Capítulo veinticuatro: el ritual

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–¿Arwen? –preguntó Uiniendil en su lejana mansión.
–El bebe ya está listo para nacer y mi abuelita me enseñó cuanto debía saber sobre mi cuerpo.
–En verdad, creo que la dama Galadriel es la elfa más sabía que vive hoy en día–respondió Uiniendil con una sonrisa y con Endereth acomodó una gran mesa en el centro de la habitación. Colocó doscientas veintidós velas azules a su alrededor, dibujando un espiral. Nienor meditaba profundamente preparándose para desligar su alma de su cuerpo y del fragmento. Ojalá pudiera meterla después de vuelta.
Cuando Arwen sentía que se aproximaba el momento se acostó en el altar, y Nienor se acostó juntando su cabeza con la de ella, en el extremo que daba al este, daban los pies de Arwen, en el extremo que daba al oeste estaban lo pies de Nienor. A estos se les colocó Endereth y comenzó a recitar antiguos encantamientos. A los pies de Arwen Uiniendil hacía de partero y respondía a la letanía de Endereth.
–Arwen, será difícil y doloroso, pero haz que el bebe salga de ti lo más lento posible, pues Nienor debe separar su alma y volverla a su cuerpo mientras tu bebe viene al mundo. Arwen asintió y siguió empujando, incluso para una elfa era difícil dar a luz. Le hubiera gustado que Aragorn estuviera a su lado, pero tenía una obligación que cumplir.
–¡Ya! –gritó Arwen cuando el bebé comenzó a abrirse paso.
En aquel momento Endereth aumentó el tono de su voz y el ritmo de su plegaria se hizo más rápido: él cantaba el canto de la Vida.
Uiniendil entonó en voz baja una suave y lenta melodía, era el canto de la muerte. Y Nienor, usando de toda su capacidad , retiró con una daga de aguamarina el fragmento de la Vara de Morgoth, y sacó voluntariamente su alma de su cuerpo. En medio de los hermosos y sutiles cantos, en medio del dolor y la dicha, Arwen contempló la etérea y gris figura de Nienor y cuando le pareció que la claridad se hacía más grande, en un segundo, Nienor entró luminosa a su cuerpo y el bebé respiró por vez primera. Entonaron entonces Uiniendil y Enderth la letanía del comienzo, y el bebé lloraba con brío de sus nuevos pulmones. Uiniendil cortó el cordón y entregó su hermoso niño a Arwen. Había nacido un príncipe. Endereth ayudó a levantarse a Nienor, quien se veía casi tan resplandeciente como su liberada alma y sonriendo, mostró una esfera que parecía de claro y rosado cristal. El bebé la miró atento, pues ambas mujeres estaban frente a frente, y le cogió una de sus manitas para jugar con él.
–Esto fue todo un éxito–dijo Endereth, radiante.

Faramir y Kinalath vigilaban que no viniera nadie mientras Sayah fundía el cierre de la celda en la que se encontraba Ithlaiä, pero la que tenía encerrada a Ringëril estaba protegida por magia.
–¿Sabes algún conjuro de magia arcana que nos sirva? –preguntó Kariah que tenía cara de no saber si era útil aquella pregunta. Sayah se concentró y miró a través de sus memorias.
–Sí... Esto podría servir. "Por la magia arcana de la oscuridad, deshaz este conjuro que no es de gran habilidad" –conjuró Sayah. La pared de rayos mágicos se deshizo y Ringëril pudo salir. Caminaron por delante de montones de puertas de celdas para llegar hasta la salida y cuando casi habían dejado el piso de las celdas, Ringëril vio algo que no creyó: otra celda cerrada con rayos mágicos. Pero allí dentro no había una sola persona, había montones de personas y todos vestían de la misma forma que Ringëril. Ella no pudo evitar gritar.
–¡Padre!
–¡No grites que nos van a descubrir! –le dijo enfadada Ithlaiä.
–¡Pero mirad, es mi padre y mi pueblo están allí dentro todos y cada uno de ellos! –lo que decía la joven era cierto, todo un pueblo había sido encerrado en esa gigantesca jaula con barrotes de rayos mágicos.
–¿Ringëril? –preguntó un niño de dentro– ¡Es Ringëril! ¡Ha venido a salvarnos!--pero antes de que gritasen de alegría, Ringëril indicó que no hicieran ruido, que los sacarían de allí. Sayah volvió a pronunciar el mismo conjuro de antes pero tuvo que estar más rato concentrada porque aquella puerta era mucho más grande y potente. Después de estar un buen rato abrazados en silencio con cada uno de los quince miembros del pueblo de Ringëril, idearon un simple plan: matar a quien se interponiese en su camino.
–¡Con la fuerza de mi pueblo, ningún enemigo estará a salvo! –dijo Ringëril.
–Ya lo creo... –dijo Ithlaiä–Pero ¿y Aragorn, donde estará?

El rey estaba siguiendo a Winee hasta una habitación de juguetes:
–Limpia todos y cada uno de estos trastos del señor–le ordenó a Aragorn–¡Que no quede ni una mota de polvo! –le advirtió.
–Si supieras quién soy, ya verías...
–¿Qué has dicho? –dijo Winee dándose la vuelta hacia él.
–Nada. Sí, mi señora–dijo Aragorn gracioso.
Wine dio media vuelta y se fue por donde había venido.
–¡¿¿Cómo que ordenar a un rey limpiar estos jueguetitos??! Si nos volvemos a encontrar te haré limpiar todo mi palacio! –dijo Aragorn malhumorado. Salió de la habitación y volvió a donde estaban todos. Les contó lo sucedido y algunos aguantaron la risa, pero otros no pudieron evitarlo. Merenwen que siempre había sido una chica silenciosa y un poco triste, rompió a carcajadas y Ithlaiä tampoco pudo evitar sonreír.
–Bueno, mi rey, si me acompañas iremos a limpiar todas y cada una de estas celdas... –dijo Ithlaiä con un brazo apoyado en su hombro, bromeando con una cara extrañamente seria, pero a punto de romper a reír. Cuando dejaron de bromear, Aragorn preguntó:
–¿Quiénes son toda esta gente?
–Es mi pueblo, no estaba muerto, fueron capturados. ¡Y ahora seremos libres! –dijo Ringëril contenta.
–No creo que sea demasiado fácil salir de aquí sin que nos vean... –dijo Kinalath.
–Tengo una idea, –dijo Sayah–formularé un conjuro que haga de espejo y cuando los soldados miren las cárceles, verán que nosotros aún estamos allí, pero tan solo será un espejo.
–¡Eso es! Así al menos ganaremos un poco de tiempo. –dijo Ithlaiä–Pero no sé cómo vamos a salir de aquí sin que Winee y su señor nos vean... A no ser... Que Sayah tenga un hechizo de invisibilidad... –dijo esperanzada en que le dijera que sí.
–Lo siento podría hacerlo, pero somos tantos que no creo que duraría demasiado y además mis energías se agotarían y yo podría morir.
–¿Qué os obligaban a hacer mientras estabais en esta cárcel? –le preguntó Ringëril a su padre.
–Nos obligaban a trabajar en busca de oro en una mina debajo de este castillo. Y nos trataban como animales para hacer el trabajo sucio.
–¿No visteis alguna salida por la mina? Siempre hay alguna salida–preguntó Merenwen.
–Sí, pero hay algunos guardias por la mina.
–No será fácil... –dijo Asphil.
–Sí, pero es mejor que nada, así que saldremos por la mina ya que el castillo está demasiado vigilado. ¿Por dónde están las minas? –dijo Ithlaiä.
–Habéis tenido suerte, nos habéis encontrado en la hora del descanso y la puerta que nos llevará está justo al lado de nuestra celda, justo ahí–Dijo el padre de Ringëril señalando una sucia y oxidada puerta de hierro.
–Bien, si algún guardia nos para, hablaré–dijo Aragorn–cuantos menos guardias encontremos mejor así que estaremos muy atentos a cualquier movimiento.
Todos asintieron e Ithlaiä abrió la puerta. Ante ellos había un camino que llevaba hacia abajo con suavidad. El camino estaba iluminado con antorchas y vieron que parecía no acabar nunca, pero al cabo de andar por aquel lugar cubierto de polvo del color del plomo, el camino se bifurcaba. "Es por la derecha" dijo el padre de Ringëril en voz baja. Siguieron caminando hasta que se encontraron con una escalera en caracol y abajo del todo se abrió el camino a una cueva gigantesca iluminada con un montón de antorchas, con carretillas, hachas mazas y otras herramientas para encontrar el oro por todos lados. Una vagoneta llena de carbón junto a una montaña del mismo mineral, estaba tristemente parada y el silencio se rompería en cuanto la pusieran en marcha. El pueblo de Ringëril iba delante en fila guiados por Aragorn y Faramir a su lado. Los demás estaban detrás observando la mina. En la salida de la mina había dos guardias armados con extrañas lanzas curvadas que emitían un rayo azul.
–¿A dónde vais a estas horas? ¿Y porqué sois tantos los que acompañáis a esta escoria? –preguntó un guardia.
–Órdenes del señor–se limitó a decir el guardia.
–Órdenes del bebé querréis decir... No sé porqué seguimos sus órdenes, podríamos aplastarlo en cualquier momento... –dijo el otro con voz burlona.
–Aún no... Cuando Winee se canse del señor, entonces actuaremos y cállate, que aún te va a oír. Pasad–dijo el primer guardia. Todos pasaron por la puerta que conducía a un pasillo con otra puerta y dos guardias más. Les volvieron a decir lo mismo y los miraron desconfiados, pero Aragorn habló de lo que habían dicho los otros dos guardias.
–Tienen razón, en cuanto Winee deje de ser su niñera nos iremos de este lugar. Podéis pasar –dijo. Mientras, los dos primeros guardias hablaban animadamente.
–¿No crees que es extraño que nos envíen a esos a estas horas? Es la hora del descanso.
–Quién sabe, quizá el señor quiere acortar el tiempo de descanso para que trabajen más... –los dos rieron sin darse cuenta de la crueldad de sus palabras.
–Bueno, mientras lleven cadenas, no me importa quien pase por aquí.
–Hablando de cadenas... ¿Has oído algún sonido de cadenas cuando han pasado ellos?
–No...
Los dos guardias se miraron y entendieron lo que estaba ocurriendo, entraron al siguiente pasillo y vieron que los otros dos guardias estaban dando golpes a la puerta que ellos vigilaban.
–¿Qué ocurre?
–¡Esa escoria nos ha encerrado! ¿Vuestra puerta aún funciona?
–Sí... –dijo el guardia, pero al darse la vuelta vió que se estaba cerrando y que la puerta estaba siendo sellada con un extraño poder que fundía la puerta y se secaba rápidamente–¡No!
–Ahora sí que no podremos salir... ¡¿Por qué no parasteis a esos intrusos?! –preguntó uno de los guardias de la segunda puerta. El guardia les contó lo que les había dicho.
–¡Nos han engañado a los cuatro y encima nos han sellado las puertas de hierro con un extraño fuego y nos han hecho estallar las armas! El señor tardará horas en darse cuenta... –dijo uno de ellos y se dejó caer al suelo lleno de polvo. Los otros hicieron lo mismo y se quedaron en silencio. Sayah y Kinalath habían provocado todo aquello. Las armas de rayo que tenían no eran nada del otro mundo para Kinalath hijo del aire. Y sellar hierro, era fácil para alguien con un corazón tan ardiente. La comunidad caminó hasta lo que debía ser la salida pero había un problema: Las puertas se abrían con la fuerza de los trolls y ellos también estaban de descanso lejos de aquel lugar.
–¿Y ahora de dónde sacamos tanta fuerza? –dijo Asphil.
–¡No os preocupéis, nos tenéis a nosotros! –dijo Ringëril y todo el pueblo la siguió hasta la puerta. Todos empezaron a empujar y la puerta cedió fácilmente. Ante ellos había un prado con nieve totalmente virgen y la blancura casi cegaba los ojos. La comunidad admiró la belleza de aquel lugar.
–¡Aire fresco! –gritaron varios del clan de Ringëril y corrieron por la nieve.
–Huyamos de aquí cuanto antes mejor... –dijo Aragorn–Esto no me gusta, ya se deben haber dado cuenta de que no estamos.
La comunidad caminó un poco más lejos de la puerta, hasta un montón de árboles cubiertos con poca nieve, muy altos. Era el comienzo de un bosque en el que parecía llover ya que la nieve se fundía.
–Ahora mi misión es volver a nuestro hogar y si está destruido volver a construirlo, no puedo seguir con vosotros, mi gente me necesita y en realidad vosotros sois más poderosos que yo.
–Te echaremos de menos... –dijeron Asphil y Faramir a la vez un poco tristes.
–Nos has ayudado mucho, Ringëril, siempre te recordaremos.
–Te echaré mucho de menos... –dijo Sayah abrazándola.
–Siempre recordaré tu calor–dijo Ringëril. Ithlaiä la abrazó después. Una lágrima recorrió su mejilla.
–Yo tengo a mi pueblo, pero ¿qué tienes tú? Los tienes a ellos, y ellos te tienen a tí–después de sabias palabras y de agradecimientos a todos, se marchó con su pueblo hacia el este.
–Espero volver a verte pronto... –dijo Kinalath–Tu amistad siempre estará en nuestro corazón. Un trueno sonó en el cielo, Kinaltah, el hijo del rayo lo hizo sonar ya que sabía que a Ringëril le gustaban las tormentas.
–¡Es hora de acabar con esto! –dijo Ithlaiä animada después de haberse secado las lágrimas por la marcha de su amiga.

Magia y Amor en la Tierra Media: Memorias de La Cuarta EdadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora