El odio era un sentimiento horrible. La palabra "odiar" a Hayley le parecía demasiado fuerte. No le gustaba sentirlo.
Pero cuando se trataba de él no podía evitarlo. Su sonrisa de lado, su manera tan sucia de jugar Quidditch, su superioridad al trat...
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Hayley era fanática de la ceremonia de selección. Ver los rostros emocionados y contentos de los niños que ingresaban nuevos, llenos de ilusión y nervios.
Todos los años se recordaba a sí misma subiendo esos escalones para treparse al banco y esperar durante unos largos siete minutos a que el Sombrero Seleccionador decidiera si pertenecía a Hufflepuff o si, por el contrario, su ambición por superarse a sí misma y a los demás, su astucia para resolver problemas y su inteligencia la hacían quedar en Slytherin. Sin embargo, fue finalmente seleccionada para Hufflepuff, donde su lealtad, sentido de la justicia y la manera en la que dejaba todo para conseguir sus objetivos eran más apreciadas.
No tenía quejas de su casa. Su jefa era una mujer increíble y sus compañeros la habían aceptado desde el momento en que se sentó en la mesa. Hayley notaba que había mucha rivalidad entre los alumnos de Hogwarts, pero cuando se sentaba en la Sala Común con sus compañeros y juntos reforzaban sus virtudes y trabajaban en mejores sus defectos todo eso quedaba atrás.
Eso sí, estaba muy orgullosa de haber sido una Hatstall, la primera en cincuenta años.
Cuando el último estudiante fue seleccionado para la casa de Slytherin, el profesor Dumbledor se tomó unos minutos para dar el típico discurso de bienvenida que pronunciaba todos los años. A Hayley le avergonzaba un poco confesar que nunca lo escuchaba, pues se perdía pensando en otras cosas. Como en ese momento, que se distrajo mirando hacia la mesa de Slytherin, donde Regulus Black y Evan Rosier se encontraban susurrando entre ellos intentando ser disimulados. Regulus fue el primero en descubrirla y dirigirle una mirada helada, que la incomodó hasta el punto de tener que bajar la mirada.
Un compañero que estaba a su lado, Amos Diggory, la vio de reojo estrujar sus manos sin prestar atención a los demás.
—¿Estás bien, Hayley?
—Por supuesto —contestó ella, dibujando una sonrisa.
Recién en ese momento se dio cuenta que aún no se habían llevado el Sombrero y el banco, y de la presencia de la joven rubia al lado de la profesora McGonagall.
—Dumbledore acaba de decir que esa chica llegó de Francia. Estudiaba en Beauxbatons y va a terminar aquí —explicó en un susurro Amos—. Está en sexto.
Hayley asintió pero no respondió, pues la chica estaba sentandose en el banco, preparada para ser seleccionada. McGonagall colocó el Sombrero sobre su cabeza, que se tomó unos cuantos minutos para pensar, creando una tensión en el ambiente hasta que finalmente pareció decidirse.
—¡Hufflepuff!
La rubia se sacó el Sombrero y comenzó a caminar hacia la mesa de Hufflepuff, donde la recibieron con aplausos y calurosos saludos. Hayley le sonrió cuando se sentó a su lado, y le tendió la mano.