𝙳𝚘𝚌𝚎| 𝙳𝚘𝚜 𝚊𝚍𝚘𝚕𝚎𝚜𝚌𝚎𝚗𝚝𝚎𝚜

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|Waine Stone|

Suspiré con pesadez al escuchar la puerta cerrarse, los Langdon ya se habían ido después de una larga charla entre mamá y Constance. Langdon y yo habíamos estado hablando de cómo fueron sanando sus golpes, comentó que su madre ni siquiera se percató de que estaba alarmantemente golpeado y con cortes sobre su pálido rostro.

<<No le intereso mucho, ni lo que me suceda>>. Dijo con la cabeza gacha, no tuve más que sentir lástima por él. Delató a su madre un poco más, admitió que su supuesto amor e interés por él no era real, sólo aparentaba para toda la gente.

Langdon tuvo su momento de confianza -o desahogo- y me contó mucho sobre su madre.

<<¿Sabías que el idiota de mi padre nos abandonó sin más?>>. Claro que no lo sabía, no sabía nada sobre Tate Langdon, lo cual me hacía tener un poco de curiosidad, que incrementaba cada vez que confesaba algo sobre su vida.

Me sentí mal después, no conté nada con ese nivel de profundidad o al menos tan personal. Realmente me tuvo bastante confianza o, corroboro, sólo lo contuvo por mucho tiempo y la ocasión lo indujo a soltarlo todo como si le hubiese puesto mantequilla a su garganta.

Agité suavemente la cabeza, despojándome de aquellos vagos recuerdos. Ayudé a mamá a recoger los platos de la mesa, y le di una mala mirada a Nolan por su nula ayuda.

Una vez que concluí el aseo junto a mamá, deseé las buenas noches para subir a mi habitación. Sentí el sueño allanar mis ojos, subir la escalera se hizo más pesado que de costumbre.

-Ya casi -me dije entre dientes, motivándome a mí misma. Mi consuelo era mi suave, dulce y deseable cama.

Entre jadeos lo logré, con las pantorrillas quemando y los labios resecos. Al estar frente a mi puerta, cerré los ojos, podría tener una siesta de casi doce horas si me lo propongo. Empujé el tablón, entré a la habitación, estaba fría. Sonreí ligeramente al sentir la sensación de frío desde mis pies hasta el cerebro.

Tomé el suéter más afelpado que hallé entre mi ropa, me puse un pants muy grueso y unos calentadores, envolviendo mis dormidos pies.

Jalé las cobijas hacia atrás, me metí a la cama y cubrí mi cuerpo con tres cobijas. Disfruté el sentimiento cálido en toda mi anatomía. Cerré los ojos y me permití relajarme e intentar dormir.

Después, no supe más de nada, sólo que los brazos de Morfeo son extraordinariamente cómodos.

[...]

La mañana de Lunes no era interesante en lo absoluto, sin embargo el hecho de que sólo tendría dos de mis clases me hacía sentir alivio, pues regresaré antes a casa.

Una bola de papel impactó con mi nuca, giré mi torso para averiguar a quien debía golpear, pero me encontré con Marco apoyado en su pupitre con una sonrisa socarrona. Levanté la ceja, señaló el papel arrugado ahora tirado en el piso, resoplé y estiré mi brazo para alcanzarlo.

Mis manos desdoblaron el papel, giré los ojos ante el mensaje escrito en tinta azul.

"¿Pijamada en tu casa? :) "

Tomé una pluma para escribir una respuesta para Marco.

"No."

Lo aventé hacia él, al leerlo, su semblante cambió de burlón a ofendido dramáticamente, le di una sonrisa ladina y asentí, cediendo a que fuese a mi hogar y que sólo bromeaba.

Al terminar dichas clases, opté por caminar a casa, el clima estaba bastante frío y agradecí por ello.

Me gustaba el aire contra mi piel, sentir la nariz y mejillas frías. Mirar el cielo grisáceo, con abundantes nubes espesas y el tenue silbido del viento. Las crujientes hojas de los árboles sobre el suelo, revoloteando en cada brisa que el aire producía.

No pude evitar sonreír.

Mi casa se divisaba a lo lejos, unos pasos más y habría llegado a la serca vieja que la rodeaba, mas no lo hice, porque mirar a mamá y un individuo  riendo me hizo plantar los pies donde los dejé. Me pregunté quién era aquel tipo.

Mordí mi labio inferior, froté las yemas de mis dedos sintiendo mi propia piel: fría y tersa.

Los ojos de mamá me miraron por casualidad, al instante su mirada vaciló, mostrando nerviosismo. Me pregunté porqué.

Obtuve la señal para seguir caminado y acercarme, lo hice. Detuve mi caminar frente a mamá.

-Qué tal.

-Hola, cariño -saludó mamá dándome un beso en la frente, sus labios estaban fríos.

Mis orbes se aproximaron al sujeto y regresaron a mamá, comprendió que debía presentarnos.

-Hija, él es mi -buscó las palabras aparentemente correctas mientras buscaba la ayuda en los ojos del sujeto-...compañero de trabajo, mi amigo, sí.

Levanté la ceja ante su notable nerviosismo. El hombre se apresuró a afirmar.

-Sí, mhm -rascó su nariz con el dedo índice-, soy Charles, un gusto Waine.

Sabes mi nombre, eh.

-No hará falta presentarme entonces, mamá te contó sobre mí -la miré, ella asintió frenéticamente-. Bueno, los dejaré solos -me acerqué a la puerta, pero me detuve-. Nolan no tarda en llegar, e invité a Marco para la cena, si me lo permites.

-Claro, cariño -mamá sonrió, estrujando sus manos-. Ya entro.

No tuve más que decir, ni ellos tampoco. Miré al tal Charles, sonreí en figura de despedida, asintió con los ojos temblando.

-Es un poco inexpresiva -murmuró el tal Charles a mamá, ilusamente creyendo que no había escuchado aquellos siseos.

-Ella es así -argumentó mamá, riendo con sencillez.

Cerré la puerta a mis espaldas, pero me quedé detrás de ella, mirando por el pequeño agujero en el tablón de madera, asimismo agudicé mi oído.

-¿Entonces no debo sentirme rechazado por tu hija, Eva? -carcajeó él.

-Por su puesto que no -chisporroteó mamá, riendo todavía con nervios.

Por su puesto que sí.

Él dejó caer su cabeza, sonriendo. Murmuró algo a mamá, fue inaudible para mí. Se acercó al rostro de ella, y le plantó un beso en la mejilla. Pude ver los omóplatos rojizos de mi madre a kilómetros. El tipo se fue, casi volteando cada cinco segundos a mirar de nuevo a mamá, ella se retorcía en su lugar. Parecían dos adolescentes.

Sin esperarlo, por la derecha venía mi querido hermano, con el casco de americano en mano, el  uniforme muy sucio de tierra y rastros verdes de pasto, noté su rostro confundido desde la lejanía.

Nunca estuve más feliz de verlo llegar a casa.






Voten, que no les duela el codo.

The eyes never lieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora