VII

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Mireille Warfare. Ese nombre estaba comenzando a quedarse demasiado en lo profundo de su mente. Reverberando como ecos constantes y molestos. Con unas incesantes maneras de estar creando malestar en la institutriz. Azira lo trataba de ignorar con todas sus fuerzas; pero la señora Tracy suele hablar para aliviar el estrés o la presión. Por lo que Azira fue su oyente y el tema de conversación fue Mireille Warfare. Como si Azira hubiese preguntado por ella. Miserable y silenciosamente recibió cada perorata con un gesto tranquilo. Pero cada palabra estaba encajándose en lo más profundo de su joven e inexperto corazón. Tracy no tenía la culpa, pero Azira deseaba llenar su boca con algodón para que se detenga y la deje revolcarse a su gusto y placer en su dolor sin tener que estar escuchando tales cosas que, aunque buenas de intención, le hacían demasiado daño.

Todo apuntaba a que esa mujer, Mireille Warfare era una mujer hermosa pero que su familia era de mucha menor categoría que la familia Crowley. El señor la conoció en uno de sus viajes a la capital y se volvieron bastante cercanos en poco tiempo. Mireille Warfare ya había venido antes a la casona en compañía de más amigos del señor Crowley para pasar unas vacaciones en la laguna y jornadas de cacería. Tracy aseguraba que no había visto mujer más hermosa que Mireille. La describiría como una mujer alta y de porte simplemente bien educado y atrayente. Sus cabellos eran rojos, a diferencia de los oscuros tonos de una mujer singular inglesa. Siempre salía bien arreglada y perfumada. Era de voz cantarina y con un sentido del humor bastante afín al del señor Crowley.

Mientras Azira acomodaba los adornos y limpiaba el polvo de todos los gabinetes, Tracy envió a unas criadas al pueblo por más personal y todas las compras que necesitaban. Decidió quedarse con Azira y seguir con los preparativos de la casa mientras seguía hablando de lo encantadora que era la mujer Mireille. Contó que el señor Crowley solía salir mucho con ella. Cantan juntos y hacen un dueto especialmente primoroso. Hacen cabalgata juntos en las tardes y siempre comparten la hora del té con juegos y alegrías que resuenan en toda la casa. Azira entendía porqué decía lo que decía Tracy sobre la señorita Warfare.

Ella era un perfecto partido para el señor Crowley. Azira no recuerda una sola vez que el señor Crowley haya reído en su presencia. Más bien suele ser un hombre de carácter duro y bastante bromista a juzgar por todas las extrañas preguntas que suele hacerle y dejarla tan desarmada. Jamás podría compararse con una mujer con educación de clase social y, además, hermosa. Azira nuevamente se sintió tan miserable por no haber tenido bendición alguna con su aspecto físico. En la escuela fue señalada de fantasma y el señor Crowley suele jugar con las palabras para inferir que ella es una bruja. Tal vez y sí era un orco espantoso, un espectro sin mayor chiste ni gracia que ser simplemente invisible y callada.

Aun así, los días pasaron y en la penumbra silenciosa, Azira se deprimía más y más por sólo imaginar que, si alguna vez tuvo la mínima y más pequeña oportunidad de ser vista por el señor Crowley con algo más que burla, desapareció entre los vientos y polvos soplados. Se esparció como pólvora que la señorita Warfare era la invitada principal del señor Crowley. Las comidillas iban de aquí y allá, recordándole a Azira su miseria por no poder ser más de lo que no puede dar.

Escondió lo mejor que pudo cada una de sus miserias y amaneció un día especialmente soleado cuando Eva exclamó que ya habían llegado. La chiquilla, con un bonito vestido y moños en la cabeza, salió corriendo hacia la ventana y se asomó para ver a los carruajes llegar y comenzar a desempacar. Azira la persiguió y se asomó de igual manera detrás de Eva. Pudo escuchar risas y murmullos llenos de alegría. Muchas mujeres lindas y hombres apuestos bajaban de los carruajes; pero el señor Crowley llegó a caballo, junto a una mujer.

Su sombrero de copa y su saco largo y oscuro resaltaba debajo del sol de primavera con un destello particular. Azira lo vio con anhelo callado. Y un dolor la llenó cuando él estiró su codo y una preciosa mujer en traje de montar color blanco y rojo aceptó el gesto con una sonrisa. Sus cabellos, rizados y abundantes brillaban iguales a los del señor Crowley. Parecían sacados de una historia hermosa y perfecta. Caminaron detrás de la pequeña multitud que llegó. Hablando y riendo activamente. No podía ver completamente sus rostros, pero exudaban una alegría que jamás vio en el señor Crowley. En lo profundo de su corazón, Azira envidió y lamentó nunca haber sido ella la causante de tales carcajadas. Nunca le podría dar algo así al señor Crowley. No le puede ofrecer dinero, títulos, tierras, nada más que su tierno corazón. Eso no era suficiente. Ella no lo hacía reír, no lo hacía feliz. Algo tan esencial y primordial como la felicidad, ella no la puede dar. Qué tonta había sido.

Azira FellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora