V

150 19 7
                                    

A pesar de que pronto llegaría la primavera, el frío siempre impera. Azira se abrazó con fuerza a su capa de lino y algodón mientras bajaba por las laderas. El lodo fresco y la hierba rociada hizo de aquello una actividad bastante apremiante. Ciertamente sus zapatos resbalaron en más de una ocasión mientras protegía con su cuerpo y alma las cartas que tenía que dejar en el servicio de correos. Su aliento salía en vapores blancos que sublimaban hacia el cielo, cortándose entre jadeos y lamidas de labio que ayudaron a Azira mantener el equilibrio.

Cuando por fin llegó a una zona llana, donde las arboledas formaban un sendero largo y sinuoso, suspiró aliviada. Estaba lleno de moho y piedras llenas de tierra. El color verde era brillante y la neblina volvía casi imposible de ver más allá de unos metros. El viento cortaba por encima de su cabeza y agitaba las copas de los árboles. Las ramas chocaban entre sí como llamados naturales que hacían un eco ensordecedor para Azira. Podía tener muchos matices la escena. Terror, aventura y melancolía eran los primeros que llegaron a su cabeza.

Se arregló su gorro y caminó. Cuidando por donde pisaba. Tarareando en su mente una canción de cuna para relajar sus tensos músculos y cierta emoción que se restregaba en su garganta. Tal vez era esto lo que le hacía falta. Salir más. Viendo hacia arriba, el ambiente poco a poco la fue tranquilizado mientras dejaba que su mente descanse y pueda reorientarse. La señora Tracy le aseguró que era imposible perderse por este camino. Era un mismo sendero. Una sola dirección y la llevaría más pronto hacia Tadfield para poder hacer sus faenas. Tracy le dijo que podía dar un paseo en la plaza y ver los pequeños negocios del próspero pueblo.

Azira estaba emocionada. Tanto, que en su rostro se pintó una ligera sonrisa. Habiendo estado encerrada prácticamente toda su vida, esto resultaba en un viaje emocionante y casi efervescente. Su corazón palpita mientras infantilmente imagina un sinfín de escenarios improbables. Donde algún joven la voltearía a ver, le sonreiría y sabría que ese es el indicado. Azira era una lectora aferrada a que la fantasía de la ficción es un simple reflejo de la percepción de la realidad. Que algún día ella podrá vivir su propia historia de amor.

Soñar era lo único hermoso e inocente que le quedaba. Abrazaba sus sueños con dulzura y los protegía de todo y todos. Apreciaba aquellos relatos de su cabeza cuando anhela un poco de vivacidad en su sólida y aburrida vida. Le hacía sentir un poco menos sola durante los momentos duros en Lodwood. Que pocos no fueron. Tal vez soñar con algo de amor no sea tan pecaminoso, ¿o sí?

De repente, escuchó el crujir de una rama. Galopes acercándose, rápido, lento, era inconstante. La respiración de Azira se cortó y de entre las nieblas espesas y blancas, una sombra de hierro y oscuridad emerge fantasmalmente. El caballo acelera y relincha con fuerza mientras se alza sobre sus dos poderosas patas traseras. Su jinete salió volando a un costado y el animal refunfuñó con chillidos mientras esquiva a Azira Fell. La chiquilla sólo reaccionó a agacharse y hacerse ovillo, cubriendo con sus brazos la cabeza y temblando aterrada de lo que podría haber resultado en un accidente fatal.

Un quejido la sacó de su trance. Ella asomó su mirada entre sus brazos, como ranuras de madera vieja. Encontrando a un hombre grande y delgado en el suelo. Su sombrero de copa salió volando y una mata de cabello rojo intenso brilló entre las nieblas. El hombre se sentó y dejó soltar una mueca de incomodidad. Que ha oprimido con un fuerte apretar de labios. Casi propenso a soltar un montón de injurias, Azira tembló de miedo. Aunque notó que el hombre vestía elegante, con clase y bastante lujo, no pudo evitar temer que se trate de algún maleante o peor. Sin embargo, el misterioso caballero se volvió a quejar.

Trató de levantarse y su tobillo derecho cedió, haciéndolo caer de bruces nuevamente. Sollozó y soltó un par de maldiciones por lo bajo. Sus cabellos rojos seguían siendo tan brillantes. Una capa cobriza recorre las ondas rizadas y su gesto era duro. Un rostro anguloso estaba pintado con un gesto iracundo. La larga nariz estaba algo inclinada y tenía forma de gancho casi aguileña. Las patillas cubrían unas mejillas delgadas y con marcadas líneas a los costados de sus delgados y rosados labios. Sus ojos, sin embargo, llamaron la atención de Azira. Eran acaramelados, y entre la niebla brillaban casi de amarillo. Azira se levantó y se acercó con cuidado.

Azira FellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora