(10 años atrás) La canción

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LAURIE

Me pinté los labios delante del espejo.

Ahí estaba yo, sentada en el banco del tocador de mi habitación en la residencia que aún era mi lugar de descanso, vistiendo un precioso vestido morado ceñido a mi figura que resaltaba las curvas que escondía con frecuencia debajo de sudaderas y pantalones acampanados, recta como una tabla, con las rodillas juntas, los ojos gatunos, ropa interior sexy y de encaje, y con el bolso lleno de condones.

James me llevó con una doctora —sobre su cadáver si otro hombre me ponía las manos encima—, después de nuestra quinta cita porque a los dos se nos olvidó el uso del condón.

«¡Santa mierda!»

Aún no podía creer lo que había hecho.

Salí echando humo por las orejas de su auto porque me enfadó que él se enojara conmigo por no pasar más tiempo juntos. ¿Qué quería que hiciera?, ¿que dejara de lado mis estudios sólo porque pensaba en cogerme cuando él lo dispusiera? No podía hacerme eso a mí misma. No podía consentir sus groserías como si él fuera mi dueño. Y se lo dije. Mi carrera universitaria siempre fue más importante para mí que para James. Quizá porque él era rico y siempre contó con la ayuda de su generosa herencia para salir adelante. Pero yo, en cambio, no tenía ahorros, sólo una beca que era mejor aprovechar que desperdiciar. Tuve una oportunidad y la aproveché. ¿Era tan difícil que él pudiera ver eso?

Huí de él. Claro, no llegué muy lejos.

Dos pasos fueron los que di antes de que James me alcanzara, abriera mis piernas a la fuerza, me apresara contra el capot de su auto, me subiera la falda hasta la cintura y rompiera mis calzones. Mi valentía se oxidó después de eso, pero fue causa perdida cuando su palma —caliente por mí— buscó y golpeó mi intimidad, no una sino más de tres veces. Me dejó estupefacta. Solté gritos que parecían sollozos mientras él seguía dándole palmadas a mi carne.

—¿Te vas a ir, nena? ¿Te quieres ir? —Su voz fue siniestra y de advertencia. Lo peor de todo fue que me mojé; por alguna razón, a mí cuerpo le gustó su imprevista dureza contra mi sexo. Me regañé por hallar en esto un gusto masoquista, estaba mal, terriblemente mal—. ¿Me quieres dejar, amor? ¿Es eso? ¿Ya no te gusto más?

Mantuve los ojos cerrados.

—¡Contéstame, carajo! —Me saltaron las lágrimas de los ojos—. ¿Ya no te gusto más?

Asentí, temblando.

Lloré en silencio, nunca me había hecho algo así. No supe cómo reaccionar, pero de nada hubiera servido, ya que a los segundos escuché el cierre de sus pantalones de vestir y después lo tuve dentro de mí. Me tensé.

—¿Te gusto, Laurie? ¿Aún te gusto, mi amor? —La hostilidad en su tono de voz desapareció, al contrario, la sustituyó una desesperación que me pareció aterradora.

Volví a asentir.

—Dímelo, nena. Dime que te gusto. —Otra vez volvió ese cambio en su voz, que delató el terror que sentía por no oírme decirlo.

—Me gustas —dije; el dolor que tragué ahogó mis cuerdas vocales.

No fue hasta que transcurrieron cinco minutos, cuando caí de bruces contra la realidad: ¡Me estaba cogiendo sin condón!

«Carajo»

—¡No! James, para —le pedí, pero ni caso me hizo—. James, por favor... Por favor...

Dije su nombre hasta que lo suspiré. Sólo podía sentir el fuerte latir de su corazón contra el mío, el golpe de su carne contra la mía, sus caderas yendo y viniendo contra las mías en busca de su placer y del mío.

¿Sexo o Amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora