Parte sin título 7

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VII

Desnuda como recién llegada al mundo, Penélope está en el laboratorio del cuerpo como ausente. Han pasado tantas cosas en la última hora y media que, su mente tratando de procesarlo todo, va lenta, despacio, como cuando el ordenador pone un icono con la lengua fuera. Su cuerpo esbelto y bien proporcionado haría las delicias de cualquier espectador invisible: nalgas altas, simétricas, rotundas, con dos hoyuelos en la parte superior de cada una de ellas, el busto lleno, vigoroso, feliz concluido en un par de aureolas más oscuras que el resto de la piel y sobre estas dos pezones discretos pero orgullosos de su frutal y voluptuoso reino. Por debajo del ombligo, se puede observar un pubis venusiano bien definido sobre el que medra una hierba perfumada de los campos, rubia rizada, que seguramente esconde una sonrisa vertical enervante de los instintos primarios de cualquier varón heterosexual. Se sienta en el borde de la gran bañera, reflexiona, maquinalmente se instala sobre el inodoro y va soltando un pis intermitente que parece dar explicaciones, hasta que de pronto se hace casi sólido, profundo, misterioso, entre tanto a la puerta de su sonrosado ano dilatado asoma la cabeza compactada de un embutido fecal generoso que abre la marcha de una evacuación sobresaliente cum laude, que se refleja en su rostro como el no va más de los pírricos placeres humanos. A continuación tira del botoncito de plata de la cisterna, y el agua derrumbándose como un castillo de naipes lo desplaza todo hasta las mazmorras medievales donde viven las famosas alcantarillas hartas de las universales toallitas higiénicas que tanto las imposibilitan para realizar su inestimable labor cotidiana...aliviada de sus necesidades fisiológicas, avanza hacia la bañera, se pone de pie bajo la regadera y el agua choca contra su cabeza y se derrama soltando vapor por toda su estructura corporal, con las manos y una esponja natural se limpia el ojo del culo satisfecho y la puerta del universo, lo hace despacio, con meticulosidad, casi acariciándose, se gira, vuelve a su posición inicial, detiene el agua, se unta con gel negro Magno La Toja fabricado en Barcelona, vuelve a abrir el mando correspondiente , cierra los ojos y se deja estar debajo de la lluvia caliente unos diez minutos. Ahora agarra el bote de champú y se lo aplica sobre el cabello, no ha detenido el agua, le basta con apartar un poco la cabeza, vuelve a meterse por entero debajo del chorro relajante, pasan dos, tres, cinco minutos, sale de la bañera, empieza a secarse con una gran toalla amarilla, lo hace lentamente, con especial atención a las orejas, los ojos y las partes pudendas, baja la tapa del inodoro, se sienta sobre ella y se seca también los pies, se enrolla en la toalla, calza unas zapatillas chancla color cielo y sale del cuarto de baño, renovada, vital, con las ideas más claras dispuesta a hacer algunas llamadas. Pero antes, como un rezo, echando a un lado la toalla, desnuda mirando por la ventana a la gran naranja luminosa que ya se rinde al ocaso, recita en voz alta:

"Mi espíritu ha vagado, compasivo y resuelto, por el mundo entero,

He buscado iguales y amantes y los he encontrado dispuestos,

esperándome en todos los países,

creo que una divina simpatía me ha hecho igual a ellos.

Nubes, creo que me he elevado con vosotras, que me he

transportado a lejanos continentes, y que he caído en

en ellos convertido en lluvia,

creo que he soplado con vosotros vientos;

Aguas he palpado con vosotras todas las orillas,

he atravesado los continentes que todos los ríos y todos los

estrechos del globo han atravesado.

Me he situado sobre las bases de las penínsulas y sobre las

altas rocas para gritar desde allí:

¡Salut ou monde!

Penetro en todas las ciudades en las que penetran la luz y el calor,

Voy volando a todas las islas a las que van volando los pájaros.

Para todos vosotros, en el nombre de América,

levanto la mano perpendicular, hago la señal,

la señal que permanecerá visible eternamente después de

de que yo me haya ido,

visible para todas las guaridas y los hogares de los hombres"

Se trata del canto décimo tercero del poema: ¡SALUT AU MONDE! Del poeta norteamericano Walt Withman (1819-1892) Penélope lo ha recitado en inglés, pero aquí se lee traducido por Francisco Alexandre para ediciones Tesys, es como un extenso mantra que, articula cuando necesita lamerse las heridas como una loba que ha resultado herida por defender a sus lobeznos, las lame en silencio en el lugar más recóndito de la cueva.

LA CABEZA DEL ESCRITORWhere stories live. Discover now