XIII

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Volver a Tadfield fue mucho más hermoso de lo que Azira pudo esperar. Los montes y cerros verdes, que se fusionan con los cielos azules tan cercanos y tan lejanos para su corazón era un bálsamo que comenzó a curar heridas que no recordaba abiertas. Las nubes se abrían paso entre los vientos levantando a las aves en vuelo al compás del carruaje andando por la grava y tierra. Las piedras salen de su curso y los caminos se mueven hacia atrás mientras ve por la ventana. Su corazón retumba en su pecho con emoción. Azira puede sentir debajo de la piel todos los recuerdos entre sentidos y su sangre fluir. Sonrió nostálgica cuando vio todos los páramos a como los recordaba. Tan hermoso y lleno de una magnificencia que distaba demasiado de todo lo racional. Sus recuerdos recorren las áreas verdes con una sonata del cabalgar y relinchar de los caballos. Poco a poco hasta llegar al pueblo.

Vio las casas y cabañas alegres y hermosamente cuidadas. Los niños corren por los senderos y la alegría se siente casi agonizante. La gente iba y venía con una naturalidad que la hizo sentir bienvenida. Como si ella nunca se hubiera ido y siempre fue parte de Tadfield y sus casas bien construidas. El carruaje atravesó el pueblo en cuestión de minutos incesantes que estaban impacientando el corazón de Azira ante la expectación. Sus manos sudaron, sabiendo que pronto, muy pronto, vería nuevamente a la primera familia que tuvo y que tanto extraña. Después de un año entero, había tanto que había cambiado y tanto que permaneció exactamente igual a como lo llegó a recordar de las pocas veces en que anduvo paseando por el pueblo.

En la lejanía, en una cabaña dichosamente decorada con flores y verde pastizales, vio a Newton con Anathema. Ambos trabajando en la jardinería del lugar. Completamente felices y enamorados. Azira se tentó a pedir detener el carruaje para saludarlos. Pero decidió no hacerlo. Primero tenía que ver a Anthony. Tenía que llegar al señor Crowley y corroborar que ese llamado era real. Que estaba en Tadfield por una razón que va más allá de la comprensión de la limitada imaginación de Azira.

El carruaje siguió de lado y vio cómo se hacía más y más pequeña la imagen del nido de amor que forjaban Newton y Anathema. Hacían tan encantadora pareja que Azira sólo podía orar por su felicidad y duración. En cambio, siguió hacia adelante y comenzó a subir por la colina para atravesar los bosques y llegar a las grandes propiedades y tierras Crowley. Entre las arboledas, verdes y bañadas en oro soleado, podía vislumbrar la enorme casona. Tan antigua y atemorizante como la primera vez que la vio. Lejana y tan grande, se veía algo opaca. Azira frunció el ceño, preocupada de que no se trate de un fallo en su visión y en verdad algo haya ocurrido.

Azira Fell se asustó. Temía que esos vagos pensamientos sean reales. Que la razón por la cual Anthony la llamó fue porque había muerto. Después de todo, las voces de los seres que la aman siempre viajan con el viento. Azira suprimió el miedo que estaba rascando en su nuca y haciendo sudar su frente con el temor de que sea real. Que simplemente fue una despedida horrenda y lejana. Ella quería estar entre los brazos de su amor. No tener que decirle adiós. No cuando las cosas quedaron tan inconclusas y algo ambiguas. Contuvo la respiración y poco a poco fue llegando a su destino.

El sol brillaba con fuerza en ese atardecer amarillenta cuando el carruaje apenas se detuvo y Azira abrió la puerta. Ignoró al cochero y saltó del carruaje levantando su falda y casi resbalando entre los desniveles. Dejó al cochero ahí atrás y emprendió una larga carrera por el sendero principal. La muralla de piedra poco a poco la fue envolviendo y la casona se hacía más y más grande. Perfectamente delineada por el cielo azul. La casona estaba en ruinas. Completamente devastada. Pudo ver que la torre principal del lado derecho estaba reducida en cenizas, madera chamuscada y piedra rota. Era la zona donde solía estar los aposentos del señor Crowley.

Aceleró el paso y corrió tanto como sus cortas piernas lo permitieron. Hasta llegar a los pies de la casona. Dándose cuenta de que no fue un juego óptico de su temor y mal presagio. La casa estaba verdaderamente en ruinas. Hubo un incendio y todo se redujo a escombros tumultuosos y llenos de ceniza oscura y gris. Los parajes a su alrededor estaban desiertos y desnudos. Ya no había más de la hierba fresca y verde que solía enorgullecer al señor Crowley. Ya no más enredaderas, flores o fuentes llenas de derroches de exquisitez. Todo estaba arruinado por el hollín y la ruptura que el fuego debió provocar.

Azira FellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora