II

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Azira fue llevada por un corredor oscuro y monótono. Podía escuchar los ecos a lo lejos que susurraban voces femeninas e infantiles. Era una estructura mucho más pequeña de lo que la vista fantasmal le hizo creer. Estaba llena de imperfecciones y un estado deplorable. La construcción grita con chirridos, goteras y huecos que había que reparar. El viento silba, aullador, a través de los largos pasillos de cantera lisa y espectral. Los suelos estaban viejos pero limpios. Pudo ver una monja por aquí y otra monja por allá. Caminando con pasos de prisa. Ignorando la llegada de una nueva niña.

La condujeron hasta que la vista del brillo del día se esparcía en pocos raudales blanquecinos en un enorme dormitorio de madera y piedra. Muchas niñas estaban ahí. Siendo revisadas por las monjas de esa zona. Vestían un uniforme que consistía en un vestido oscuro de lino y un delantal blanco que iba acompañado de un gorro con volantes delicados y zapatos de charol oscuros. Medias de lana las protegían precariamente del frío. Cabellos de muchos colores se asomaban entre el blanco de sus gorros. Haciendo fila silenciosamente. Rostros indelebles, casi estoicos con un ligero aire triste. Ellas sí miraron la llegada de Azira. De reojo, curiosas y abrumadas por la llegada de una nueva estudiante a Lodwood. Azira vislumbró a una chica de baja estatura, tal vez más baja que ella misma, de cabellos y ojos azabache y una ligera mueca que más parecía una sonrisa.

Ella se dio la vuelta y caminó al compás de la fila. Mientras que otras monjas llegaban con la que la guió hasta el dormitorio. Le quitaron el peluche de sus manos y la muñeca de trapo fue jalada con maña. Desabrocharon el moño de tartán haciendo un ruido rápido y casi maligno; y le retiraron el vestido a girones. Comenzaron, brusca y maliciosamente, a desabrochar botón por botón, cordón por cordón, su vestidos. Le retiraron sus guantes con fuertes jalones. Deshaciéndose de sus ropas como si estuvieran en llamas y la estuvieran matando. Era jaloneada y se tambaleó por el hambre y el sueño que sentía. Azira reprimió un gemido de dolor e incomodidad mientras bajaban sus faldas y la dejaban en enaguas. Prácticamente desnuda.

Azira sintió sus mejillas arder al oír las muecas sobre su cuerpo y su complexión. Unas monjas se burlaron de que aquí se quedaría en los huesos con las pieles colgantes. Que se tendría que despedir de los placeres de la gula que ciertamente denotaba. Fue humillante y cruel. La intención venenosa era intrínseca, como un dictamen crucial y condenatorio. La huérfana sabía que era gorda. Su tía se lo decía todo el tiempo. Gorda, tonta y fea. No hubo día en que no se dirigiera a Azira de esa forma. Incluso Uriel era recompensada cuando hacía menos a su prima. Su tía era una mujer increíblemente despiadada. Le decía que si se pareciera más a su prima, sería más agradable su compañía. Azira discernía de ese pensamiento. Puesto que no conoce compañía más desagradable que Uriel. Caprichosa, vanidosa y tan insufrible.

Sin embargo, no dejó de sentir dolor por todo lo que siempre escucha sobre ella, es lo mismo. Es fea. Es tonta. Es rebelde. Es gorda. Es nada agraciada. No tiene mucho futuro. Ningún hombre la querrá. Nadie la voltearía a ver con anhelo o con dicha. No era querida. No era más que un estorbo continuo que llegó para arruinar la existencia de todos a su alrededor. Era desolador, casi verdadero. Saber que su futuro se retiene a simples comentarios banales de su cuerpo y de su apariencia. Hasta hacer que Azira esté de acuerdo y de teste verse en el espejo y decepcionarse de encontrar una memoria que desprecia terriblemente. Después será señalada de una rebelde sin escrúpulos y de una pecadora sin perdón ni son por los que la rodean. A ella no le quedará de otra que aceptarlo o ser castigada por intentar contrariarlo.

"Quítate tu bonito vestido" dijo una de las monjas con un miserable aliento de anís.

Azira aspiró hondo y levantó sus pies de entre las telas de lana y algodón para dar un paso al frente. La forma en que le dijeron eso la hizo sentir sucia, que no merecía mejor ropa que sus calzones. El frío la envuelve, recordándole cuán expuesta se encuentra contra todos los demás presentes. Mantuvo la mirada baja, interesada en la oscura y rechinante madera que en cualquier otra cosa. Evitando los ojos reales e imaginarios que la juzgan y rechazan por su espantosa apariencia. Se abrazó a sí misma ligeramente. Tratando de protegerse de las pesadillas en vida, diciéndole adiós a una inocencia corrupta y destruida por el presagio del demonio que todo mundo cree que ella es. No tenía la indecencia de levantar los ojos y encarar la vergüenza que ya recorre su cuerpo de la forma en que lo hace. No quería encarar la vergüenza cuando sus orejas ardían escandalosamente. Su corazón palpitaba fuertemente dentro de su pecho, casi comprimiendo sus demás órganos. Sentía sus huesos temblar, no la sostendrán por mucho tiempo. No sabía si de frío o de total miseria. Las lágrimas querían asomarse mientras un nudo se atoraba en su garganta.

Azira FellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora