LAURIE
Cuando dejé de llorar, James me ayudó a vestirme, a limpiar las lágrimas secas en mis mejillas y mentón, y a quitarme las pestañas que perdí por culpa del lamento que mi hermano me provocó. No podía culpar a James, no cuando siempre supe lo que él era. Y sí, quizá todos tenían razón al decir que era peligroso. Nadie lo sabía mejor que yo. Después de todo, yo era su escape, la única que lo oía hablar consigo mismo cuando él creía que yo aún dormía, la que le escuchaba confesar sus pecados frente al espejo o mientras sus pesadillas lo consumían.
Mi amor era un sociópata que, por alguna razón, me quería.
Sabía que personas como él no sentían amor, no como tal, pero a su manera supe que me amaba más que a su propia vida.
Era capaz de mantenerme a salvo, me era fiel, siempre me miraba a mí, se preocupaba por mí, mató por mí, cuando no podía tocarme o no me encontraba a su lado caía en picada a la locura. Fue lo que soñé en un hombre. Y eso sólo significaba una cosa: estaba igual de loquita que él.
Mis deseos más oscuros me impedían dejarlo, no porque le tuviera miedo o por falta de amor propio; no, era peor, mucho peor. Me resultaba antinatural alejarme de él, era así.
Tal vez lo que nos unía era la obsesión, quizá el amor puro y real que encontramos en el otro, o la necesidad de mantenernos pegados la mayor parte del tiempo debajo de sus sábanas, jugando con nuestros dedos de los pies y a enredar nuestras piernas, riendo hasta que las barrigas nos terminaban doliendo de tanto prolongarlas, pellizcando la piel del otro como unos niños que buscan atención, charlando o, a veces, sólo nos mirábamos. Él: con una sonrisa imperceptible. Yo: con una sonrisa enamorada.
Sea lo que fuera que nos mantuviera juntos, seguiría siendo igual de resistente que el día anterior a ese y al otro y otro y otro más. El futuro no era incierto para nosotros. Ahora nos teníamos el uno al otro.
«Nada nos separará jamás», pensé.
Ni siquiera lo que pasó esa tarde en mi casa.
Bajamos las escaleras ya vestidos, con el cabello alborotado, las pieles brillando, las mejillas en colores vivos y los corazones alterados.
Mi familia estaba reunida en la sala. Mamá atendió las heridas de Ian, papá lucía desconcertado, tío Dexter mantuvo los ojos entrecerrados hacia mi hermano, y la abuela, tía Alex y sus hijos se encontraban sentados en los sofás y sillones.
«Bien. No hay moros en la costa»
Tomé la mano de mi James y seguimos.
Mi plan: pasar de largo e irnos sin aviso.
Falla del plan: mi hermano, la víbora.
—¿Adónde vas con este hijo de perra? —espetó, interponiéndose en nuestro camino como un toro furioso y herido—. Quiero que se largue de mi casa en este momento. ¡Es un jodido psicópata! —gritó.
Su rostro estaba hinchado, como su ojo morado, tenía hematomas en su mentón y mejillas, y su ceja y labio estaban partidos y en muy mal estado. Su aliento olía a cobre, y uno de sus dientes frontales se rompió.
—Y tú eres una maldita estúpida, Laurie. Cogiendo a este tipo que bien podría ser tu padre. ¿Es que no puedes estar sola dos jodidos minutos, eh? —preguntó con ironía y moviendo sus manos sin tiento en el aire, como si de un segundo a otro fuera a soltar tremenda bofetada que me dejara inerte en el piso.
—Ian... —le advirtió nuestro padre.
—¡Cállate, Walter! —escupió él, dirigiéndonos una mirada asesina a ambos—. Está claro que no puedes controlar a tu hija —aseveró.
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¿Sexo o Amor?
Novela JuvenilLaurie ha vivido con James Brown diez años de intenso matrimonio. Pero la llegada del joven y fresco fotógrafo Tremblay a las empresas «Adriel» de su marido, pondrá en juego el amor que siente hacia James. Laurie se cuestionará sus decisiones y el c...