(10 años atrás) Te equivocaste de número

20 6 3
                                    

LAURIE

Fuimos todo o nada desde la mañana que amanecí en sus brazos por primera vez. Él me aprisionaba como si temiera que fuera a desaparecer; y yo, me dejé acalorar por su pecho firme y tonificado.

Aún no entendía cómo había pasado de estar debajo de él, a encima, en la misma noche que entregué mis labios por vez primera a un hombre, a él.

La claridad de la habitación en ese club, uno que descubrí tiempo después que le pertenecía, me despertó con un sobresalto en el corazón. «¿Ya es de día?», pensé. «¿Pasé la noche aquí?». Hice a un lado sus brazos y dedos insistentes en quedarse enredados en los mechones rebeldes de mi pelo —creo que se durmió haciéndome piojito—, y me levanté con todo el cuidado del mundo de su cuerpo desnudo y aún caliente.

Su piel me recordó al radiador de la casa de mi abuela. Odié la sensación que sintieron las puntas de mis dedos cuando perdí el contacto de su piel vibrante y pegajosa, pero ignoré dicho sentimiento.

«Debe ser porque es mi primera vez. Es normal sentir cierto apego por quien te la quitó, Laurie», pensé en una justificación para este abandono.

Me vestí y recogí mi bolso. Un dolorcito en mi entrepierna me detuvo y recordó la noche que pasamos juntos. Le di una última ojeada al semental que anoche me llevó a la gloria... varias veces, y no pude evitar sonreír como una boba en el séptimo cielo de los orgasmos y momentos inolvidables cuando a mi mente llegaron, como un huracán, las posturas, los besos húmedos y pasivos en la piel del otro, los jadeos y sonidos que escaparon de mí mientras disfrutaba de la unión más íntima de mi corta vida.

Cubrí con mi bolso la sonrisa de oreja a oreja que se manifestó en mi boca esa mañana. Mis mejillas hirvieron y detonaron alerta roja en mi organismo. Verlo dormir era un consuelo que no supe que necesitaba hasta esa mañana. Esa paz en su relajado entrecejo y músculos fue un aliento a mis pulmones. Me relajó.

«Ups». La luz del sol me recordó que ya era de día.

Encaminé hacia la salida. Detuve un taxi y me subí. Incluso lejos de él, el hormigueo en mi mano se multiplicó, ahora lo sentía en mis brazos, los omoplatos, el busto, las piernas, y en las uñas pintadas de esmalte negro. Su recuerdo no me dejó tranquila. Aún oía los salvajes latidos de mi corazón cuando llegué a la residencia. Estaba en la luna, y crucé la puerta de mi habitación con un atisbo de sonrisa soñadora en el rostro —que traté de encubrir—.

Lo que menos quería era dar explicaciones sobre en dónde y con quién estuve.

«James será mi perverso secreto. Permanecerá oculto en mi memoria», pensé.

Su sonrisa de encanto, sus manos sólidas y con venas a punto de estallar, sus ojos oscuros y profundos... Todo de él lo guardé en el baúl de mis recuerdos más fascinantes. Y ahí viviría hasta que yo decidiera abrir la caja de Pandora.

Las facciones preocupadas —pero de inmediato aliviadas de Susan— me recibieron. Estaba paseando de un lado a otro cuando entré, mientras, Chloe, Amanda y Holly permanecían sentadas en el suelo de la alcoba o la cama.

—¡Está viva! —exclamó, y todas se pusieron de pie—. Cancelen el helicóptero de rescate —bromeó con quien fuera que estuviera al otro lado de la línea, y después colgó.

—¿En dónde estabas? —me preguntó Holly, preocupada.

Cerré la puerta tras de mí y me quité los tacones.

—En el club.

—¡¿Qué?! —Las cuatro se sorprendieron.

—Sí.

¿Sexo o Amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora