El silencio predomina contra la inquietud fragante del aroma a libro viejo y aceite de linaza. Es penetrante y casi sofocante entre el crujir constante de las vigas fuertes y anchas que soportan los techos. Entre las paredes tapizadas y los cuadros amarillentos, las cortinas de terciopelo se recogen, pesadas y cansinas, contra las cadenas de hilos de oro y plata. Las ventanas, limpias y cristalinas, dejan ver un día monótono y nublado que canceló el paseo por los campos por temor a una tormenta. Casi temple. Un poco de luz de sol y vastas nubes que complementan el firmamento infinito llamado cielo. Los campos se desdibujan en la línea de horizonte y se puede escuchar el piar esporádico de algún ruiseñor. La enorme mansión de color amarillo pálido se erguía orgullosa contra el verde de sus desolados páramos. En medio de la nada, tranquilo, agradable.
La casa rechina en ausencia de gente. Apenas una mujer viuda con su hija y su desafortunada sobrina. Una criada por aquí y un jardinero por allá. Sólo habitaba la gente necesaria en la decadente propiedad Fell. Entre acaudaladas pertenencias y fortuitos destinos casi sofocados por una miserable sonata en el viejo piano de cola. Era una casa grande, tal vez demasiado. Fría y muy aterradora. Lujosa y muy vacía a pesar de la inmensa cantidad de cuadros y decoraciones que la visten de forma inquieta.
Azira Fell, la sobrina que habita en esa propiedad, tiene tan solo diez primaveras. Es chaparra y rolliza. Sus cabellos rubios, casi blanquecinos por una bendición hereditaria de su difunta madre, son rulos peinados en un bucle recatado debajo de las orejas. Sus ojos grandes, azules por parte de su padre, están muy abiertos, delatando su nerviosismo por la próxima travesura que ha de realizar. Era pálida y fea, de poca gracia y con una lengua afilada que asustaba a su tía, la viuda Fell. Suele vestir vestidos beiges y grises, con moños y guantes de franela. Su postura la delataba como una niña refinada por naturaleza. Sin embargo, siempre dejaba atrás un aire melancólico, casi triste o desolado.
No tenía mucha gracia. No tiene nada especial. Ella era la carga y maldición de su tía. Después de la muerte de sus padres y tío en un viaje comercial por mar, se quedó bajo el cuidado de Michelle, su tía. Y en compañía de su insoportable hija, Uriel. Que era de quien se estaba escondiendo en esos instantes. Porque Azira tiene entre sus manos un libro grueso. Tapizado de cuero y ornamentas pintadas de oro con una exquisita letra que titula un aviario. Un libro que tomó del estudio principal, en el primer piso. Silenciosa, como suele ser. Casi invisible, como suele ser tratada.
Contuvo la respiración, caminando paso a paso, midiendo las líneas interminables de la madera, el estuco de los bordes que sobresalen entre las cortinas y los fríos vientos que corren a través de las puertas abiertas. No quería sentirse segura, por más que el ambiente estaba gritando todo lo contrario. Que había una paz disfrazada de una cacería silenciosa, casi tormentosa. Azira, con sus cortos brazos, apretó el libro contra su pecho. Sus pupilas miraron de un lado a otro, tratando de disuadir a sus sentidos internos que podía avanzar y buscar el balcón detrás de las cortinas.
Caminó silenciosamente hasta que, de repente, escuchó una puerta abrirse y la voz de su prima, Uriel, resonar a lo lejos. Era apenas un murmullo. Casi como el barrido del viento. Incluso fantasmal, como a Azira le gusta creer que la casa está embrujada. Su corazón latió, presa del pánico. Cerca de su objetivo, Azira se escondió en un balcón con las pesadas cortinas corridas. Subió sus enaguas y se escabulló hasta la esquina de ese cómodo espacio abandonado por Dios. Se recostó contra la madera seca y con la pintura nueva. Llevó sus rodillas al pecho y respiró silenciosamente. Los pasos de Uriel se acercaban. Carcomen, son lentos, meticulosos, casi perfectamente indetectables si no fuera por el pequeño tacón de marfil de los nuevos zapatos que ayer le regalaron.
Entre una pequeña abertura de su escondite, Azira asomó su ojo triste. Viendo cómo la figura alta y delgada de su prima camina con una espada en mano. Sus cabellos negros están acomodados en rulos con flores brillantes. Su vestido de seda y lino veraniego era tan bonito, pensaba Azira, apaciguando el indicio de envidia por no tener un ropaje así. Su prima estaba al acecho, Azira guardó el máximo de los silencios, esperando que la suerte le sonría con buena fortuna y ella se salga con la suya.

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Azira Fell
FanfictionGood Omens x Jane Eyre adaptation. Azira Fell es una huérfana que es enviada a Lodwood, un orfanato frío y desolado, donde aprenderá su camino como institutriz y siguiendo las reglas del dogma con estoicismo. Cuando es contratada por la señora Tracy...