Capítulo veintiséis: El amor puede con todo

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En esos momentos, Merenwen despertó sintiéndose mucho mejor, y le sorprendió ver que Uiniendil estaba dormido a su lado. Ella se sentó junto a él y se quedó un buen rato observando cómo dormía, era tan bello, pero ella no debía pensar en eso, sólo se haría más daño. Se levantó y caminó unos pasos, admirando el paisaje que se extendía frente a ella. Un rato después, él también despertó, la buscó inmediatamente con la mirada y en cuanto la encontró, se levantó y se dirigió hacia ella:
–¿Ya te sientes mejor Merenwen?
–Claro que sí, sólo necesitaba un poco de descanso, ¿y tú? Dormías como un bebé–Le dijo ella con una sonrisa.
–Valiente vigilante te encontraste, se queda dormido a tu lado en vez de cuidarte.
–Mi vigilante es muy valiente y muy noble, pues me pasó parte de su energía hace unas horas, sin importarle debilitarse.
Él sonrió y le dijo:
–Lo haría de nuevo sin pensarlo, ¿vamos con los demás? Tenemos que continuar.
–Ve tú, yo te alcanzo en unos momentos.
–Mejor te espero.
–Anda Uiniendil, no me pasará nada, ¿Qué es lo que temes?
–Que te marches.
Ella le acarició el rostro con ambas manos y le dijo:
–Entonces no temas, no me marcharé, solo quiero pensar un poco, ¿confías en mí?
–Sí, pero prométeme que me dejaras cuidarte.
–Lo haré.
Uiniendil regresó a donde estaban los demás, pero se sentó en un lugar apartado. Quería estar solo con sus pensamientos, se estaba sintiendo muy raro, ¿por qué le había dolido tanto cuando se dio cuenta que Merenwen se había marchado? Y cuando la vió herida sintió que le clavaban una daga en el corazón, ¿sería que él mismo se estaba engañando? Ella era muy importante para él. Ahora, sentía como si ella hubiera puesto una barrera, ¿sería que la decepcionó tanto que dejó de amarlo? Tenía que encontrar respuesta a todas esas preguntas, tenía que estar junto a ella, y sin pensarlo más, regresó al sitio donde ella se había quedado:
–¡Merenwen!
–Dime, ¿acaso olvidaste algo?
–No, yo... Quiero saber algo... Sólo que no sé cómo –Merenwen se quedó mirándolo y por primera vez desde que lo conoció lo notó indeciso.
–No puede ser tan difícil, sólo dilo.
Uiniendil se acercó a ella y mirándole a los ojos. Sólo un pequeño espacio los separaba, de repente, él la atrapó entre sus brazos y cubrió su boca con la de ella besándola con una ternura indescriptible, disfrutando cada segundo que robaba su aliento. Mientras que ella, sólo podía sentir la felicidad que es estar así con el ser que amas, y ninguno de los dos pensaba en nada más, solo en el hecho de que estaban juntos.

–Deberíamos imitarlos–dijo Kinalth a Nienor.
–No tengo tiempo ahora.
–Vaya, qué amable eres.
–Tengo que preparar mis flechas, ¿o quieres ke el enemigo nos arrebate la victoria?
–No, solo quiero tenerte a ti.
–Y que el mundo gire, ¿no es así? Tú puedes hacerlo, quizá, pero es mi obligación como sacerdotisa y como la última descendiente de los Losoth velar por el Norte.
–Me gustaría que te olvidaras de tus obligaciones al menos por un día y lo vivieras solo conmigo.
–No será solo un día, será toda mi vida, lo que sea que esto dure.
–¿Quieres decir que ya no eres inmortal? –Kinalth palideció.
–Exacto, la inmortalidad la debía al fragmento de la Vara, sin él soy una simple mujer mortal–Kinalth la abrazo– ¿ves ahora, elfo, por qué debo preparar mis flechas?

Muy cerca en el campamento, Endereth revisaba a Morinethar e Ithlaiä se encargaba de Winee:
–¿Qué pasó con Malia, la mujer que creía ser la madre de este niño? –preguntó ella.
–Escapó cuando se dio cuenta de que no era su hijo, no sé dónde está–una sombra pasó por el bello semblante de Endereth.
–Ojalá esté bien.
–No puedes cuidar de todos Ithlaiä. Bueno,Morinethar solo tiene el hechizo de rejuvenecimiento progresivo, ¿está muy embrujada Winee?
–No sé, no creo, ama de veras a Morinethar, pero siento algo extraño alrededor de ella.
–Déjame ver–Endereth se acercó, la contempló y luego de hacer una pequeña prueba con una lucecita amarilla dijo–ella tiene un hechizo semejante al que yo tenía.
–¿Te refieres al de permanecer tal cómo te había hechizado Alatar?
–Algo así, no exactamente el mismo, pero puede que Morinethar lo intentase y lo lograse a medias.
–Oh, ¡y aquí no están Siris ni Mithrandir! –exclamó Ithlaiä.
–Pero están Faramir y la Vara.
–Tiene razón elfito, vayamos con él, quiero liberar a esta elfa de sus hechizos lo más pronto posible, aunque grite cómo una loca no me gusta que la gente esté embrujada...
–Si lo dices por mí–sonrió Endereth– ya sólo estoy embrujado por tu belleza, amor mío.

Aragorn miraba extasiado a su hijo mientras lo sostenía en brazos, apenas podía creer que ese bebé fuera una pequeña extensión de él y su amada Arwen, mientras ella los miraba a los dos con tanta felicidad en el corazón cómo podía ser capaz de sentir.
–Arwen, mi amor–dijo sonriéndole–¿te das cuenta de la felicidad que siento al teneros a ambos? No podría soñar con algo mejor.
–Aragorn, siento exactamente lo mismo que tú, sois mi felicidad ¿y has notado que es igual de guapo que tú?
–Yo solo veo en él la hermosura de su madre.
–Entonces, podemos estar orgullosos de él, ha venido al mundo en medio de misiones peligrosas y ataques.
–Sí, pero también está entre mucho amor, ¿Cuántas parejas de enamorados nos rodean, no es curioso amor, que entre el peligro y la responsabilidad algunos han encontrado el amor?
–Lo mismo que sucedió con nosotros amor, o ya olvidaste todo el tiempo que tuvimos que estar separados.
–Tal vez físicamente, porque mi corazón siempre estuvo contigo.
–Lo sé mi valiente guerrero, aún cuando pensabas que no había esperanzas para nuestra unión, ¡te amo, Aragorn!
–Y yo te amo a ti, mi reina.

Mientras, Uiniendil y Merenwen separaban sus labios, y ella trataba de buscar en sus ojos una respuesta a todos sus interrogantes.
–Uiniendil, no creo que...
–¡Ssshhh! –le dijo él cubriendo su boca con la mano–no sigas nada ahora, ¿acaso te arrepientes de haberme besado?
–No, pero... Tengo muchas dudas.
–Y creo saber cuales son, porque yo mismo las he ocasionado. Pero yo también las tengo, he estado pensando mucho y no logro salir completamente de mi confusión. Sólo sé una cosa Merenwen, deseaba besarte con toda mi alma y al hacerlo he sentido una felicidad absoluta, cuando supe que querías marcharte, sentí como si me arrancaran un pedazo del corazón, no quiero que te vayas.
–Uiniendil, sabes por qué lo hacía, no quiero sufrir, pero tampoco quiero que tú sufras.
–Lo sé y tal vez me estoy viendo demasiado egoísta porque no te puedo ofrecer una realidad por el momento, solo quiero que sepas una cosa, no estoy jugando contigo Merenwen, mi corazón me pide estar junto a tí, eso no lo puedo negar, pero por otro lado temo no llegar a amarte como tú lo mereces. Si yo llegara a dañarte no me lo perdonaría jamás.
–No lo harás, solo tienes que ser sincero, como lo estás siendo ahora, sigue el camino de tu corazón y cuando estés listo, dime la verdad, solo eso te pido.
–Eso no es justo para tí.
–Pero es lo que yo deseo ahora.
–Merenwen–dijo él muy dulcemente mientras volvía a buscar sus labios para unirse en otro tierno beso.

Ithlaiä y Endereth se acercaron a Faramir.
–Faramir necesitamos la ayuda del portador de la vara para deshacernos de unos hechizos–dijo Ithlaiä. El senescal estaba sentado apoyado en un árbol con Asphil sobre su pecho acomodada, como acostumbraban a hacer. Se levantó:
–Os quiero ayudar, pero no sé si podré, no sé hacerlo... –dijo él inseguro.
–Claro que sabrás, nosotros te ayudaremos... –dijo Endereth. Los dos elfos le cogieron cada uno de un brazo para darle confianza, porque sabían que si un humano no experimentado en magia se ponía nervioso, no saldría bien. Nienor miró extrañada como lo acompañaban a donde estaban Winee y Morinethar echados en el suelo con los ojos cerrados como dormidos y con un círculo de un polvo extraño a su alrededor. Los dos elfos le explicaron lo que tenía que pronunciar y que debía estar muy concentrado. El senescal cerró los ojos cuando estuvo a punto para formular el conjuro. "Aleha Gara arebil a sotse sodanenevne" pensaban Ithlaiä Endereth y Faramir todo el rato. Y pronto dió resultado, el círculo de polvos extraños se iluminó por un momento y volvió a apagarse. Winee y su señor se despertaron a la vez y al mirarse, su hechizo se deshizo y se abrazaron. Pero de pronto algo los alarmó: el ulular histérico de una lechuza parda que sobrevolaba el campamento. Era Sayah. La lechuza se convirtió en mujer antes de tocar el suelo y Sayah respiraba fuertemente y entrecortada.
–¿Qué ocurre? –le preguntaron varios. Todos se reunieron a su alrededor.
–No será nada fácil formular el hechizo que destruya la torre porque está rodeada de licántropos. Hay muchos de ellos.
–¿Cuántos? –preguntó Aragorn exaltado.
–Puede que lleguen a los cien.
–Tendremos que matarlos a todos–dijo Nienor.
–Pero esto se convertirá en una masacre–dijeron varios.
–Sí, es cierto. No digo que sea bonito, pero si no no habrá manera de destruir la torre ¿y qué importa más? ¿Unos cuantos licántropos o la vida y la libertad de las criaturas buenas de este mundo como elfos hombres y enanos? –dijo Ithlaiä.
–Ella tiene razón–preparémonos para la batalla. Después de esto, al fin podremos marcharnos a casa en paz.

Los licántropos al mando de su jefe Gayala se habían rebelado al darse cuenta de que Morinethar no era sino un niño y que además estaba fuera de la fortaleza. Pensaban terminar con su antiguo amo y con aquellos extranjeros que tantas bajas les habían causado, como también declararse señores de Angmar. Pero eran hombres lobo, salvajes y violentos y no les gustaba esperar, sólo conocían la prisa y llevados de ella abandonaron la seguridad de las murallas de la fortaleza y se lanzaron todos juntos, rabiosos, dispuestos a matar o morir. A su encuentro fueron los miembros de la Comunidad, los hijos de los elementos se aprestaron a combatir con sus poderes cuando Nienor les dijo:
–No hagáis eso.
–¿Qué? ¿Por qué?
–Porque si acaban con esas bestias, el portador de la Vara jamás aprenderá a usarla.
Aragorn la miró con una sonrisa satisfecha que luego dirigió a Faramir. Pero él no se veía muy satisfecho, de hecho estaba preocupado. "¿Cómo quieren que termine con una manada de licántropos salvajes y furiosos si apenas he usado la vara una vez y quién sabe si bien?".
–Vamos Faramir, los licántropos se acercan, acábalos–dijo la voz fría de Nienor y Faramir quiso preguntarle cómo rayos podía hacer eso–vamos, lo harás bien.
–¡¿Cómo voy a hacerlo bien si ni siquiera sé lo que me estáis pidiendo?!
–Que mates a los lobos–sonrió la sacerdotisa de ojos fríos–utilizando el poder de la vara con un solo giro de ella en tus manos.
–¿Pero cómo, si él nunca ha hecho eso? –exclamó Asphil.
–Siempre hay una primera vez.
–Chicos, los lobos ya están demasiado cerca–les dijo Endereth con voz falsamente calmada.
–Oh, Faramir tiene el poder, sólo tiene que confiar en sí mismo–dijo y avanzó sola hacia los lobos–ahora, como en la Guerra del Anillo, solo tiene que sacar la casta, el valor.
Y para darle una muestra o un incentivo, Nienor se sentó en la helada nieve, dejando de lado su arco y cerró los ojos. Los lobos, a una velocidad que solo la furia mucho tiempo reprimida puede dar, se abalanzaron sobre ella.
–¡Maldita sea! –dijo Kinalath sin especificar si maldecía la situación o a su amada, y preparó su rayo. Pero no fue necesario que lo lanzase, pues un resplandor violeta encegueció a todos unos instantes, y cuando pudieron volver a ver la nieve estaba cubierta de lobos muertos en el suelo; sin heridas, simplemente descansando como dormidos. Entre ellos estaba Nienor y al frente de la comunidad, Faramir temblando ligeramente sostenía aún la Vara frente a sí con ambas manos. Faramir había descubierto que era capaz de manejar la Vara de Morgoth.
–Sabía que lo harías–le respondió sin mirarle ella con sus rojos cabellos ondeando al viento.
–¿Así que utilizas la vara por instinto?
–No lo sé... Es como si lo hubiera sabido siempre pero ahora me hubiera dado cuenta de cómo funciona la vara–dijo el senescal.
–Bueno, si es así, nos podrás ayudar a eliminar a esas bestias que nos esperan alrededor de la torre–dijo Aragorn.
–Haré lo que esté en mis manos–dijo el senescal.
–Contamos contigo–dijo Ithlaiä con una sonrisa.
–Los hijos de los elementos no deberíamos gastar nuestros poderes–dijo Sayah creando un poco de tensión en el ambiente–el ritual que tendremos que formular para unir nuestras fuerzas cuando vayamos a destruir la torre requiere la mayor parte de nuestra energía.
–Es cierto, no debemos luchar. Esta vez os lo tendremos que dejar todo en vuestras manos–dijo Uiniendil.
–¿Pero qué es eso de quedarse aquí con los brazos cruzados? –dijo Nienor.
–Nienor, no empieces con lo del orgullo...-dijo Ithlaiä- esta vez no puedes hacer lo que tú quieres. Tienes que quedarte aquí y cuando hayamos acabado con ellos, te tocará a tí entrar en acción junto con el rayo, el agua, el fuego y el aire. Sabemos que no te gusta quedarte de brazos cruzados, pero esto es muy importante...
–Lo he entendido–dijo Nienor y su voz sonó seca. Kinalath se le acercó y habló con ella. La voz de Kinalath hizo que se calmara un poco, pero seguía contestando secamente.
Aragorn, Faramir, Ithlaiä, Endereth, Asphil, Légolas y Elemmire se despidieron de los demás, que les desearon suerte. Arwen, que no podía ir con ellos porque no quería dejar a su hijo. Uiniendil, Merenwen, Sayah, Kinalath y Nienor observaron cómo iban desapareciendo tras la espesura.
–Ahora solo podemos esperar–dijo Kinalath mirando hacia donde se habían marchado.
Por el camino a la torre, Ithlaiä propuso algo:
–Deberíamos atacarlos por detrás... Ya se que suena cobarde, pero como ellos son tantos, deberíamos hacer que cayeran uno a uno sin que los demás sepan qué está ocurriendo ni qué les está atacando.
–Muy astuta... –dijo Aragorn–Todos dominamos el arte de ser silenciosos. Un ataque por sorpresa sería lo mejor–después se asignaron el lugar en el que debía estar cada uno con sus arcos y flechas y Faramir con la vara lanzando ataques a distancia.
–Quizá los licántropos nos descubran, ¿y entonces qué? –preguntó Elemmire.
–¡Entonces lucharemos! ¡Espadas en manos! Y haremos todo lo que podamos–dijo Ithlaiä con poderío. Juntaron sus manos y se desearon mucha suerte.

Gayala estaba hablando con uno de sus secuaces planeando posibles defensas o ataques:
–La última vez que vimos al enemigo, se encontraba a unas cuatro leguas de aquí así que deberíamos prepararnos antes de que... –el hombre lobo no acabó la frase porque una flecha había atravesado su garganta a través de la tela de la tienda de campaña. Gayala se levantó de golpe y gritó que los atacaban, pero no se había dado cuenta de que fuera, uno a uno, los lobos iban cayendo sin saber de dónde venían las flechas. Cuando quedaba la mitad, Gayala salió fuera con un escudo y vio a varios de sus hombres muertos en el suelo. Los que habían sobrevivido, habían volcado los carros para esconderse y protegerse tras ellos. Gayala corrió hasta uno de los carros mientras seguían cayendo flechas hacia ellos.
–¿¿Por qué no atacáis?? ¡¡Sois peor que un rebaño de ovejas!! ¡Os agrupáis como ellas!
–Pero señor, no sabemos quién nos ataca ni desde dónde ni cuántos son porque cada vez salen una flecha de un lugar diferente y además los soldados cuentan una leyenda en la que una maga se deshace de todo aquel que no sea bienvenido y su misticismo hipnotiza a los débiles...
–¡¿Desde cuándo creéis en cuentos de viejas?! ¡ATACAD U OS ATACARÉ YO! –gritó Gayala furioso. Y sin pensárselo los hombres lobo corrieron a ciegas hacia los arbustos, pero antes de que pudieran atacar algo extraño ocurrió. Un extraño humo rojo salió de los arbustos y Aragorn, Faramir, Ithlaiä, Endereth, Asphil, Légolas y Elemmire salieron de detrás del humo. El simple hechizo que había formulado Endereth tuvo el efecto que los guerreros habían planeado, ahora los hombres lobo les tenían miedo.
–La magia es lo más divertido del mundo–susurró Endereth a Ithlaiä.
–Sí, pero ahora no juegues, debemos terminar con estos hombres lobo.
–De acuerdo–dijo Endereth tensando su arco y disparando una flecha que se convirtió en tres al volar por los aires, terminando con tres licántropos a la vez.
–¡Vaya, no conocía ese truco!
–Es para ahorrar tiempo–le dijo él y continuaron luchando.
Los hombres lobo estaban asustados y no eran oponentes para los elfos. Sin su impactante supremacía numérica, eran unos oponentes muy débiles y cobardes. Sin embargo aún eran violentos y tres de ellos brincaron sobre Elemmire y antes de que pudiera quitárselos de encima, había sido mordida. Légolas corrió en su ayuda, terminando con los lobos que encontraba en su camino, pero Gayala se interpuso en su camino y el elfo y el licántropo pelearon cuerpo a cuerpo. Las garras del lobo se clavaron profundamente en los brazos del elfo antes de que Légolas terminara con él usando sólo la fuerza de sus manos alrededor del cuello del licántropo: tal fue el fin del último jefe de los hombres lobos del Norte.
Sin embargo aún quedaban algunos lobos, y estos al ver morir a su jefe, escaparon.
–¡No dejéis que se vayan! –gritó Ithlaiä–¡Estoy harta de que nos molesten!
–Es verdad–dijo Endereth– y quién sabe si pueden volver a convertirse en una amenaza.
Faramir escuchó estas palabras, y vio tendidos a Légolas y Elemmire sobre la nieve que se teñía de rojo con la sangre que manaba de sus heridas.
–¡No, no volverán a hacer daño a mis amigos! –exclamó y nuevamente de la Vara en sus manos brotó un rayo de luz azul, que se dirigió hacia los lobos que escapaban. Los atrapó en su resplandor y no pudieron ver nada más hasta que la luz menguó y se dirigió de nuevo a la Vara.
Los lobos habían quedado en el suelo nuevamente, sin ninguna herida visible.
Endereth e Ithlaiä se acercaron a verlos: todos yacían muertos, en la pose en que la muerte les había legado.
–Parece como si les hubieran arrancado la vida–dijo ella.
–Quizá fue así–respondió Endereth frunciendo el ceño–¿Viste cómo esa luz por la voluntad de Faramir salió, los acabó y regresó?
–Sí, eso no lo vimos la otra vez–respondió ella.
–Creo que Faramir, por medio de la Vara les arrebató la vida.
–¡¿Pero cómo puede ser eso?!
–No recuerdo todo, pero hay una magia muy antigua, casi natural, en la que un alma muy poderosa puede arrebatar las que estén cerca.
–Tal vez sí... –ella parecía pensativa– porque el resplandor que retornó a la Vara, era más luminoso, pero más oscuro a la vez.
–¡Faramir, ¿Qué sientes? –le preguntó Asphil a su amado.
–La vara está inquieta, me ha costado un poco lograr que se estuviera tranquila.... también la otra vez,pero creí que se trataba de mis nervios.
–Nunca creas que son tus nervios cuando trates con magia–le advirtió Endereth.
–¡Ah! Creo que lo mejor sería preguntar a Uiniendil y Nienor si saben algo al respecto–dijo Ithlaiä, y todos estuvieron de acuerdo. Con mucho cuidado levantaron a Elemmire y la llevaron cargando, pues había sido mordida en una pierna.
–Yo estoy bien–dijo Légolas vendándose los brazos–es ella quien me preocupa–dijo y dirigió una amorosa mirada a Elemmire. Uiniendil Y Nienor escucharon con atención el relato y después de unos momentos de silenciosa reflexión, él dijo:
–Ese es el secreto para dominar a la Vara. No creí que fueras tan poderoso de dominarla en tan poco tiempo, Faramir–él se sonrojo.
–La verdad, no tengo idea de cómo lo hice.
–Impusiste tu voluntad: tú deseabas que los lobos murieran y la muerte es básicamente, la separación del alma del cuerpo–dijo Nienor.
–Así es, recuerda que la Vara tiene una voluntad propia; un rastro de la voluntad de Morgoth es lo que le da su poder, su magia.
–También tiene rastros de la voluntad de mi padre y los otros 12 que le acompañaban.
–Lo había olvidado–sonrió Uiniendil–es verdad, debe ser por ello por lo que la Vara está más apegada al bien ahora, quizá si trataran de utilizarla para el mal, ya no serviría.
–Yo no estaría muy segura–respondió Nienor–por eso debemos dejarla en manos aptas.
–Y qué mejores que las de Faramir. Si es capaz de usar la magia de la vara por medio de su voluntad, no nos será difícil acabar con Angmar de una vez por todas.
–Es verdad. Faramir, –le dijo Nienor– practica a dominar la magia de la Vara, ven conmigo, yo te enseñaré.
Se separaron del grupo mayor.
–La fuerza de voluntad ya la tienes, es lo más difícil, solo tienes que identificar el momento justo para usarla, es como una espada, como un arma cualquiera.
–Vaya, pues no soy bueno con la espada.
–No te preocupes, yo tampoco, pero no hace falta–le dijo y una pálida sonrisa iluminó su rostro–sólo tienes que mirar la Vara. Cuando la luz sobrenatural que despide llegue al punto máximo de su claridad antes de ser percibida por todos, ese es el momento y ella te ayudará, pues la forman recuerdos de bondadosos seres.
–Sí, ahora la veo...
–Ten cuidado, no me vayas a arrebatar mi vida–bromeó ella y Faramir, asustado, soltó la Vara–era broma, la verdad es que te costaría trabajo arrebatarme la vida y la de cualquiera de nosotros. Esos lobos eran basura, desde el punto de vista de grandeza de alma, pero arrebatar almas o vidas, es lo más fácil que puedes hacer con la Vara.
–Arrebatar vidas, almas, ¿qué más hace la magia? –le preguntó Asphil sentada con las piernas cruzadas mientras masticaba un pequeño fruto algo apesadumbrada.
–¿No crees en la magia? –le preguntó Nienor.
–Sí creo en ella, pero utilizarla para hacer cosas como esas...
–¡Claro! Tu pacifismo absoluto te resulta en muchas ocasiones, ¿verdad? –el sarcasmo de Nienor no gustó a Asphil quien se puso de pie algo molesta.
–Bueno... Damas... –Faramir sabía que no iban por buen camino.
–¿Por qué me atacas? –le replicó Asphil a Nienor.
–Nadie te ataca, tú eres la atacada.
–Damas...
–¡Pues...!
–¡Damas! –la voz de Faramir sonó fuerte y clara y Nienor temió que algo ocurriera con la Vara–No discutais por estupideces.
–Lo siento Nienor.
–Tranquila, sé que mi carácter a veces incomoda.
–Oye, hay algo que aun no me queda claro, ¿Cómo es posible que de la nada Faramir pueda controlarla?
–Es un espíritu muy puro.
–Pero si tú le ayudas, ¿puede hacer cosas más terribles que las que ya ha hecho?
–Sí, no sabemos la dimensión del talento de nuestro amigo–Nienor le dio una palmadita en la espalda al joven que se sonrojó–En todo caso no debes preocuparte, yo te lo cuido.
–Ja, ja, si cuida mucho de este montaraz–le dijo Asphil colgándose del cuello del joven.
–¡Ya Asphil amor, no hagas eso, todos miran, espera!
–¡Ja, ja, que chillón ja, ja!
Nienor sonrió al verlos pero fue rápidamente a sostener la Vara por si a Faramir se le escapaba algún que otro rayito de emoción.
–No es tiempo para risas ahora...-dijo Ithlaiä secamente mientras se acercaba a Faramir, Asphil y Nienor–Elemmire ha sido mordida por un hombre lobo, sabéis tan bien como yo lo que eso significa, ¿no? –esto último lo dijo tan fuerte que todos se giraron a mirarla –No sé vosotros, pero yo no pienso permitir que se convierta en un monstruo–Faramir y Apshil se sintieron un poco culpables. ¿Cómo se podían divertir mientras Elemmire se iba transformando en uno de esos seres despreciables. Nienor se quedó pensativa intentando recordar algo que le ayudara en aquella situación.

Magia y Amor en la Tierra Media: Memorias de La Cuarta EdadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora