35. Ralph

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Al abrir la puerta, mis manos se elevan por instinto, pero cuando recuerdo la situación, quedan estáticas a mis lados, inseguras de qué hacer

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Al abrir la puerta, mis manos se elevan por instinto, pero cuando recuerdo la situación, quedan estáticas a mis lados, inseguras de qué hacer. Montserrat parece batallar con el mismo dilema. Ha pasado tan solo una semana desde la última vez que la vi, y sin embargo, me parece una eternidad completa; mi mente incluso me juega la mala pasada de verla diferente, como si se hubiera cortado el cabello o comprado ropa nueva para la ocasión... ambas cosas improbables.

Montse posa sus manos en sus muslos, incómoda.

—Bueno... hola.

—Hola. Pasa.

Titubea; por un breve instante me pregunto si pese al tono conciliador que usó en nuestra llamada, en realidad ha venido para cortar conmigo. Sería más decente que lo que hizo Mía hace ya tantas semanas... y mucho más doloroso también.

Mon toma aire, eleva sus brazos un poco, con duda, como cuando vas a abrazar a alguien, pero sigue demasiado lejos de mí.

—Este... emmm... ¿puedo?

Me pide permiso, por Dios.

Agarro su muñeca y la atraigo casi con brusquedad hacia mí. Se estampa contra mi pecho, rodea mi cuello, aferro con tanta fuerza su cintura que por un instante imagino que puedo fusionarla conmigo. Ella aspira hondo, nos quedamos así abrazados en el umbral de mi puerta por un momento estático tan largo y, al mismo tiempo, tan fugaz.

—Lo siento mucho, Ralph —susurra cerca de mi oreja.

—No estoy enojado. —La separo solo lo suficiente para poder cerrar la puerta y conducirla a mi sofá. Cuando nos sentamos uno al lado del otro, si bien se siente la tensión en el aire, también hay trazas de liviandad—. Sí lo estaba, si soy sincero. Ese día que discutimos, al menos. Y un par de días después. Pero he tenido tiempo para reflexionarlo y aunque sí me enfada un poco que no confíes en mí, puedo entender de dónde viene esa desconfianza.

No me llevo todo el crédito, por supuesto, quizás reflexionando solo no habría llegado a ninguna actitud conciliadora, sino a más rencor alimentado por orgullo herido como gasolina a una hoguera... pero tengo un hermano pastelero que antes de hornear sacó un diploma en psicología, y de vez en cuando sirve hablar con él, más aún si hay una botella de ron en medio.

Espero que a Montse no le moleste que le haya contado todo a Noah, tengo la esperanza de que entienda que lo necesitaba y si no... bueno, ya solucionaré ese enojo después. Una cosa a la vez.

—No es una desconfianza hacia ti, precisamente.

—No confías en los hombres —digo, recordando las palabras y lógica sosegada de mi hermano—. Lo comprendo.

Me mira, sus ojos muy abiertos, sorprendidos. Me pregunto si se debe a que llegué a la conclusión equivocada o a que no esperaba mis palabras.

—Pero quiero —añade—. Quiero confiar en ti. Creo que puedo hacerlo, puedo intentarlo. Hasta el momento solo me has dado razones para pensar lo mejor de ti... me cuesta, Ralph. Lo siento. Me cuesta, pero quiero intentarlo.

Las raíces de Ralph •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora