Capítulo veinte: luchas

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Endereth volvió junto a Ithlaiä.
–¿Todo bien? –preguntó al ver la cara que ponía ella.
–Sí, es solo que quiero salir de aquí... Este lugar no es bueno para mí. El aire que se respira aquí está gastado y huele a cadáver, no hay luz y todo me agobia... No sé como esta chica ha podido aguantar tanto.
–Creo que tiene un gran espíritu de supervivencia al provenir de un pueblo bárbaro.
–Si eso creo. Tengo frío... –dijo ella temblando. Endereth le miró asustado y le dió su capa para abrigarla–. Creo que este lugar tiene algún artefacto que absorbe magia de unicornio... Por eso estoy cada vez más débil.
–Tienes razón, deberíamos salir de aquí cuanto antes–dijo Endereth, la abrazó alrededor de los hombros para que cogiera calor. Aragorn había oído su conversación y propuso que se pusieran en marcha y así lo hicieron.
Ringëril les guiaba. De vez en cuando se paraba y olisqueaba el aire. Una de esas veces hizo parar a todos y les indicó que callaran y que respiraran lo más en silencio posible. Después se escondieron tras los carros y vagonetas de la mina y aparecieron un goblin y un orco bastante grandes. Les oyeron discutiendo:
–Ahora que no hay nadie podremos cogerlo todo... La comida para mí y las armas para ti.
–¿Qué? ¡no sabes lo que dices! La comida era para mi según habíamos acordado–dijo el orco que parecía un poco más listo.
–¡Un goblin no hace tratos con un orco! –gritó el goblin.
–¡Y un orco no debería merodear con goblins! –gritó Ringëril con furia y saltó a luchar. Los demás casi también saltaron, pero Aragorn les paró los pies.
–A ver qué sabe hacer –dijo Aragorn gracioso. Ringëril le dio un puñetazo al goblin y una patada al orco que los dejó aturdidos, después saltó encima del goblin y le rompió el cuello con mucha facilidad. Seguidamente cogió al orco por su armadura y lo lanzó a la pared como si fuera una gran piedra. Rigëril saltó y cayó con todas sus fuerzas encima del orco dándole el golpe de gracia. Los demás guerreros quedaron impresionados.
–¡Y sin usar ninguna arma más que sus manos! –dijo Faramir con los ojos abiertos de par en par. Ringëri le guiñó un ojo y dijo:
–Vamos, esos dos no eran nada. Un pequeño entretenimiento.

Más tarde, después de andar un buen trecho, Ithlaiä ya no podía caminar.
–Mis energías se desvanecen... Si no salgo pronto de este lugar... No saldré con vida.
Todos se pusieron alrededor de ella para intentar animarla:
–¡Saldrás con vida, te lo prometo! –dijo Endereth con tristeza–Ringëril, ¿cuánto queda para que lleguemos a la salida?
–Ya queda poco. Ithlaiä, por favor aguanta, ¡ya casi hemos llegado! –dijo ella. Endereth cogió a Ithlaiä en brazos y siguieron adelante. Pronto llegaron a una gran puerta de piedra con anillas para colocar las cadenas por las que debían tirar los trolls. Ringëril comenzó a empujarla con fuerza y consiguió abrirla:
–¡Cada vez nos sorprendemos más! –dijo Aragorn. Se trataba de una puerta secreta que llevaba a un llano de hierbas salvajes que parecía casi virgen si no hubiera un camino para carretas. En el suelo, al lado de la puerta, encontraron a un hombre que vestía las mismas pieles que Ringëril.
–¡Toran! ¿Qué haces aquí? ¡Estás herido! Tenía toda la piel de tigre ensangrentada.
–El pueblo... Nos atacaron... Fui a buscarte... Ya no queda nadie... Con vida... Solo tú... La última... –dijo con voz entrecortada y en susurros–. Por lo que más quieras, lucha por tu vida, eres la última mujer de nuestro pueblo...
–Pero aún estás tú, te curaremos, te llevaremos...
–¡No! Mírame... –dijo Toran. Rongëril vió que tenía una feísima herida que traspasaba todo su cuerpo–Eres la última... –dijo en su último suspiro.
–¡¿Quién te hizo eso?! ¡Por favor, Toran! –ella lo sacudía como loca. Aragorn se acercó y le puso una mano en el hombro, pero ella se levantó apartándose y corrió por la hierba hasta sentarse en una piedra que sobresalía y allí sollozó por su pueblo.

Acamparon allí y al día siguiente enterraron el cuerpo de Toran según las tradiciones del pueblo de Ringëril. Ella se ofreció voluntaria para acompañarlos en su viaje hacia la torre de Angmar.
–Ya no tengo nada ni a nadie...
–No es tan malo como parece chica. Nienor se le había acercado y le dio una palmada en la espalda.
–En vez de pensar que es un fin, piensa que es un nuevo principio –continuó Nienor con la mirada perdida en el horizonte.
–Él... Toran... Era muy importante para mí.
Nienor asintió.
–Lo quería mucho, nunca encontré a nadie como él...
–Claro que no: cada persona es única e irremplazable... No volverás a encontrar a alguien como Torin en la tierra media... Pero algún lejano día lo verás, más allá de las costas blancas... Lo verás...
–¿Qué quieres decir? –le preguntó Ringëril, al verla absorta y más bien como hablando consigo misma.
–Que volverás a verlo en la otra vida.
Ringëril soltó un ruidito incrédulo.
–Créelo: yo he estado allí.
–¡¿Y es bonito?!
–Las palabras no alcanzan a describir la hermosura y beatitud de... La Nada.
–No te comprendo, pero siento, me siento, como reanimada. Tal vez sea la atmósfera de por aquí.
Nienor le sonrió y la abandonó.
Al otro lado del campamento, Kinalath estaba muy pensativo. Nadie había visto como Nienor y él se abrazaban y Nienor no parecía interesada en mencionarlo. De hecho, ignoraba por completo lo que había pasado entre ellos, e incluso Kinalath comenzaba a preguntarse si aquel beso y aquellos instantes de verdad habían existido.
–Kinalath–la suave voz de Nienor lo llamaba y él fue donde estaba. Intentó abrir la boca y formular una de las muchas preguntas que deseaba que ella le contestara, pero Nienor le puso muy suavemente un dedo en los labios y el contacto lo hizo estremecer, era casi como un beso. Nienor lo cogió de la mano y lo llevó a un sitio apartado, donde el silencio reemplazaba a los cantos y risas del campamento.
–Yo no pertenezco a este mundo –le dijo ella–. Tal vez deba entregar mi fragmento por el bien de la Tierra Media y regresar al mas allá, donde pertenezco y a donde debería regresar ahora que mi misión está cumplida: Faramir ya casi convirtió toda la energía maligna de la Vara, y Morhair está muerto y mi gente vengada:
–¿Eso es todo lo que deseabas hacer Nienor? –Kinalath tenía un tono irritado, no podía creer, no deseaba creer que Nienor solo... Deseaba... Irse.
–Eso es todo lo que deseaba.
–¿Pero cómo es posible que exista una persona tan... –saltó Kinalath, pero ella lo callo.
–Eres un distraído y no sabes escuchar –le reconvino– he dicho que era todo lo que deseaba: analiza, no es tan difícil como parece –la voz de Nienor tenía el mismo timbre de burla y desafío que a él tanto le gustaba. Cayó a la cuenta "deseaba": tiempo pasado.

Magia y Amor en la Tierra Media: Memorias de La Cuarta EdadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora