33. Ralph

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No recuerdo la última vez que me cambié la camisa frente al espejo siete veces por pensar que todas me quedan mal

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No recuerdo la última vez que me cambié la camisa frente al espejo siete veces por pensar que todas me quedan mal. Es más, creo que jamás me pasó, ni siquiera en ocasiones especiales como mi graduación o la primera boda de Noah; yo soy más de "lo primero que encuentre y esté limpio, sirve".

Pero no hoy.

Hoy todo me queda mal, todo me hace pensar en vibras negativas, cada tela que pongo sobre mi piel termina generándome cierta comezón y como a fuerzas debo descartar pulgas o alergia, solo puedo deducir que estoy nervioso.

Durante la noche y parte de la mañana hice un resumen mental de mi vida y concluí que es la primera vez que le voy a presentar una novia a mi hermano... si es así con él, no quiero ni imaginar la urticaria que me provocará el eventual caso de llevar a Montserrat con mis padres o el resto de mi familia.

No sé qué pasó; anoche, cuando Montse propuso decirlo por fin, sentí que un peso se iba de mi pecho, me sentí liberado. Ya no tendría que seguir diciendo "no salgo con nadie" cuando Noah me preguntara con tono de sorpresa por qué no he vuelto a hablar de tener citas con alguien. Incluso llegó a preguntar si estaba desesperanzado por el final de mi última psedo-relación que él conoció: Mía, la que me dejó por mensaje de texto y de quien no volví a saber nada. Tuve que decirle que no e inventar que me estaba enfocando solo en mi trabajo; si me creyó, no lo sé, pero dejó el tema ahí.

Me he duchado hace quince minutos pero siento que estoy sudoroso por todas partes. ¿Será así o solo es mi impresión?

Escucho el timbre del cronómetro del horno y salgo corriendo a la cocina; lo último que necesito es que la comida quede quemada. Al tiempo que llego, escucho el timbre del apartamento: me alivia y me abruma saber que Montse llegó.

—¡Voy! —grito desde mi lugar.

Uso un guante gigante para sacar la bandeja del horno y la coloco en la encimera al apuro antes de trotar hasta la puerta. Montse, del otro lado, luce una gran sonrisa cuando me mira; por un perfecto minuto, toda mi ansiedad se evapora y me siento tranquilo.

Qué extraño sentimiento es el amor, tan lleno de contradicciones; Montse me tranquiliza, pero es capaz también de acelerarme todo el cuerpo en dos segundos. Estar con ella me llena de la sensación de que todo está bien, y, al mismo tiempo, de un terror inmenso de que nada funcione. Me hace querer disfrutar cada momento del ahora, y a su vez, imaginar todo el futuro con ella. Montse es como una brisa de aire frío en un caluroso día, pero también un rayo de sol en un crudo invierno.

Aún con mi guante de cocina, envuelvo su cintura y atrapo sus labios antes de que medie palabra. Montse deja una de sus manos colgando a su costado, pero la otra se aferra a mi cuello para no tambalearse.

—Nunca antes nadie me había recibido con tanto entusiasmo —dice luego de que me separo un poco—. Bueno, Chocolate sí, pero ningún humano.

—Un honor ser el primero.

Las raíces de Ralph •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora