(10 años atrás) ¡Dulce, dulce, dulce!

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LAURIE

Le conté todo a Amanda, por supuesto, apenas terminé de mensajear con James Brown. Decidí llamarlo por su nombre y apellido desde que me escribió porque él era mi 007, mi James Bond, travieso y campeón.

Mi madre hubiera colapsado si le contara lo que su hija, dulce cuál terrón, hizo anoche a las tantas con un desconocido en un club. Ya me imaginaba hasta los histéricos gritos que soltaría en mis tímpanos a través de la línea telefónica: «¡¿Cómo te atreviste, Laurie?!» «¡¿Antes del matrimonio?!» «¡Se va a burlar de ti!» «¡Es un hombre mayor, Laurie Rose!» «¿Esto es por tu padre?, ¿acaso no te prestó suficiente atención en tu niñez?». La conocía lo suficiente como para saber hasta las clases de palabras que usaría en mi contra.

Así que no, contarles a mis padres, o hermano mayor Ian, no era una opción. Sólo tenía a Amanda para compartir la emoción del primer hombre que se había fijado en mí, más que para pedirme un lápiz en clase o consejos para la tarea. Confiaba en ella, además, era la primera y única que supo lo que hice y con quién. Me pareció lo más sensato. Susan se lo contaría a mis padres, Chloe sólo hablaría y jamás me escucharía, y Holly sólo fingiría oírme mientras se pintara las uñas.

Amanda era la única con quien podía contar.

Obviamente chilló de alegría al principio, pero después me dijo que era un claro obsesivo que no aceptaba un no como respuesta —en eso no se equivocó—. Y que me había convertido en su capricho; pero ni ella terminó de decidir si eso era algo bueno o malo.

—¿Te das cuenta de que en ningún mensaje te pregunta si quieres ir a comer con él? Te escribe como si ya lo diera por hecho, como si no tuvieras opción.

—Sí.

«Tal vez no la tenga», agregué para mis adentros.

—Todo aquí es haz esto, haz aquello. ¡Es un dominante!

—Me di cuenta.

—No me imaginé que fuera tan mandón el villano de tu historia —dijo, dejando mi celular a un lado, en mi cama, justo entre nosotras.

La miré como si estuviera loca, y tomé mi celular.

—No es un villano. —Hice girar el aparato en mi regazo, consciente de las palabras que brotaron de mi garganta. ¿Lo estaba defendiendo?

—Ay, ya hasta respondes por él, amiga —me miró con una sonrisa de complicidad que me contagió.

—No es eso.

—¿Entonces?

Me encogí de hombros, ni yo misma lo entendía. No sabía cómo explicarlo.

Aun así, lo intenté:

—Es... diferente. No sé, es que... cuando lo veo siento... —Me detuve; si lo dijera en voz alta creería que estaba enloqueciendo.

Pero como Amanda era Amanda, insistió:

—¿Qué cosa, Laurie?

Ya no tenía escapatoria, sólo me quedaba decir la verdad y rezar por no ser señalada como la loca de su propia historia.

—Siento... correr la sangre en mi cuerpo.

—¿Cómo es eso? —me preguntó, ahora, siendo ella quien me veía como si estuviera loca. Lo sabía. Pero como aún no saltaba de la cama y llamaba a los psiquiátricos para que me encerraran de por vida, tuve la valentía de continuar.

—Me siento viva cuando lo toco —dije con sinceridad—. Sé que suena mal, pero es cierto. ¿Estaré enferma?

Amanda se rió, pero no de mí, sino de la situación. Verla tan relajada era un alivio; eso creí, porque eso significó que no tenía pensado llamar a los de seguridad para que me internaran en un loquero.

¿Sexo o Amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora