III

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Los días soleados y ventosos de otoño llegaron a su final y el invierno arrasó con Lodwood sin piedad. La nieve, como el manto blanco y agonizante que es, cubrió la construcción y oscureció la piedra. Las hojas muertas se congelan con los frutos que no alcanzaron a ser cosechados. Los animales hibernan, anhelando la llegada de la primavera para abrir los ojos y dar la bienvenida a la vida nuevamente. El poco calor que llegó a calentar los cuerpos de las niñas desapareció sin dejar rastro alguno. Los cielos ya no eran azules para alegrarles el ánimo. Por ahora, eran días permanentemente grises. Las nubes eran grandes y gruesas que dejaban el día oscuro y sin sol; tan sombrío como espeluznante para los mejores relatos de castillos embrujados y fantasmas con el corazón roto. La niebla era espesa y los ecos crujientes de la escuela infundían un terror nocturno a cualquier niña que ahí habita.

Los días hermosos de otoño llegaron a su fin. Y recibieron el invierno con dolorosas noticias para Azira. Muriel no estaba por ningún lado desde hace algunos días. Nadie le responde por su paradero. Nadie mitiga las preguntas que acongojan a la pobre jovencita por querer saber dónde estaba su mejor y única amiga. Saber si está bien, si está comiendo bien, si está a salvo y con gozo. Nada. No le decían nada. Era tan frustrante como doloroso. Porque parecía que sus días se volvían a apagar sin la sonrisa nerviosa y brillante de su amiga. Era como si hubiese sido arrancada del suelo sobre donde se encontraban y el polvo del ayer se la hubiese llevado. Azira no podía evitar sentirse mortificada. Incluso comenzó a rezar.

Azira no era despegada a Dios; pero tampoco era la católica más devota que debía ser. A su tía jamás le interesó nada de la educación de Azira, ni siquiera su doctrina y sus preceptos. Algo tan sencillo que tal vez hubiera ayudado a la niña a encontrar la razón de su sufrimiento y no juzgar tanto el dolor que le persigue al saberse tan desgraciada como sólo el universo se ha encargado de pisotearla. Nada de eso importa cuando fue catalogada como un pilar roto y sin importancia dentro de la mansión Fell. En Lodwood se obligó a aprender a ser una dócil mujer y una buena cristiana.

Por eso rezaba. Porque una buena cristiana debe de rezar. Muriel le dijo que rezar le ayudaría a obtener sus propósitos y lograr sus sueños. Azira quería a su mejor amiga de vuelta. Saber que ella está bien. Ese era su deseo más profundo. Algo que no había anhelado tanto, ahora se volvió en una cuestión de vida o muerte para las congojas de la niña huérfana. Quería creer que si Muriel se fue, es porque su padre vino por ella y sus sueños se han cumplido. No había nada que más desease su amiga. Ella contaba los días para que su padre la recoja y se la lleve por fin de Lodwood. Que si va a abandonar a Azira sea por esa razón. Que sea porque por fin volverá a ver a su familia y se irá a cumplir con todos su sueños, a ser la buena niña que es y llegar más allá del horizonte desdibujado. Azira rezaba todos los días, sin falta, para pedir por su amiga. Para que ella esté a salvo. Hasta que puedan darle una respuesta.

Sólo pedía que Muriel esté bien. ¿Era eso mucho pedir?

Azira ya no disfrutaba tanto de la escuela. Ya no gozaba de las lecciones y de mofarse sobre su inteligencia con remilgada bastardía. No sin su amiga. Ya no era lo mismo aprender y temía apagarse nuevamente. A perder el color y la salud que tanto le costó recuperar. Especialmente con el frío tan desalmado que había arribado con el invierno y las próximas fiestas navideñas que pasará encerrada con un miedo atorado en su garganta. Era tan gris como el exterior. Tan aburrido como inaccesible. Azira se estaba poniendo de mal humor. Sólo quería ver a Muriel.

Era un día gris. Como todos los de invierno. Azira despertó mucho antes del amanecer cuando escuchó voces pasando por el pasillo de su dormitorio. La cama de Muriel estaba vacía. Seguía estando muy oscuro. Aún debía faltar varias horas para que amaneciera y comenzara el día monótono que era. Como lo han sido las últimas tres semanas que ha estado sin Muriel. Ya no podía dormir. Ya no quería. Las voces llamaban a Azira. No podía evitar pensar que, si las ignora, algo muy importante se va a perder. La hermana Mary dice que nunca, pero nunca, se debían de ignorar los llamados repentinos. Porque son esos los que suelen esconder las respuestas a todas las dudas que puede opacar a uno.

Azira FellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora