Capítulo treinta y dos: el mal personificado

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La poción de Efendi estaba lista. Bebió un poco y otro poco lo vertió sobre una piedra muy negra, lisa y plana. Miró dentro, deseando saber quien era quien lo espiaba. Y de pronto en la superficie de la piedra vio la ciudad de Minas Tirith, desierta... No, no del todo. En el palacio medio destruído había gente. Vio a la que se incursionaba en su mundo: una chiquilla de pelo dorado y ojos aguamarina de Rhovanion, noble y consagrada según la ropa, aunque era un poco difícil asegurarlo, con esas botas altas y disparejas y su vestido verde, pero esas joyas no dejaban lugar a dudas: esmeraldas, aguamarinas y jades. La chica lo sintió. Se llamaba Leithian, bonito nombre, para una numenoreana. A su lado estaba el hombre a quien Efendi deseaba tener en su poder más que ninguna otra cosa: Elessar, rey de Gondor y Arnor, sonrió al ver a su esposa y a su hijo. Tres por uno: pensó satisfecho. Y mira a esos dos, los bisnietos del atolondrado senescal que masacró a mi pueblo, riñendo por el amor de esa humana. Tengo a su hijo, que bueno que no lo maté hace rato, ahora sí que será divertido. Ahí está toda la pandilla de papanatas, sonrió Efendi,: listos para mi venganza. Son pan comido. Ya se iba a retirar cuando vio algo que lo sorprendió un poco: Siris, "con que ahí estás, linda, traicionando a tu gente, encanto de brujezuela, pero a ti también te llegará tu hora" pensó el malvado, "me alegro de que estés con ellos, así me divertiré con vosotros. ¡Aah! La elfa que amaba el mago azul y su sirviente: lo mataron y viven su idilio, qué tiernos, lástima que no les durará mucho".
–Farlagoon –llamo Efendi en voz bajita, pero al instante se posó fuera de la ventana un dragón rojo, tamaño pequeño, pero muy inteligente: de la raza de los que podían hablar.
–Ordena, señor–habló el dragón, inclinándose.
–Ve a Minas Tirith , dile al rey de los numenoreanos que tenemos su reino, dile los senescales que tenemos a su hijo, e invítalos a venir.
–¿A venir, señor?
–Claro, quiero acabar con ellos cuanto antes.
–¿Los cargo hasta aquí, señor?
–No, son una numerosa chusma. Dales un mapa, y quizá les demos una sorpresita en el camino.
–Como ordene, señor–dijo el dragón y sujetando el mapa en su garra voló raudo hacia minas Tirith.
Llegó pronto, pues la ciudad no se encontraba demasiado lejos (dos días a vuelo de dragón) de la fortaleza de Efendi. Pero el edificio estaba escondido con magia y el camino que mostraba el mapa era tortuoso y difícil.

Asphil se encontraba en las murallas de pie como una piedra observando el este. Las montañas estaban acalladas, ya no había fuegos como antes. Una ligera brisa acariciaba sus cabellos:
–Piensas demasiado las cosas–le dijo Leithian sorprendiéndola.
–Otra vez tú y tus enigmas.
–Ja, ja, me alegra que te agrade verme.
–No me desagradas, pero...¡Ay!, Nunca me gustó la adivinación.
–Lo sé–rio la joven balanceando sus piernas a la orilla de las murallas mientras permanecía sentada en éstas– ¿Con quién te quedarás, con el chico guapo o con...el otro chico guapo? jajajjjaajajjaa.
–No es algo cómico, es serio.
–Por supuesto, siempre es serio jugar con los sentimientos–aquella respuesta dejó a Asphil perpleja–bueno, yo voy por otros lados, te dejo seguir con tu drama, pero hazme caso: no pienses tanto.
Leithan se despidió de la dama quien quedó sola nuevamente frente a las murallas. Boromir... Faramir... Sus manos se inclinaban de un lado al otro pensativa. ¿Pero qué hacía? Ellos no eran un peso, no podía elegir así como así para ver cuál de los dos tenía la cara más bonita (aunque ambos eran guapos jiji). Suspiró confundida.
–Pronto iremos por los nuestros–le sorprendió la voz de Boromir mientras le abrazaba con cariño–y por nuestro hijo por sobre todas las cosas.
–Sí...
–¿Qué te pasa? Te noto triste...
–Estoy preocupada, nada más.
–No debes estarlo, ahora estoy a tu lado y jamás te dejaré–le dijo el joven besándole con amor, en verdad Asphil había extrañado el contacto de esos labios. Pero la imagen de Faramir vino a su mente y no pudo evitar recordar los momentos con el caballero. De pronto, en medio de su beso, una fuerte ventisca se elevó a su alrededor agitando sus ropas con fuerzas.
–¿Qué ocurre? –se preguntaron sorprendidos. Pronto todos estuvieron junto a ellos observando como un dragón, no muy grande, se posaba sobre las murallas.
–Os traigo un mensaje de mi amo el rey Efendi, –habló el ser– mi señor os advierte que el reino de Gondor es nuestro y que además el hijo del Senescal de Gondor es nuestro–Asphil clavó en aquella criatura una mirada de furia al igual que Boromir–Os traigo la invitación de mi señor para venir a su reino para negociar.
El dragón arrojó a los pies de Aragorn un pergamino envuelto. El rey lo tomó sin dejar de observar a la criatura.
–Os esperamos de buen grado–rio Farlagoon tomando vuelo y desapareciendo de la vista de los amigos.
–Y ahora, ¿qué camino vamos a tomar? –preguntó Endereth en voz alta pero ninguno de los presentes se atrevió a responder.
–Esta invitación no creo que sea con buena intención... Seguramente sea tan solo una trampa y está planeando acabar con todos nosotros–dijo Ithlaiä. Ya estaba recuperada.
–Sí, pero no tenemos más remedio que ir allí, para salvar a toda la gente... –dijo Asphil.
–¿Qué ha ocurrido? Me ha parecido oír la voz de un dragón que hace tiempo conocí... –dijo Siris que se había levantado para ver qué pasaba.
–Un dragón no muy grande vino aquí y nos trajo este mapa diciendo que su rey Efendi nos invitaba a su reino–dijo Aragorn.
–¡Efendi...! –dijo Siris pensativa–Como supuse, tu odio a los numenoreanos ha dado su fruto...
–¿Odio a los numenoreanos? ¿Qué se supone que significa eso? –dijo Boromir estupefacto. Siris no dijo nada y quedó pensativa– ¡Contesta!
–¡Calma Boromir hijo de Denethor, porque ahora no necesitamos tu ira! –dijo Siris muy cerca de su cara, el hombre pudo ver que en sus ojos se reflejaron llamas de fuego–Os contaré todo lo que sé sobre él–añadió un poco más calmada y apartándose de él. Siris les contó la historia de lo que ocurrió con la familia de Efendi y lo del mago azul.
–Otra vez Alatar... –dijo Endereth casi en susurro.
–Ese mago del que habláis parece haber estado provocando todo mal de la faz de la tierra... –dijo Boromir.
–Sí... –dijo Ithlaiä un poco triste.
–Admiro tu sabiduría ¿Cómo sabes todo eso de ese tipo llamado Efendi? –le preguntó Faramir a Siris.
–Lo cierto es que... –dijo Siris dudando de si hablar o no–Yo conocía a Efendi... Lo conocí, una vez, hace mucho tiempo... –Siris se sumió en sus recuerdos–a causa de los dragones, él convenció a muchos de servirlo, y... Pero eso no importa. Ahora debemos concentrarnos en salvar a la gente.
–Estoy de acuerdo... –dijo Aragorn examinando el mapa–me pregunto si este será el verdadero camin
–Por el momento no tenemos otro–dijo Boromir–lo mejor será que naveguemos río abajo hasta la bahía de Belfalas, y que de ahí sigamos el camino marcado hacia el sur.
Los miembros de la comunidad asintieron, y se prepararon para el viaje.
Siris, increíblemente fuerte, ya podía viajar. Los amigos se prepararon para su nueva aventura, esta vez todos sombríos, todos cabizbajos, pero la que más, Asphil, la Edain. Se embarcaron muy de madrugada, para aprovechar las jornadas al máximo, en un barco pequeño, pues ellos mismos serían la tripulación. No había nadie más en Minas Tirith.
Cuando amaneció y se vieron río abajo, vieron que no había nadie en los campos, y Aragorn temió que todo su reino hubiera sido raptado. El viaje transcurrió sin problemas (excepto las 3 o 4 veces que Leithian cayó por la borda, y el choque con la isla de Drain porque las elfas no tenían ni la más remota idea de que el sotavento cambiaba de dirección según donde soplara el viento). Pero los corazones de los amigos se alegraron al ver que en Belfalas aún había gente: el príncipe Imrahil y sus caballeros cisne vigilaban el paso.
–Permítanos acompañarlos–dijo el príncipe al rey.
–Es un sendero oscuro, y quizá vayamos a una trampa. Además, allí donde vamos, la suerte y el poder de la magia puede que nos salve, pero no el poder de las armas. Quedaos y guardad el reino, valiente príncipe. El príncipe se inclinó, y de pronto soltó una exclamación.
–¡Eres tú, Boromir!
–Soy yo, tío–el joven sonrió y abrazó a su tío.
–Un milagro que andes entre los vivos–le dijo–tienes mucho que agradecer a tú hermano, pues él defendió como un valiente el reino de Gondor, y se hizo cargo de tu viuda y de tu hijo... –el príncipe se sonrojó, comprendiendo de pronto lo inconveniente del asunto. Faramir enrojeció y Asphil se echó a llorar. Fue entonces cuando Boromir sospechó la causa de las penas de Asphil y de su hermano.
–Lo sé, sé que mi hermano ha defendido a nuestra gente como todo un valiente, y que ha cuidado de Asphil–dijo Boromir abrazando a su hermano y aparentando demostrar que todo estaba bien–y se lo agradezco porque yo hubiera hecho lo mismo por él.
Faramir no respondió, continuó con su mirada baja. Elemmire abrazó a Asphil quién no podía contener su angustia. Poco a poco sentía que se sumía en un pozo enorme del cual parecía no haber salida.
–Bueno, la ayuda de mi tío es bien recibida, ¿no Aragorn?
–Claro, mientras puedan defender lo que queda del reino.
–Ayudaremos en lo que sea posible y protegeremos aún más el reino, mi señor–contestó el príncipe.
–Asphil, no llores más, todo saldrá bien–le dijo Boromir tomándola entre sus brazos mientras se alejaban un poco del grupo–Sé fuerte como cuando te conocí en Lórien. En ese entonces nada podía quebrarte, pero ahora veo que hay algo que sí... Además de nuestro hijo.
Los ojos de Asphil se clavaron desesperadamente furiosos en los de Boromir:
–¡El hecho de que tú te fueras y no hayas conocido a nuestro hijo no te da derecho a decirme que no me preocupe! Ni siquiera sabes lo pequeño que es aún... Ni siquiera...
–Pero quiero conocerlo y sé que lo haré por eso te pido que no te pongas así, desesperándote no llegarás a nada.
–Ni siquiera sabes por todo lo que pasé cuando te fuiste... –el tono en la voz de Asphil demostró reproche y Boromir sólo pateó el suelo con furia mientras se dirigía a reunirse con los demás. Fue entonces cuando Asphil se topó con Faramir.
–Asphil... –Faramir no podía evitar pronunciar ese nombre sin descargar algo de amargura en cada letra. La joven dama le observó entristecida y desesperada, corriendo a su encuentro y tomándole el rostro para intentar besarle; pero el Senescal rechazó aquel beso elevando su rostro aún más para que esos labios, ahora prohibidos, no pudieran alcanzar los suyos. Asphil lo observó sorprendida:
–¿No me amas ya?
–Esa pregunta debería hacértela a tí. Si te quedas al lado de mi hermano para que tu hijo tenga un hogar feliz, pero tú ya no le amas... Entonces diré que esa no es la Asphil que conozco, sino una tenue sombra privada de toda alma.
–¿Por qué me estás diciendo esto? –la dama retrocedió unos pasos.
–Porque él es mi hermano y lo quiero, Asphil. Pero también te amo a ti. No puedo hacerle esto y tú deberás decidir a cuál de los dos sacas del juego.
–¡No es un juego para mí! Yo...
–Cuanto antes lo resuelvas, mejor. Sea lo que sea que hagas, un corazón saldrá roto de todo esto, pero si rompes alguno hazlo por amor no por conveniencia.
Y Faramir hizo una pequeña reverencia alejándose, mientras Asphil sentía que todo se veía sobre ella y que la vida había perdido el hermoso brillo que ella siempre le había encontrado bajo los árboles de Lothlórien.

Magia y Amor en la Tierra Media: Memorias de La Cuarta EdadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora