𝙳𝚒𝚎𝚣| 𝙴𝚛𝚎𝚜 𝚞𝚗 𝚒𝚍𝚒𝚘𝚝𝚊, 𝙻𝚊𝚗𝚐𝚍𝚘𝚗.

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|Waine Stone|

-¿O sea que Langdon estuvo en tu casa? -me repite Marco por quinta vez.

-Sí, Marco.

Miro a todos los estudiantes comer en la cafetería, y también al reloj, sobran cinco minutos para que la clase de Literatura comience y no pienso perderla.

-Qué loco -sonrió sin creerlo-. Pensar que dijiste que jamás querías volver a verlo.

-Lo sostengo. Nada me hizo cambiar de parecer.

-Oh, vamos -me codeó-. ¿Dirás qué no te agradó convivir con él por tres horas?

Levanté una ceja como señal a que mi amigo decía puras estupideces.

-¿Qué cambiaría, Marco? Sólo es Langdon.

-¿Sabes? No te creo -admite y lo miro con incredibilidad-. No lo hago, creo que te agrada y no quieres aceptarlo.

-Marco, eso es una...

-No, no es una tontería -me interrumpió metiéndose un nugget a la boca-. ¿Sabes por qué?

-Ilumíname -ironicé alejando la hamburguesa de mí y tomando una manzana.

-Porque ambos están igual de jodidos, y por primera vez, encontraste a alguien que tiene los mismos problemas que tú o al menos, te comprende.

¿Yo? ¿Jodida?

Rió al ver mi cara, y bebió de su agua con una sonrisa triunfal. Mientras yo seguía procesando todo lo que dijo con suma naturalidad, además por qué él creía que yo estaba jodida.

-Me descoloca tu pensamiento tan ilógico -admití mordiendo una manzana.

-¿Ilógico? Waine...

Antes de tan solo poder mencionar algo más, el timbre que daba por terminada la hora de comer sonó por todo el lugar. Sin esperar, tomé mis cosas y salí de la cafetería, no sin antes despedirme de Marco, con cierto tono molesto.

-Nos vemos.

-¡Waine, era una broma! -me grita cuando ya estoy alejada de la mesa en la que estaba anteriormente sentada.

Rodé los ojos caminando por los pasillos llenos de personas yendo a clases, corren por aquí y por allá como locos, otros saliendo al campo para saltarse clases o docentes estresados. Yo lo estaría, lidiar con grandes cantidades de adolescentes en desarrollo suena bastante estresante y abrumador. Dejo mis pensamientos de lado y le doy la última mordida a la manzana, con la mirada busco un contenedor de basura, y al no encontrar ni uno solo, opto por entrar al baño y tirar el corazón de la fruta en uno de los contenedores del lugar.

Me acerqué a los lavamanos para, vaya la redundancia, enjuagarme las manos. Al alzar la mirada me encuentro conmigo misma a través del reflejo de los espejos. Me doy una mirada, analizando mi rostro y facciones.

¿Subí de peso, acaso?

Sacudí la cabeza, alejando ese pensamiento de mi mente, no podía volver a caer en esos juegos mentales que me causaba a mí misma. Tomé una toalla de papel para secar mis manos y la introduje en el bote de basura.

Retomé el camino a mi destino principal, al subir al siguiente piso y casi llegar al aula de Literatura, alcanzo a escuchar quejidos y golpes en seco, acompañados de pequeñas risas. Me detuve para confirmar que no había escuchado mal, me lo confirmé al oír los mismos ruido por segunda vez, más constantes esta vez.

Fruncí el ceño intentando descifrar el lugar de donde provenían aquellos ruidos. Con urgencia, camino de un lado a otro intentado percibir el sonido. Sin embargo, mis oídos eran incapaces de concentrarse en un solo sonido.

The eyes never lieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora