LAURIE
Mi querido esposo se acercó a la casa de mis padres. Estaba de un humorcito durante el trayecto porque... su dosis de paciencia estaba en números ceros.
«Qué bueno que mi madre sólo me solicitó a mí y no a los dos»
James estaba medio insoportable; pero era normal que estuviera comportándose de ese modo. El doctor Morgan me advirtió que un cambio en su medicación podría ocasionar síntomas de bipolaridad. Compartió conmigo algunas palabras tranquilizadoras, y otras pocas que no me agradaron tanto; por ejemplo: el insufrible tema de la hospitalización y la rehabilitación. Algunos pacientes se vuelven adictos a los medicamentos que consumen; pero ese no era el caso de mi esposo, su mente estaba en mí, los negocios y sus ejercicios físicos.
El doctor Morgan dijo que lo más conveniente era internarlo hasta que se adaptara a sus nuevas medicinas, pero me opuse a que lo encerraran. Nadie lo iba a cuidar mejor que yo: su esposa. Además, habían transcurrido dos semanas de su nueva medicina y no hubieron efectos demasiado secundarios en estos últimos días.
Todo estaba bien.
Bueno, a veces, porque cuando se lo proponía podía ponerse como ahora: inaguantable.
—¡Basta, James!—levanté el tono de mi voz, harta de la tonta discusión que él empezó—. Ni siquiera tienes la obligación de entrar conmigo. Ian y tú no se han visto en más de nueve años, no tienes porqué ponerte como un pistache cerrado.
—Es la comparación más estúpida que he oído en mi vida —murmuró, molesto.
—No me hables de esa manera, James. —Lo miré mal.
—Tú sí vas a estar ahí, Laurie. Él y tú estarán bajo el mismo techo, y yo no podré protegerte. De seguro tratará de meterte mierda en la cabeza otra vez, es lo que todos hacen cuando yo no estoy cerca.
—No tienes que recordarme que tu presencia intimida hasta un oso pardo, amor.
—Sólo..., no dejes que te diga otra vez que debes divorciarte de mí, ¿quieres? —pidió/ordenó. Suavizó su voz cuando añadió—: Por favor.
Suspiré. Lo miré y —otra vez— justifiqué su comportamiento obsesivo por algo menos enfermizo y más cariñoso. En parte, lo entendía. Tenía motivos de sobra para odiar a Ian. James no era idiota, sabía que mi hermano jamás desaprovechaba la oportunidad de gritarme que me había casado con el sujeto equivocado.
James era soberbio, controlador, obseso, necio, testarudo, manipulador, entre otras cosas que prefería mantener solo para mí. Pero Ian tampoco era un alma de buena caridad. Miles de veces me pregunté si debía decirles a mis padres y hermano que James era un poco... diferente. Pero no, nunca pude, porque sabía que harían lo que fuera necesario con tal de alejarme de un sujeto como él. Y también sabía que James cometería actos inimaginables con tal de tenerme a su lado.
Al final sólo le importaba yo, con o sin amor.
Suspiré y —de nuevo— me armé de paciencia con él. Le sonreí y miré con un deje de desdicha el tic nervioso en sus dedos. Mi sonrisa decayó. A veces, cuando se encontraba a punto de perder los estribos o en niveles muy altos de angustia, estrujaba los huesos de sus dedos inconscientemente. Tomé su mano, liberándose de ese tormento silencioso, James me miró y su ceño fruncido se relajó cuando pronuncié:
—Lo prometo. —Sonrió y besó mis nudillos—. Aunque dudo que vuelva a insistir con lo mismo, no nos vemos desde hace casi dos meses, no creo que quiera arruinarlo con una pelea sin sentido.
—Promete que me llamarás cuando salgas de casa de tu madre.
—Lo prometo, pesadito.
—Odio que me llames así.
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¿Sexo o Amor?
Genç KurguLaurie ha vivido con James Brown diez años de intenso matrimonio. Pero la llegada del joven y fresco fotógrafo Tremblay a las empresas «Adriel» de su marido, pondrá en juego el amor que siente hacia James. Laurie se cuestionará sus decisiones y el c...