Debo Decirte Algo. 🧸

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Contenido sensible. Por favor leer con discreción.

Las cosas no siempre son lo que parecen, y las personas son más de lo que permiten que el mundo vea.

No toda la gente tiene un inicio alentador y tratan de cambiar eso en su presente, pero eso no significa que el pasado ya no exista. Ojalá hubiera mejor forma de explicarlo, si las personas tan solo fueran más comprensivas, más amables, más...humanas, tal vez así Aiden no habría tenido que huir de casa a tan corta edad.

Pero siempre se debe iniciar por el principio.

Nunca fue un infante común, solía pasar horas dibujando, leyendo o escribiendo mientras otros niños se dedicaban a jugar y explorar el exterior, aquello que retrataba o plasmaba en palabras eran cosas muy personales, pensamientos íntimos y deseos convertidos en canciones, le gustaba escribir canciones.

A una edad temprana fue inscrito en clases de música, en un inicio se veía renuente pero una vez su instructora le hizo escuchar con detenimiento las piezas que replicaba, su mentalidad cambió, en cada nota y detalle podía entender la emoción de cada compositor, todas las melodías que simulaba en los instrumentos de la academia carecían de letra, pero no por eso se hallaban faltas de mensaje, en sus poderosos rudimentos podía dislumbrar un idioma que no sabía hablar, pero entendía y todo lo que le decía era cierto.

Tocar piano y violín se convirtió en su lenguaje de señas, dónde comunicaba todo lo que sentía sin necesidad de verbalizarlo, era liberador, podía quejarse, reír y hasta insultar sin que nadie le entendiera, al menos así lo sentía.

Desde pequeño amó los espacios reducidos, tal vez porque su habitación era diminuta y se sentía a salvo en ella, más si ponía seguro a la puerta, esas cuatro paredes eran un santuario en el que podía refugiarse tras cada maltrato, nadie podía tocarle ahí, ni herirlo ni lastimarlo, era su zona segura, pero no era su único lugar para reguardarse; Amaba las cajas, siempre fueron su escondite predilecto, eran cómodas, templadas, y la poca luz que se colaba entre el cartón no le cegaba.

Quien le hacía compañía dentro de esos reducidos latíbulos no era nada más y nada menos que su osito de peluche, un muñeco de felpa pequeño pero reconfortante, este fue el regalo de una enfermera el día en que nació. Él lloraba sobre su cuna, apartado de el resto de lactantes a petición de su gestante, ella había pedido tener lejos a la criatura todo lo que durara su recuperación, por lo que el neonato no recibía el afecto ni tacto que un recién nacido necesita cuando llega a la tierra.

Con el corazón adolorido por la indiferencia de su paciente, una sanitaria se compadeció del bebé, entregándole el tierno y suave animal de tela para cesar con su llanto y también con su soledad.

Al recibir el gesto su malestar paró, sólo necesitaba un poco de amor para apaciguar su miedo.

Y a pesar de crecer, ese dulce infante de carácter suave no soltaría tal bibelot. Jamás.

A medida que los años pasaban su naturaleza afable y gentil se hacía cada vez más evidente y, por supuesto, un niño tranquilo e introvertido se veía como algo extraño, le solían presionar para que realizara cosas que no quería, lo inscribían a actividades deportivas o simplemente que fueran en lugares abiertos y con mucha gente, quitándole su tiempo a solas, no se sentía cómodo, no porque las personas o los paisajes le disgustaran, su deseo de permanecer solitario nacía más de su necesidad por sentirse a salvó.

A la corta edad de cinco años creía tener súper poderes, ¿Cosa de niños, no? Bueno, sus sospechas venían de la extraña habilidad que tenía para esquivar objetos, de atrapar lo que caía, de pensar rápido y utilizar sus reflejos para mantenerse estable. En su mente infantil conectaba ese talento con un sexto sentido, pero no. Podría decirse que después de mucho tiempo, uno aprende a detener golpes.

JAIDEN ONE-SHOTS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora