LAURIE
Tiró la cinta de mi bata, y reveló mis senos tamaño naranjas.
—Oye, ¿qué haces? —le pregunté, riendo—. Prometiste llevarme a desayunar, travieso.
Haciéndole honor a su apodo: pellizcó mi pezón. Amaba cuando hacía eso, y yo no dudaba en decírselo; ya saben, recordarle lo mucho que lo amaba, sólo a él, a pesar de sus secretos, juegos y manipulaciones, seguía y seguiré enamorada de él.
—Te amo —susurré viéndolo a los ojos.
—Y siempre lo harás —aseguró sin apartar los dedos de mi piedrecita rosa.
—Mmm... Amaneciste muy confiado hoy, Brown.
—No me provoques, nena. De los dos, sabes muy bien que tú serías la única que perdería.
—Idiota.
—¡Ey! —Sus dedos índice y pulgar pellizcaron de nuevo mi pezón—. No me provoques, Laurie.
—¿Mi esposo me está amenazando? —Miré sus labios, y su peligrosa sonrisa me saludó.
—No tendría el honor de llamarme tu esposo, si no existiera una amenaza de vez en cuando en nuestro matrimonio, nena —dijo; él también dirigió su mirada hacia mis labios, y lamió los suyos en un gesto seductor.
—Te gusto, ¿verdad? ¿Aun después de tantos años? —le pregunté. Tenía que saberlo aunque ya conocía la respuesta.
Tiró de mí hacia su cuerpo con aroma a sudor y a su colonia. Me impregné de él. Mi pecho se elevó con ansia al sentir sus pectorales. Mis senos ardían con anticipación.
—No digas estupideces, Laurie. Y deja de cuestionarte si te amo día sí o día no. Te amo y punto; no hay más. Que te lo preguntes casi a diario me duele, nena. ¿Quieres verme sufrir? —ejerció presión sobre el pezón que se negaba a soltar.
Reprimí una mueca de dolor y placer; no quería hinchar su ego de macho dominante.
—No es... No te lo cuestiono... ¡Ah! —gemí cuando el pellizco se volvió insoportable.
«Diossss... Me dolía el clítoris»
—Sí, lo haces.
Ya no pude hablar más. Mis erectos pezones clamaron su lengua. Relamió sus labios, y se mordió el inferior. Retrocedió conmigo a los pies de la cama. Posé la mano sobre su pecho, y ascendí y descendí en una caricia suave que nos puso a ambos en el abismo del que no había retorno. Lo rasguñé y aprecié las marcas que dejé sobre su piel.
«¡Qué sexyyyyyyyy!»
—Lamento no haberte besado esta mañana. —Me senté en el colchón, y él se inclinó y quedó a mi altura.
Soltó mi piedrecita endurecida y algo magullada.
—Está bien —jadeé, deseando ser besada ya, que me poseyera ya, que me comiera la cabeza con sus estocadas y me rompiera el cuerpo ¡pero ya!
—No, no lo está —musitó. Se prendió de una de mis tetas y la masajeó—. Perdón por eso.
—Está bien...
Estrujó mi seno, y acarició mi carne con su pulgar. Se me cortó la respiración, y él acercó su cabeza a mi seno para morder con cuidado mi sensible pezón. Ahogué un gemido, eché la cabeza hacia atrás, y me mordí con fiereza el labio inferior.
—Qué pecado sería... no adorar... este cuerpo —dijo besando el valle de mis senos.
Me quemé por dentro, y él terminó de desnudarme. La tela cayó al suelo, y apoyé mis manos en el colchón, ligeramente inclinada hacia atrás en nuestra cama matrimonial. Él me admiró. Modelar para James nunca era fácil, me daba miedo no verme sexy de un día para otro bajo su atenta mirada; aunque él jurara que jamás podría verme imperfecta ante sus ojos, yo, siempre temí lo contrario cuando mis tetas dieran para el sur y mi trasero no se sintiera como carne fresca en sus manos.
Mi amor subió a gatas a la cama, y yo retrocedí con él, siguiéndome, sin mirar atrás. Su cuerpo, aún vestido con sus pantalones deportivos, me acorraló. Apoyó su peso en las manos que quedaron a los costados de mi cabeza, mientras me miraba impasible, pero con las pupilas dilatadas por el deseo. Descendió sobre mí, pero no completamente. Se acomodó a mi lado, apoyando su codo a un lado de mi cabeza, mientras su mano acariciaba mi teta y la aréola de mi pezón.
—Eres perfecta, Laurie —me juró, adivinando mi pensamiento. Dos de sus dedos buscaron mis labios y los metió a mi boca. Sonreí mientras los lubricaba, sin perder el contacto visual con él. Los sacó, y James los dirigió a mi sexo enardecido y palpitante, se encargó de separar mis pliegues e introducir sus dos dedos en mí.
—¡Ah! —casi grité.
—Eres una diosa.
Sus palabras sólo avivaron lo que estaba acumulándose en mi interior.
—No lo olvides nunca.
—Lo prometo —jadeé.
Nos callé con un beso que él correspondió. El desespero en su boca fue lo que detonó a la fiera que nacía en mí. Él la invocó.
Le quité los pantalones deportivos y su bóxer, su tronco duro y erecto saltó de su ropa y me saludó. Lo miré, y una sonrisa coqueta adornó mis labios.
Me senté encima de él. Tomé el control de su cuerpo. Bajé la cabeza, encontré lo que buscaba y... lo lamí, lo que no alcancé a meter en mi boca —como de costumbre— lo apreté y masajeé con mis manos. Miré su rostro por debajo de mis largas pestañas, y aprecié sus facciones —normalmente endurecidas— relajadas: sus ojos cerrados, sus labios entreabiertos que soltaban ligeras exhalaciones que me motivaban a seguir, jugar con su verga, y no descansar hasta verlo eyacular en mi boca.
Sonreí. Rocé su corona con mis dientes, y volví a chupar con vehemencia. Moví la cabeza deprisa, de arriba abajo, mientras mi lengua lo complacía. Mis movimientos se volvieron torpes cuando alcanzó el clímax, saboreó el éxtasis, y su semen calentó mi feminidad cuando se descargó en mi garganta.
Gruñó y descansó la cabeza en la almohada. No sé por qué, pero me sentí como a mis dieciocho años, cuando empezábamos a conocernos y a aprender los puntos débiles del otro. Me aparté y limpié la comisura de mi boca con mi pulgar. Mi lengua buscó la yema que recogió sus fluidos, pero James fue más rápido y su mano se aferró a mi muñeca. Me miró con una advertencia clara y vil en sus ojos, y yo sonreí de nuevo.
Sabía lo que haría, y no me equivoqué, James guió mi mano a su boca y terminó de chupar sus fluidos en mi pulgar.
Me tumbó a su lado y apretó contra su pecho. Me exprimió mientras me abrazaba y besaba, mordía y lamía los labios con la misma ferocidad, que yo a su pene hace segundos, muerta de la risa como un globo de feria.
Su barba de un día me hizo cosquillas en el cuello y la nariz.
—Te amo —juró en mi boca.
—Y yo a ti —dije, y lo volví a besar.
NOTA:
Mentí, ahora sí, éste es el último del Miércoles. Corto, pero espero que lo hayan disfrutado.
Dato curioso: Estoy enamorada de mi nueva historia.
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¿Sexo o Amor?
Teen FictionLaurie ha vivido con James Brown diez años de intenso matrimonio. Pero la llegada del joven y fresco fotógrafo Tremblay a las empresas «Adriel» de su marido, pondrá en juego el amor que siente hacia James. Laurie se cuestionará sus decisiones y el c...