Capítulo 5

22 6 2
                                    

LAURIE

—Oh, mi niña, ¿estás bien? —preguntó Virginia, cuando me vio entrar a la cocina.

—Sí, todo bien.

—Te oí gritar.

—Ah, no, descuida —me apresuré a responder—. Sólo estábamos hablando. Ya sabes cómo somos.

—Dejando de lado la... indiscreción que escuché por boca del señor Brown...

Mi cara se puso rosita. Virginia lo notó, por eso desvió el curso de nuestra conversación.

—Aquí está su correspondencia, mi niña —dijo en tono energético, dándome las cartas.

—Gracias.

Miré al reverso de estas y vi que una de ellas, en especial, era para mí. Me pareció extraño porque no tenía remitente, sólo destinatario. Mejor dicho: era una carta que sólo tenía escrito mi nombre y apellido; mi apellido de soltera: Wilson.

—Virginia, ¿el portero las trajo?

—Sí, mi niña —me respondió mientras lavaba los platos.

—¿Dijo algo después de haberlas traído? ¿Algún mensaje?

—No, ¿por qué?

Volví a mirar la carta que sólo ponía mi nombre y apellido.

—No, por nada.

—¿Hay algún problema?

La voz de James me sorprendió, me apresuré a esconder la carta detrás de mí y a girar sobre mis talones para verlo. Le sonreí. Después de nuestra reconciliación en la bañera, lo noté más calmado.

—No, mi amor. No es nada.

Levantó las cejas como si me creyera, pero supe que no.

—Está bien, después lo averiguaré.

Nadie lo sabía mejor que yo.

♡♡♡

No le ofreció una disculpa a Virginia por su grosería. Pero así era James: nunca se disculpaba. Bueno, sólo lo hacía conmigo. Siempre se portaba diferente cuando se trataba de mí.

Un cálido sol nos recibió cuando salimos del edificio. Me tomó de mis dedos índice y el de enmedio, como era nuestra costumbre, y fuimos a caminar. A James no le gustaban los paseos, los días soleados, los parques, el mar o retozar en una manta de picnic sólo porque sí; creía que esas actividades eran una pérdida de tiempo.

Pero las hacía por mí. Realizaba varias de las cosas que más detestaba en esta vida por mí, para complacerme y mantenerme contenta. Éramos muy diferentes.

A veces ir a caminar por ahí era un lío. Todos se nos quedaban viendo como si fuéramos una atracción turistica. Me mentí —otra vez— pensando que quizá era por mi apariencia juvenil. A mis veintiocho años, seguía luciendo como si tuviera dieciocho. Y aunque James lucía de treinta y tantos años, en realidad nadie le creía cuando decía que tenía treinta y cinco.

«Es muy guapo»

La diferencia de edad siempre fue un detalle insignificante en nuestra relación. Sólo eran siete años de diferencia, tampoco era para tanto. La gente, a menudo, nos confundía: creían que él era mi hermano mayor, mi padre, un amigo, o, alguien que de seguro se estaba aprovechando de mí. Las revistas me pintaban como a una ingenua jovencita que se dejó embaucar por el soltero —en ese tiempo— más codicioso de la ciudad. Pero a mí eso nunca me importó.

¿Sexo o Amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora