Capítulo diez: La estatua

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Ithlaiä se acordó de que ahora podría ir a ver a Dol-Falas y así lo hizo. Fue al bosque a ver a su amigo. Pronunció su nombre suavemente y al cabo de unos minutos apareció el bello corcel contento de ver a su amiga.
–¡Dol Falas! Mi amigo, mi caballito... Pensé que ya no volverías –El caballo relinchó –ya estabas muy lejos... Pero, ¿dónde exactamente? –El corcel volvió a relinchar de alegría y se agachó para que su ama montara.
–¿A dónde me llevas? –dijo Ithlaiä una vez encima de Dol-Falas. El caballo alzó sus patas delanteras y comenzó a cabalgar raudo como el rayo hacia el norte. Después de unos quince minutos cabalgando, se encontraron en un bosque rodeado de viejos árboles con muchas verdes y brillantes hojas. De repente Ithlaiä vio que había una especie de fuente en medio de un claro. La fuente era una estatua de un elfo con un pergamino en la mano y parecía leer. El agua brotaba del libro que sostenía la estatua.
–Qué extraño, nunca había visto una estatua así –bajó de Dol-Falas y subió ágilmente a la piedra en la que estaba el elfo estatua. Miró la cara del elfo y le resultó familiar, después miro lo que ponía en la página del libro. No consiguió leer lo que ponía porque era élfica muy antiguo como el que ponía en el colgante que había llevado desde que se despertó sin memoria. Estaba tan concentrada en leer que no se dio cuenta de que el cielo estaba oscureciendo y de repente, un trueno la asustó tanto que se tambaleó y casi cayó pero alguien la sujetó. La estatua había cobrado vida y ahora un elfo de larga y castaña cabellera con los ojos azules como el cielo y que sostenía un libro de cuero azul oscuro. El elfo la sostuvo por la cintura y dijo:
–¡Cuidado, no te caigas! –mostró una amplia y calurosa sonrisa.
–Gracias... ¿Quién eres?
–¿Acaso tiene importancia? –sonrió el elfo.
–Pero tú... Eras de piedra y ahora... Eres de carne y hueso...
–¿Estás segura? –volvió a reír.
–¿Estás hechizado? Yo misma estuve convertida en piedra durante muchos años, hasta que desperté un día, confusa y...
–Yo no estoy nada confundido. Me llaman Endereth, y puedo dejar de ser piedra si Anor no pasea por el cielo y lo deseo. Y sé que te llamas Ithlaiä.
La elfa estaba asombrada, ¿Cómo era posible que él supiera su nombre? ¿Que pudiera dejar de ser una estatua? De pronto, perdió de vista al elfo.
–Hey, ¿Dónde estás? ¡No te vayas! ¡AAAHHH! –gritó al sentir las manos del elfo detrás de ella.
–No te asustes. No tienes motivos para temerme.
–Lo dudo: el último hechicero con quien me relacioné, me causó mucho mal...
–Lo siento... Pero yo no soy un hechicero. No oficialmente. Aunque sé algo de hechicería –le guiñó un ojo.
–Explícate –le exigió Ithlaiä.
–He aprendido hechicería de este libro: es el mejor libro de hechicería del mundo: aquí se encuentran conocimientos por los que muchos, hombres y Maias se han perdido. Este libro es la obra maestra de Alatar el azul –Ithlaiä se estremeció al oír pronunciar ese nombre.
–Entonces tú eres su discípulo –dijo temblando.
–Algo así –respondió el elfo. Parecía muy divertido con todo aquello –Mi padre, el rey Thranduil , me dejó a su cuidado y educación. ¿Sabes? En aquella época Alatar acababa de llegar, y mi padre lo reverenció cuando le reveló que era un Maiar. Era muy amable, el mago azul, y yo me fui gustoso con él. Me pregunto si lo habría hecho, de saber lo que me deparaba el futuro.
–¿¡Dijiste que tu padre es el rey Thranduil?!
–Si, soy su primogénito: supongo que me extraña, hace más de 3000 años que no nos vemos –Endereth bajó la mirada.
–¡Pero si tú eres muy joven! ¡Apenas un adolescente!
–Sí, solo tenia 237 años cuando Alatar tuvo que irse en tu busca, Ithlaiä, y me pidió que le cuidara el libro, yo accedí. Pero no me dijo que implicaba cuidar el libro.
–¿Qué implicaba? –preguntó Ithlaiä con temor.
–Que me convertiría en piedra junto con él. Pero puedo dejar de serlo de noche, si quiero, como has visto. Por lo general paso las noches leyéndolo: me lo se de memoria y ya casi lo domino por completo. ¡Mira! –Con un movimiento de mano y unos susurros Endereth hizo aparecer en su mano una flor azul. Se la prendió en el pelo a Ithlaiä.
–¿Y no extrañas la vida? ¿Tus padres y amigos?
–Sí, mucho: pero no puedo moverme a menos que Alatar lo permita: hace varios días se despidió de mí y yo no puedo moverme.
–¡Pero si ahora te estás moviendo! –exclamó la elfa.
–Oh, claro. Pero en cuanto raya el alba vuelvo a ser piedra, donde me dejó Alatar.
–¡Y te dejo así, para que mueras de hambre! –el rostro del elfo se entristeció.
–No: yo no como, ni bebo, ni siento. Ni he envejecido un día desde que accedí a cuidar el libro. Soy como una estatua de piedra que razona y puede moverse un poco –A Ithlaiä se le encogió el corazón.
–No es posible que tú no sientas... Tus ojos me dicen otra cosa... –dijo ella mirándolo directamente a los ojos. El elfo se quedó unos minutos mirando los ojos de ella... Eran de fuego y él hielo, el rojizo de Ithlaiä y el azul de Endereth...
–¿Siempre vas a estar guardando ese libro? –preguntó Ithlaiä con tristeza.
–No lo sé, lo más probable es que sí.
–¿Sabes que tu hermano está en este palacio?
–¿Como? ¿Tengo un hermano?
–Sí, se llama Légolas... Supongo que él tampoco sabe nada de ti. Él es mi mejor amigo.
–Bueno me alegro, pero en teoría él y mi padre ya no son mi familia porque yo me marché, mi nuevo padre es Alatar –Ithlaiä se estremeció, bajó la mirada y pensó... "¿Qué es lo que siento? ¿Por qué mi corazón palpita tan rápidamente junto con este elfo? Ojalá no hubieras conocido a Alatar nunca..." Después alzó la mirada y vio como él la miraba. Se parecía extrañamente a Légolas, pero con ese pelo castaño y esos ojos azules... Él la miraba con una cara indescifrable. Después él dejó de mirarla y miró a Dol-Falas.
–Gracias por llevarla hasta aquí amigo –le dijo al caballo.
–¿Tú conocías a Dol-Falas?
–Sí, cada noche venía a verme y me contaba cosas sobre ti –Ithlaiä enrojeció un poco y después se acordó de algo.
–¿Por qué todos me buscan? ¿Quién soy?
–Eres la elfa más especial de la Tierra Media. Mira, este libro cuenta todo sobre ti –Endereth abrió el libro y para su sorpresa, Ithaliä vio que un capítulo entero estaba dedicado a ella. Pero el elfo no dejó que leyera.
–¡Oye! ¿Por qué no me dejas ver?
–Nadie debe hacerlo: de hecho tengo ordenado matar a todo el que me vea. A ti no, por supuesto. –el jovencito rio–dime, ¿ya va a venir Alatar? ¿O Firiel? me aburro sin ellos.
–No lo creo... –Ithlaiä no sabía cómo decírselo.
–Lástima; me quiero mover de aquí.
–¿Por qué no vienes conmigo al palacio? –preguntó con esperanza la elfa.
–¿Alatar está allí?
–Más o menos.
–De acuerdo, iré contigo. Al fin y al cabo, serás la esposa de Alatar... ¿Ya estás embarazada? ¿Qué se siente al estar embarazada? –Ithlaiä miró fijamente a Endereth: en sus ojos había curiosidad infantil, mezclada con anhelo de saber que se sentía sentir algo, lo que fuera.
–No: no lo estoy –respondió al fin –Vamos.
Endereth caminaba adelantándose o retrasándose, jugando con cuanto veía. Ithlaiä lo miraba con atención, mezclada con otra cosa, y se preguntaba cómo aquel niño,( pues a pesar de casi tener la estatura de Ithlaiä y la voz medio ronca, su actitud era la de un niño, )podía ser el discípulo de un mago tan perverso. Al llegar al palacio encontró a Mithrandir, quien vio boquiabierto a Endereth, y antes de poder dirigirle la palabra, el jovencito se esfumó. El alba había llegado. Ithlaiä miró el vacío donde antes estaba el noble elfo con esperanza de que volviera, pero no ocurrió. Entonces Gandalf no pudo callar más.
–Ese no era... Si mi ojos no fallan...
–Veo que la vejez no han borrado de tu mente al muchacho... Sí era Endereth... Cuando sale el alba se esfuma... Y dice que guarda el libro de Alatar.
–El libro mágico de Alatar, eso sí que no me lo esperaba. Pero he visto el aura de ese elfo y está hechizado, sus sentimientos no maduran.
–En ese libro hay un capítulo entero dedicado a mí, y yo no lo entiendo... ¡Ay Gandalf! ni siquiera yo misma sé quien soy en realidad...
–Claro que sabes quien eres, eres Ithlaiä, Estrella del Amanecer.
–Pero hay algo más...
–Ahora no hay tiempo... El hijo perdido de Thranduil ha regresado aunque aún es esclavo del hechizo de Alatar. ¿Dónde lo encontraste?
–Dol-Falas me llevó hasta él, lejos de aquí en la espesura –dijo Ithlaiä. Después relató cómo se había convertido en carne y hueso. Gandalf parecía notar que a ella le importaba aquel elfo pero no dijo nada. Entonces Gandalf se fue para estudiar más sobre aquel tipo de hechizos e Ithlaiä deseó con todas sus fuerzas que el día se oscureciera para volver a verlo.
Itlahiä entró al palacio pensando en todo lo que había sucedido, sabía que era especial, pero no entendía el porqué, y por si fuera poco, quienes sabían no le decían una palabra, ya se estaba cansando, pronto tendría que hacer algo para desenredar ese misterio. Fue inmediatamente a buscar a Légolas.
–Légolas, necesito decirte algo muy importante, no sé si hago lo correcto, pero sé que es importante para ti. ¿Tú recuerdas a Endereth ?
–¿Endereth? ¿Te refieres a el hermano que nunca conocí ? Mi padre me ha hablado en alguna ocasión de él. Se marchó muy joven y por eso no lo conocí, él nunca regresó, y no sé gran cosa de ese asunto. Realmente me hubiera gustado tenerlo conmigo.
–Bien, el hecho es que él está muy cerca.
–¿Qué ? ¿Estás hablando en serio ? ¿Dónde está?
–Tranquilo, te lo contaré –y le narró todo lo que había sucedido esa noche. –Así es que como verás no puedes hacer nada de momento, no hasta que sepamos bien cómo actuar. Mithrandir ya está investigando que se puede hacer, mientras tanto, por favor no se lo digas a nadie. Yo te lo he dicho porque eres su hermano, y me parece justo.
–Gracias Itlahiä, no lo haré y meditaré en todo lo que me has dicho, a ver si de alguna forma yo también puedo ayudar. Todavía no puedo creerlo, Endereth, mi hermano.

Mientras eso sucedía fuera del palacio, Faramir estaba dentro en uno de los salones, pensando en lo que estuvo hablando con Aragorn, cuando alguien por detrás le tapó los ojos.
–¿Asphil ?
–Sí, estaba buscando al hombre más guapo del Palacio.
–Bien, si me dices quien es yo te ayudaré a buscarlo.
–Claro, te lo describiré.
–Oye, lastimas mi ego, podrías haber dicho que era yo –le dijo Faramir mientras la tomaba en sus brazos.
–No esperaste a que terminara, te iba a describir a ti, eres el hombre más guapo no solo del palacio, sino de toda la Tierra Media.
–Te amo Asphil.
–Yo también te amo Faramir, aunque estabas muy pensativo, ¿no será que estabas pensando en "Alguien más"?
–Para serte sincero sí, pero no creo que debas sentir celos de Aragorn, ja-ja-ja. Hace unos momentos estábamos charlando, y estaba pensando en que hacía mucho tiempo que todas nuestras charlas estaban centradas en la posible solución a algún problema, es bueno estar en paz nuevamente.
–Tienes razón, ya es mucho tiempo en el que solo hemos estado llenos de preocupaciones, ojalá y esta racha continúe y las cosas sigan mejorando.
–Espero que así sea, porque me encanta tenerte así, entre mis brazos, y hablar de cosas simples, aunque todavía nos queda un tema muy serio pendiente.
–No... Más problemas.
–Somos tu y yo, te amo Asphil, y necesito saber si tú me amas tanto como yo. Hace un tiempo me dijiste algo que me llenó el corazón de dudas, si has cambiado de opinión solo tienes que decírmelo.
–Lo siento amor, sé a qué te refieres, y en ese momento había muchas dudas en mi cabeza, pero nunca en mi corazón. Ahora ya no tiene importancia, porque en ese momento decidí que tú eras lo más importante para mi, que solo estando a tu lado podría ser feliz, y que te amo tanto que si te fueras de mi lado, sería como si me arrancaran la vida.
–Asphil, mi amor, es todo lo que necesito oír, –y mientras le decía esto empezó a besarla apasionadamente. Después de eso, Asphil se quedó recargada en el hombro de Faramir rodeándolo con sus brazos por la cintura, y así estuvieron un buen rato, diciéndose palabras dulces y besándose, hasta que entró Mithrandir y los vio.
–Muchachos, se que no agradeceréis mucho mi interrupción, pero quiero pediros un favor.
–Claro, le contestaron al mismo tiempo, ¿de qué se trata?
–Un buen amigo mío me guardó unos libros algunos hace algún tiempo, y ahora los necesito, solo que no tengo tiempo de ir por ellos ahora, él no vive muy lejos, ¿me haríais el favor de ir por ellos?
–Por supuesto, contestó Faramir, pero solo lo haremos si podemos ir juntos, y le guiñó un ojo a Asphil.
–Veo que queréis estar juntos, y me da gusto veros así. Siempre es bueno ver cuando el amor florece entre los jóvenes, os agradezco este favor y os daré las indicaciones de como llegar.
Así Faramir y Asphil partieron en busca de los libros de Mithrandir, quien estaba emocionado, pero a la vez un poco nervioso. Tenía idea de lo que tenía que hacer para quitar el hechizo a Endereth, pero primero quería estar seguro. Sin embargo, le preocupaba la reacción del Elfo, ¿qué clase de relación tendría con Alatar? Solo esperaba que su alma estuviera limpia.
Al comenzar el crepúsculo Ithlaiä y Mithrandir siguieron nuevamente a Dol-Falas por el bosque. Cuando el último rayo del sol desaparecía se encontraron ante la estatua de Endereth: sostenía el libro abierto entre sus manos y parecía leerlo muy divertido. Volvió a tronar el relámpago y ya no vieron al elfo.
–Enderth, sal, sé que estás por aquí. –dijo Ithlaiä.
–No –respondió entre risas–tienes que encontrarme.
–No hay tiempo para juegos Endereth.
–Si lo hay: tenemos toda la eternidad por delante, ¡Heey! –Mithrandir había capturado al jovencito.
–Umm –el mago lo estudiaba con atención –Mírame a los ojos.
–¡Suéltame Olorin! ¡Alatar te hará pagar por esto!
–Primero vas a responder a unas preguntas. ¿Qué hizo tu padre al despedirse de ti?
–Resbalarse con la trampa que le había puesto -rio Endereth.
–Sí, es el verdadero Endereth –le dijo el mago a Ithlaiä– ¿Qué sentías por Alatar cuando te pidió que cuidaras el libro?
–¡Chismosa, chismosa! –le gritaba el jovencito a Ithlaiä, quien se sonrojó.
–No me pediste que te guardara el secreto, ¿cierto?
–Oh, es verdad... Me falta sutileza...
–Dime, ¿qué sentías?
–Humm, aprecio, cariño, agradecimiento.
–¡¿Cómo es posible?! –saltó Ithlaiä.
–Alatar me trataba bien: me enseñaba magia y me dejaba comer lo que quisiera... Echo de menos comer –con un rápido movimiento Endereth se libró del mago y desapareció en la floresta.
–¡Endereth! –gritó Ithlaiä.
–Está cerca y conozco un hechizo para convocarlo –la tranquilizó el mago, y murmurando palabras extrañas hizo volver al elfo.
–Eres un aguafiestas: estaba hechizando unos hongos para que te mordieran y no me dejas terminar –le dijo al mago con desaliento. Esta se acercó y le arrancó de un arañazo un grano que tenía en la mejilla.
–¡Oye! Eso me dolió –pero cuando retiró la mano el granito seguía allí.
–Es lo que pensaba –dijo el mago– Un hechizo de congelación pétrea. Es algo extremadamente difícil de lograr y requiere hacer cosas infames que es mejor no nombrar.
–Sacar un corazón lleno de amor y quemarlo en madera de lairelossë mientras aún tiene vida... –recitó Ithlaiä sin darse cuenta –Mithrandir, ¿qué he dicho?
–Parte del hechizo; como lo sabes es algo que ignoro, pues tal conocimiento solo lo poseíamos dos personas en este mundo.
–Tres conmigo –dijo el elfo.
–Como sea. Alatar debió mezclar ese hechizo con uno para petrificar parcialmente a Endereth –silbó admirado–. Hizo cosas grandiosas, terribles, pero grandiosas. Si estoy en lo correcto este jovencito es inmortal.
–No eres tan tonto como pareces Olorin –dijo sonriendo el chico– si me matan no funciona, si destruyen mi estatua tampoco, ¡y lo mejor de todo es que no duele!
–Claro, Alatar sello tu cuerpo, tu corazón y tu alma. No has cambiado un ápice de como eras en el momento de aceptar: como un insecto atrapado en ámbar –explicó Mithrandir.
–¡Eso es horrible! –exclamó Ithlaiä– ¿No puedes cambiar tus sentimientos, pensar algo al respecto? –le preguntó a Enderth.
–¡Claro que pienso! Sé que Alatar hace cosas increíbles y que no todos pueden.
–¿Has matado? –le preguntó muy serio el mago.
–Sí, muchas cosas: animales, hombres, elfos, enanos... –respondió con toda la tranquilidad el mundo.
–¿Y no te parece malo? –preguntó Ithlaiä aterrorizada. El jovencito se encogió de hombros.
–Me lo ordenaba Alatar –Ithaliä rompió a llorar.
–Calma, amiga mía, él no tiene idea de qué es el bien y el mal. Su corazón y su alma son puros. ¿No has oído la expresión peligroso como arma en manos de niño? Es lo que le ocurre. No sabe qué hace mal, me temo que no comprende conceptos como el bien y el mal. Ha obrado obedeciendo órdenes. Es incapaz de sentir nada. Pero temo por lo que le ocurra cuando comprenda todo lo que ha hecho; pues vamos a liberarlo. –Los ojos de Ithlaiä mostraron una profunda felicidad al saber que lo iban a liberar, pero Gandalf tenía razón. ¿Qué pasaría después?
–Asphil y Faramir fueron muy buenos conmigo y me ayudaron a encontrar el contra-embrujo. Ya lo tengo todo preparado, pero necesito tu ayuda.
–¿Yo? ¿Qué tengo que hacer Gandalf?
–Intenta que Endereth se esté quieto en un lugar... –dijo Gandalf señalando al elfo que estaba bailando alrededor de un árbol persiguiendo a una mariposa.
–Lo intentaré... –dijo ella con desánimo. Gandalf se escondió detrás de un arbusto desde donde pronunciaría el conjuro en voz baja –Endereth, ¿puedes sentarte aquí a mi lado un momento?
–¿Por qué quieres que me siente? A mí me gusta jugar con las mariposas nocturnas.
–Es que tengo que contarte algo muy importante –dijo ella. El rostro de Ithlaiä entristeció. Endereth puso cara de preocupación.
–¿Qué ocurre? –Endereth se sentó junto a Ithlaiä y Gandalf empezó a pronunciar el conjuro –a Alatar seguro que no le gusta que tú estés triste...
–Precisamente se trata de Alatar. ¿Sabes dónde está?
–No, pero me prometió que volvería y que volvería contigo... Un momento... ¿Dónde está él? ¿No debería estar contigo? Deberías estar embarazada...
–Yo... Eso mismo te quería contar. No estoy embarazada ni voy a estarlo porque Alatar murió combatiendo contra un brujo... –En ese preciso instante, Gandalf acabó de conjurar. Endereth la miraba con tristeza.
–¿Es eso cierto? –Ithlaiä asintió lentamente con la cabeza. Endereth miró al cielo, después al suelo y después al horizonte. El sol estaba apunto de salir.–Pronto saldrá el sol...
–Ya no vas a tener que preocuparte del sol porque te hemos liberado de tu hechizo.
–Si lo habéis podido hacer... Es que es cierto... Alatar ha... –una lágrima se asomó en los azules ojos de Endereth. El elfo se las secó sorprendido –¡Tengo sentimientos! ¿O si no por qué mi corazón palpita tan rápidamente?
–A partir de ahora tendrás sentimientos, podrás comer y beber y crecerás –dijo Mithrandir. El Elfo se sentó donde había estado siempre, convertido en estatua y abrazó el libro de hechizos de Alatar con fuerza.
–Deberíamos irnos Ithlaiä, necesita estar solo por un tiempo... –Ella asintió en silencio y después cabalgaron con Dol-Falas, dejando atrás al elfo con sus pensamientos. Por la noche, Ithlaiä regresó a verlo.
–¿Has tenido tiempo para asimilar lo que te he dicho?
–Pues no mucho: voy a convertirme en piedra.
–¡¿Qué!? –Ithlaiä no daba crédito a sus oídos –Mithrandir ya te quitó el hechizo...
–No. Estuve leyendo y pensando: me descongeló en el tiempo, pero no me quitó el encantamiento petrificador. Es magia muy antigua y poderosa. Tal vez debería hacerme piedra para siempre.
–¿Por qué dices eso?
–Porque he hecho cosas... Cosas que no quisiera recordar. Ithlaiä lo abrazó para reconfortar y se lo llevó al palacio, una vez allí, mientras Endereth comía, ella buscó al mago.
–Mithrandir! Tu hechizo no ha funcionado.
–¡¿Qué!? –exclamó el mago estupefacto.
–No ha funcionado, él sigue convirtiéndose en piedra, pero ya siente y come... Y se siente muy mal por las cosas que tuvo que hacer por Alatar. Dice que preferiría ser de piedra eternamente...
–¡Pues hay que quitarle las ganas, o lo será!
–¡¿Cómo dices!?
–Él solo deja de ser de piedra si lo desea, y si desea con todo su corazón volverse de piedra, lo hará y entonces no se si tendrá salvación.
–¡Pero yo fui piedra muchos años!
–Si, pero tú te convertiste por accidente, por un cruce de encantamientos, a él lo petrificaron específicamente, solo Alatar sabía lo que había hecho, y Sauron, pero ya no están en este mundo... ¿O sí?
–¿Qué quieres decir? –preguntó Italia, mientras caminaban donde Endereth–Están muertos, ¿no?
–Sí, creo que sí, pero me preguntaba si podríamos contactarlos...
–¿Contactarlos? ¿Algo como una sesión espiritista?
–Ajá. Aunque será peligroso y difícil; pero no hay otro modo de averiguar qué le hicieron a Endereth, para así poder deshacerlo. Necesitaremos la ayuda de Sayah, y de Siris... ¡Hey, Ophala!
–¿Qué Mithrandir? –la elfa iba muy guapa– dime pronto, que tengo prisa, Nevrast va a entrevistarse con mis padres para pedir mi mano.
–¡Felicidades querida Ophala! –Ithlaiä la abrazó.
–Me alegro por ti, amiga mía. Cuando termine, ¿me harías el favor de mandar llamar a Siris y Sayah?
–De acuerdo Mithrandir, veo que tú también tienes prisa...
–Sí y cosas urgentes entre manos, y si es posible, que Légolas venga al comedor –el mago y la elfa continuaron su camino, y volvieron a encontrarse con Endereth.
–¿Cómo está la comida, Endereth?
–Deliciosa –sonrió con tristeza– es lo primero que como en más de 3000 años, y me recuerda tantas cosas... Como la elfa que dejé morir de hambre... –El jovencito se echó a llorar –No puedo creer que haya matado tanta gente –confesó, apoyado en Ithlaiä- ni lanzado hechizos tan poderosos... No merezco vivir...
–¡Por supuesto que lo mereces! –dijo Mithrandir– Tú no tenías conciencia, ni sentimientos. Estabas bajo el control total de Alatar, él es el culpable.
–Yo lo hice, y de buen grado, todo lo que me ordenaba mi amado "padre"... Lo quise mucho, su muerte me provoca una gran tristeza, ¿cómo murió?
–Yo le atravesé el corazón– dijo serio Mithrandir y de pronto tuvo que pegar un brinco para esquivar el hechizo del jovencito.
–¡Te odio, maldito!¿¡Cómo pudiste!?
–Lo hizo para salvarme– Ithlaiä a duras penas lo contenía– Para salvarme, a mí y a muchos más. Y él sabía que podía morir... Él sabía lo que hacía... –la elfa sollozo.
–¿Tú también lo querías, verdad? –Ithlaiä asintió levemente– Nadie que lo amara lo habría matado.
–Alatar fue alguna vez mi mejor amigo –dijo el mago– Lo fue hasta que supe que había utilizado la magia negra y las fuerzas oscuras para poseer todo el conocimiento del mundo, para llevar a cabo su plan... Por ese libro que tienes entre las manos, una amistad que databa del canto de los Ainur, se trocó en pelea a muerte.
En aquel momento, Légolas entró en la habitación.
–¿Qué ocurre Mithrandir? Me habían dicho que era urgente –dijo Légolas sin notar la presencia de su hermano.
–Sí, es cierto era urgente, pues aquí tengo al hermano que perdiste tanto tiempo atrás –Légolas lo miró con los ojos muy abiertos y sin decir nada. Endereth hizo lo mismo.
–Con que tú eres Endereth... Sé que debería alegrarme de verte pero eres como un desconocido para mí... Sin embargo nos une la misma sangre.
–Tienes razón, quizá yo también debería alegrarme, pero acabo de enterarme que la persona a la que consideraba mi padre, ha muerto...
–No estés triste, sé de lo que hablas, pero de ahora en adelante tendrás a tu verdadera familia a tu lado, te querremos como si nada hubiera ocurrido.
–Pero hermano... Yo no puedo cargar con todas las muertes... Mi tristeza se agranda cada vez más... Y no quiero morir por ella. Me convertiré en piedra por siempre...
–¿Y así crees que se solucionará todo? –explotó Ithlaiä– no puedes hacer eso...
–¡Y tú qué sabes! –gritó Endereth enfurecido–no eres tú quien ha perdido a su padre.
–Yo perdí a los míos hace tiempo... –dijo ella con lágrimas en los ojos. Lo miró y después salió corriendo de la habitación.
–Endereth... Mi hermano mayor, por el que oí llorar tantas veces a mis padres. Tienes a tus verdaderos padres, a mí, a tus hermanas pequeñas... ¿No deseas conocerlas? –el otro asintió y el mago salió de la habitación.

Magia y Amor en la Tierra Media: Memorias de La Cuarta EdadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora