𝚃𝚛𝚎𝚌𝚎| 𝚁𝚘𝚍𝚊𝚛 𝚕𝚘𝚜 𝚘𝚓𝚘𝚜

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|Waine Stone|

Nolan ingresó a casa junto a mamá, claramente él preguntaría algo acerca del tipo, porque retorcía el rostro con disgusto. En cambio mamá todavía sonreía, mínimamente, pero lo hacía.

Giré los ojos.

Di la media vuelta, troté hacia el sillón y me recosté en él. Escuché la puerta abriéndose, simulando no haber visto nada más.

Oí el resoplar de mi hermano con mucha, mucha pesadez. Dejó caer su casco y junto a él la mochila que anteriormente colgaba de su mano derecha. Giré mi cuello para verlo, resultó doloroso.

-Te ves más terrible que de costumbre, qué sucede -chasqueé a propósito, mostrando interés falso.

Mordió su labio, pensando algo ridículo.

-¿No viste al idiota allá afuera con mamá? -murmuró para que susodicha no lo escuchace, señaló la puerta con el pulgar.

-Ah, ¿el tal Carlos? -me burlé.

-¿Sabes su nombre? -inmediatamente se disgustó-. ¿Por qué?

Siguió susurrando, acompañé.

-Tuve un encuentro con ambos al llegar, nada agradable, si me lo preguntas -hice ademanes con mi mano.

-Esto no es bueno, Eva.

-No me llames así.

-No importa ahora -interrumpió molesto en verdad-, ¿qué intenciones tiene ese señor con mamá?

Giré los ojos ante su ingenuidad, a pesar de su extensa edad.

-Creí que eras experto, Nolan -escupí con sorna-. Obvio ser amigos y tomar café los domingos por la mañana -me burlé.

Fue su turno para voltear sus aceitunados orbes.

-No puedo hablar contigo seriamente, Waine -sin más, se fue dando zancadas.

Por tercera vez, me di la oportunidad de rodar los ojos.

Me levanté del, sorprendentemente cómodo, sillón aterciopelado para llevar mis pies hacia mi habitación. La casa estaba en silencio, de una manera angustiante.

Sabía que mamá no diría nada a cerca de aquel tipo, le avergüenza, lo sé. Sin embargo, realmente no puedo hacer ni un pestañeo, merece ser feliz y seguir con su vida, después de que alguien no tuvo los cojones para quedarse a su lado. Es humana, y como todos, necesita afecto.

Resoplé ante todo lo que revoloteaba en mi mente, es extraño y, ciertamente, incómodo.

Recordar que tenía deberes me hizo querer llorar, pues sólo deseaba acostarme, cerrar los ojos y dormir una semana completa sin ningún tipo de interrupción.

Imposible.

El timbre resonó a través de toda la madera de mi hogar. Marco.

-Dios -murmuré, recordando que mi querido mejor amigo se invitó solo a una pijamada que él planeó, en mi casa.

Abrí la puerta de mi cuarto, al unísono que Nolan gritaba justo donde yo estaba parada.

-¡Waine, el loco de tu amigo está afuera!

Cerré los ojos, pues su horrendo rostro estaba muy cerca del mío.

-Creo que escupiste seis litros de saliva sobre mí, Nolan -dramaticé siguiendo mi camino.

Escuché un gruñido de su parte, sonreí ante ello. Una vez que estuve cerca de la puerta principal, en la cocina había actividad de mamá, no podía ver con exactitud qué hacía, seguramente cocinando.

The eyes never lieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora