𝚃𝚛𝚎𝚜| 𝙲𝚕𝚊𝚛𝚘 𝚌𝚘𝚖𝚘 𝚎𝚕 𝚊𝚐𝚞𝚊

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  𝙻𝚘𝚜 𝙰𝚗𝚐𝚎𝚕𝚎𝚜, 𝙲𝚊𝚕𝚒𝚏𝚘𝚛𝚗𝚒𝚊 -𝟷𝟿𝟿𝟹

Cada uno de los alumnos en el aula estaba en su mundo. Pues la clase de literatura no era la favorita para nadie, y Tate Langdon no era la excepción. En la palma de la mano tenía la barbilla recargada, sus ojos se cerraban casi como reflejo debido a que le ardían por sueño. Su rubio cabello caía sobre su rostro, dándole ventaja para poder cerrar los ojos hasta la finalización de la clase. Sin embargo, no pasó desapercibido para su profesor.

-Señor Langdon, repita lo que acabo de explicar. -ordenó su profesor, con los brazos cruzados. Tate alcanzó a pegar un respingo y parpadear repetidas veces.

-No puse atención. -admitió sin vergüenza. El mayor suspiró y caminó hacia su alumno, quien lo miraba de manera aburrida.

-Este...alumnos -señaló con el dedo índice a Tate-, es una persona que únicamente viene a holgazanear a la escuela, que no aprovecha las oportunidades que tiene y lo hace sin descaro alguno. Dígame, señor Langdon, ¿le desinteresa mi clase? -recargó su peso en la mesa de Tate con los brazos cruzados, esperando su respuesta.

-Sí. -espetó casi de inmediato, mirándolo a los ojos.

Los demás soltaron un chillido ante el atrevimiento de Tate Langdon al contestarle tan groseramente a su mayor y profesor. El profesor relamió su labio superior con bigote, mientras asentía exageradamente con la cabeza y los brazos en jarra. Ahora, con la mano abierta señaló a una chica castaña en uno de los primeros asientos.

-Dígame, señorita, ¿qué consecuencias tiene un alumno rebelde? -sonrió con sorna, como burlándose de Langdon.

La chica envió su cabello a la parte trasera de sus hombros con los labios apretados y una sonrisa malvada. -Dos horas de detención y un reporte directamente con el director. -hizo una falsa mueca de tristeza.

Sinceramente a Tate no le molestaba estar en detención, de hecho le agradaba estar solo y meditar sobre su día, qué haría al otro y al otro. El director no lo intimidaba, podría pensar que al superior le agradaba. Así que las burlas de sus compañeros de clase, no lo molestaban ni un poco.

-¿Oyó eso, señor Langond? -el profesor acomodó su corbata naranja pálido y encuadró los hombros.

-Claro. -el joven puso más atención a sus manos que al molesto profesor de literatura. Lo cual molestó al mismo.

-¿Le quedó claro, señor Langdon? -repitió apretando los dientes.

-Como el agua -curveó hacia abajo las comisuras de sus labios, se puso de pie, tomó sus pertenencias y caminó sin prisa hacia la puerta, antes de irse giró llamando al mayor. -Ah, profesor, no hace falta mostrarme respeto diciéndome señor cada que puede, estamos en confianza ¿no? - se burló notoriamente de él, luego sin esperar una respuesta, salió con una sonrisa más notable.

Su caminata por los solitarios pasillos no era la más apresurada, colgó su mochila en el hombro y silbó algunas melodías de canciones que le gustaban. Por un momento, se permitió suspirar con pereza, restregó su rostro con una mano. Gracias a su detención, pasaría el almuerzo en el salón correspondiente de sanciones, algo bueno le sacó a ello, la pasaría sin hacer nada, no clases, no tareas. Lo tomaría como un tiempo libre.

Se aproximó a el escritorio de la secretaria, habían dos o tres personas en los sillones de espera. Dentro de la oficina, había una chica llorando junto a un chico.

-¿Nombre? -la secretaria fue directa.

-Tate Langdon. -colocó en su lugar unos lápices regados y tragó, la fémina asintió indicándole tomar asiento.

El descanso no le duró mucho, ya que, a pesar de ser el último en llegar, fue al primero que el director solicitó en su oficina. Tate soltó un suspiro de reproche, arrastró los pies y su mirada volvió a ser aburrida. Tocó con los nudillos un par de veces, no tuvo que hacerlo más de cuatro veces, le dieron acceso inmediato. Al entrar su director tenía una tasa de café humeante entre los labios, al verlo entrar lo alejó y juntó las manos en su enorme regazo.

-Tate Langdon, es la primera vez que te veo por aquí -arqueó una ceja y luego lo invitó a tomar asiento, otra vez.- Según el profesor Dan, de literatura, lo ofendiste y no ponías atención a su clase. ¿Es cierto, Tate?

Los ojos del mismo vacilaron por la oficina. -Sólo no puse atención, jamás lo ofendí.

-Sí, eso creí -el director apretó los labios y subió las manos juntas al escritorio-. Escucha, Tate, no creo que seas ese tipo de alumno, no das problemas y no molestas a nadie. -frunció el ceño con comprensibilidad asintiendo.

El mayor estaba siendo muy gentil con Tate, aparentemente él tenía cierta imagen del alumno, era todo cierto, pero tampoco era un alumno estrella ni promedio. No pretendía reclamar la sanción, si no hubiese sido por orden de su jodido profesor, ni siquiera habría caminado cerca de la dirección y se largaría directo a detención.

-Entonces, haré algo que no hago constantemente con todos -el mayor suspiró con una pequeña sonrisa de complicidad en su cara-. Puede irse a su casa saliendo de aquí, Tate. Mientras no le cuente a nadie y lo mantenga sólo para usted, ¿entendió? -concluyó con la ceja izquierda arqueada,

<< ¿A quién podría contarle? >> Pensó Langdon escondiendo una socarrona sonrisa, mordió su labio.

-Sí, okay. -aceptó con ninguna expresión en el rostro, ni agradecimiento, ni felicidad, nada, simplemente nada.


The eyes never lieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora