Capítulo 12

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LAURIE

En el aeropuerto, tomada de la mano de mi esposo, esperamos con paciencia a Ciro, a mi niño, mientras, veíamos a otros pasajeros del mismo vuelo que el suyo, caminando hacia sus familiares o seres queridos.

Como siempre, mi estómago estaba lleno de zopilotes violentos por los nervios. Me puse ansiosa. Y, como siempre, James estuvo ahí para cuidarme. Posó su mano grande y caliente en mi espalda, y me acarició con su pulgar.

—Oh, debí comprar algo más que sólo sus galletas de animalitos —dije, para romper el hielo. Ninguno de los dos había vuelto a abrir la boca desde nuestra pelea en el auto; bueno, mejor dicho: mi mini revelación sobre James en el auto.

«¿Será posible que entre broma y broma, la verdad se asoma?»

¿Y si todas las cosas que me dijo, cuando creía que me estaba tomando el pelo, al final resultaron ser ciertas? Eso explicaría muchas cosas. Pero, ¿por qué me estaba enterando de esto ahora? ¿Quién me estaba enviando esas cartas? Es obvio que quería que me enterara de las indiscreciones e imprudencias de mi marido, pero... ¿por qué ahora? ¿Qué ganaba ese desconocido con ello?

Lo peor era que teníamos demasiados enemigos, no podía simplemente señalar a un solo culpable y decírselo a James. Tenía que estar segura de quién era la persona que nos estaba acosando. Pero, ¿cómo?

Mi amado esposo me sacó de mi meditación:

—Él no es el mismo chico que conociste.

Pausé mi concentración, y le respondí como si nada pasara:

—Aun así, debí decorar con globos la sala, u ordenar su pizza favorita del lugar que le gusta, comprarle algo...

—¿Cómo qué? —me interrumpió.

—Un videojuego, tal vez.

—Creo que ya no le gustan las carreras de autos. Ahora prefiere las de perros.

—Oh..., se volvió raro —bromeé con él, esperando que no se lo tomara a mal.

—Como yo.

Bueno, sí se lo tomó a mal.

—Oye... —empecé a decir, pero él volvió a interrumpirme.

—No quiero una disculpa, mujer. Sé que no lo dijiste en serio. Además, te he hecho cosas peores y tú siempre me perdonas; no deberías perdonar mis idioteces y tú lo sigues haciendo sin cesar, ya parece costumbre.

—¿Estás aburrido? —le pregunté.

—No, jamás de ti.

—Entonces, ¿qué es? ¿Es por el sexo?

Me miró con severidad cuando terminé de formular la pregunta.

—No vuelvas a insinuar esa mierda, Laurie. Siempre desearé cogerte —aseguró con rudeza; pese al peligro de sus ojos, me sentí aliviada.

Asentí.

—A veces, me pregunto: ¿por qué sigues conmigo cuando nuestro matrimonio se asemeja a un campo de batalla?

—Así es nuestro amor.

—Sabes que no debería ser de esta manera. Yo no debería ser como soy, ni siquiera debería estar con alguien. Jamás te he amado como te mereces.

—Y según tú, ¿qué es lo que merezco?

—Algo tipo: La Bella y la Bestia.

No debí sonreír, porque estábamos hablando seriamente, pero no pude evitar que una pequeña sonrisa se dibujara en mis labios.

¿Sexo o Amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora