo tu bebé —

Archer se quedó en silencio contemplando aquellas palabras dichas, era cierto. Su hijo nunca dejaría de serlo, incluso si ellos envejecieran, Thiago tuviese nietos, una pareja y su vida hecha, nunca iba a dejar de ser su pequeño bebé que acunaba en las noches frías, intentando mantenerlo cálido con las mantas; no tenían calefacción en el ático en el que vivían, Archer tuvo que ingeniárselas usando las cobijas y su calor corporal para proteger a su retoño.

— Tienes razón — posó una sonrisa, toda la fruta estuvo perfectamente limpia en sus manos — Thiago siempre será Thiago para mí, aunque el malagradecido me haya abandonado para nuestro aniversario — resopló al secar sus manos con el delantal que llevaba encima, se acercó al alfa apoyado en una esquina y se dio la vuelta para que le ayudase a desatar el nudo.

Eugene así lo dispuso, le ayudó a quitarse el delantal y siguió de cerca cada movimiento del omega que apoyaba el mandil en un clavo de la pared.

— Como sea, al menos podremos celebrarlo juntos — dijo la tomar una fresa que terminó hundiendo cuidadosamente en el chocolate derretido, sopló suavemente, infló sus mejillas y se aseguró de que estuviese lo suficientemente frío para no tener ningún accidente mortal que acabase con lenguas quemadas, odiaba la sensación.

Su idea era tener una gran cena junto a un delicioso postre, fresas con chocolates, anduvo varios días con antojos, hasta que usó de excusa celebrar el año que llevaban viviendo en el pueblo, para hacer que Eugene le consiguiera la fruta y el chocolate, eran ciertos lujos que se estaba permitiendo en nombre de la festividad inventada. Delineó el dulce con su lengua, saboreó cada espacio del delicioso jugo derramado en su boca, la unión de las dos formas fue tan embriagadora que sus mejillas tomaron un tono rojizo, y sus labios desprendieron un pequeño gemidito de satisfacción.

— Llevaba días con antojos — siguió hablando, muchas veces parecía tener una conversación consigo mismo, quizá podía enfadarse porque el alfa era un sujeto de pocas palabras, a lo mejor debía exigir la decencia del otro de al menos responderle a sus frase, sin embargo, Archer lo comprendía, nunca intentaba sacarle palabras a su vecino.

Más allá del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora