(10 años atrás) Sentencia de muerte

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LAURIE

No fui a la residencia después de la ruptura. Ni siquiera pude darme el lujo de usar la palabra «nuestra ruptura», porque ya ni eso lo sentí de ese modo cuando me fui. Ya no existía un él y yo, un nosotros, un hilo rojo que creí que nos unía cuando lo vi por primera vez. No teníamos nada. Ninguno de los dos era nada. Fue como si nunca lo hubiera conocido. Todo se sintió... normal después de irme.

Él fue mi avance, y recaí.

Volví a mi rutina "feliz". Bueno, la que creía feliz para mi estilo de vida. Digamos que aparentar el rol de la chica tímida y callada, no me convirtió en lo que quise para mantener al margen a la verdadera Laurie. Bueno, a la parte oscura y tenebrosa de mí.

Le hice «algo malo» a Harry, y lo que me aterró fue descubrir que lo gocé.

Lo apuñalé. Una vez. Pero esa sola vez resultó satisfactoria. El olor a cobre me mareó, hubo mucha sangre, sentí la mano que lo hirió adormecida, en segundos el cuerpo de Harry se vino abajo y palideció. Se vio tan vulnerable, casi pacífico, pero demasiado aterrado como para intentar gritar o escapar de su castigo. No iba a matarlo, ese nunca fue el plan. Sólo quería lastimarlo, asustarlo, dejarle en claro que conmigo nadie se mete.

Lección aprendida.

Me miró a los ojos como si fuera su peor pesadilla. Fue inteligente que no dijera quién lo apuñaló, a ninguno de los dos nos convenía que la policía supiera el contexto de la historia real. Al menos, Harry fue listo..., al final, pero lo importante era que lo fue. Tomó una sabia decisión: no abrir la boca por una vez en su malnacida vida. Mantuvo su aparato parlanchín: quieto.

Estuve a punto de confesarle a James lo que hice. ¡Qué bueno que no!

Aunque intentaba no seguir haciéndolo, era irreversible: pensaba en James todo el jodido tiempo.

No quería regresar a lo que era antes de conocerlo, no cuando ya había probado y experimentado el placer, la libertad y el amor..., su amor.

Todo estaba desvaneciéndose: sus besos, sus manos, el tacto de sus labios, el olor de nuestros cuerpos cuando la piel de uno estaba en contacto con la piel del otro, la deliciosa sensación de su carne frotándose contra la mía, los sonidos que creamos juntos, el recuerdo de cómo me sentí la primera vez que lo tuve dentro de mí, incluso el remolino de emociones en mi pecho cuando «demasiado cerca» no fue suficiente para nosotros.

Ya no lo sentía más.

Y me estaba matando, rogaba para que los días volaran pronto y el tiempo y la distancia me hicieran olvidarlo rápidamente, dolorosamente, o como fuera posible para pasar la página de una buena vez.

Y lo peor fue que no tuve las agallas de contarle a alguien sobre la ruptura. En primera: no creí que fuera necesario; en segunda: no quería que nadie se enterara de los fatídicos detalles que ocurrieron con James. No supe por qué, pero sentía esta extraña necesidad de protegerlo de la opinión de mi familia; mejor dicho, de mi hermano. Sabía que a James no le importaba lo que los demás dijeran de él a sus espaldas, pero a mí, sí.

No era sano seguir enamorada de él, lo sabía, pero me gustaba que no fuera normal o saludable. El peligro me excitaba, y él era más alucinante que los ratos acostumbrados con chicos de mi edad que me hacían las mismas preguntas de una primera cita.

Pero James no fue así. Él no era como todo el mundo.

Estar con James me recordaba a las palabras de Maquiavelo cuando dijo:

«No importa que tan buena persona seas, todos somos los malos en la historia de alguien, así que disfruta y al menos se un villano memorable.»

Me hizo sentir a salvo. Duró poquito, pero lo suficiente para decir con seguridad que él fue mi bóveda, mi andamio, los cimientos a prueba del temblor en mis manos, o los ataques de pánico o nervios que regularmente tenía y estaban empeorando.

¿Sexo o Amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora